Texto publicado por TTS Fer

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 7 años.

Algo se rompió entre los dos

Te conocí un viernes 4 de abril. Me agregaste a Facebook, y saliendo yo de la facultad comenzamos a chatear y conocernos mejor. Resultaste ser una artista plástica y una chef de alma, sangre y piel. Me diste una energía diferente, me volaste cual porro de marihuana, prometimos nuestro primer encuentro personalmente para el día siguiente. Pobre de las traidoras que no se animaron a hacer lo mismo.
Llegaste a mi casa con tu madre, una señora un tanto parlanchina, pero buena gente y cariñosa conmigo. Conociste a mi mamá, a don Pepe y a mi perra. Me puse nervioso. No sabía qué me pasaba con vos. Sentía algo diferente. Cenamos pizza casera, y helado de postre. Resultaste ser vegetariana. Me cautivó tu amor al arte y a la cocina. Desde entonces quise cocinar, pintar, modelar y hasta cantar a tu lado. Nos tocamos, nos besamos aunque no en la boca. Te fuiste esa noche, olvidándote la cámara de fotos. Prometí devolvértela cuanto antes.
Me fui a dormir igual de excitado y volado, para pasar al día siguiente una jornada de estudio en vano y extrañarte más, a cada minuto, perturbado por aquella princesa que tuve el placer de conocer. Nos hemos seguido viendo en la facultad. Empecé a escribir una novela (que jamás terminó) basada en vos. Frecuentabas bastante aquella facultad donde yo fingía que estudiaba, tan amorosa, para verme y estar conmigo. Me abrazabas, me besabas, no en la boca. Necesitaste hacerme una pregunta puntual, pues los encuentros presenciales se complementaban con aquellas hermosas horas de chat. Me preguntaste si hacia vos tenía sentimientos de amistad, o de algo más. Fui hombre, te fui sincero. No te enojaste. Si bien no me veías como novio, me quisiste un poco más al saberlo.
Falleció mi abuela. Amorosa y angelical me acompañaste al cementerio al día siguiente. Bailamos Michael Jackson con mi hermano y su novia de ese entonces. En aquella circunstancia fui muy feliz. Al echarle flores al ataúd, lloré, lloramos, te abracé, nos abrazamos.
Frecuentábamos más encuentros en la facultad. Trabaste amistad con ciertos compañeros míos. No tardaste en conocer a un nuevo chico, quien te cambió la vida. Ese chico, una lástima, no fui yo. La escritura de la novela, las charlas que tenía con Matías el acogotador, nuestro común amigo y los audiojuegos de aventura crearon, en unión perfecta, fantasías locas en mi mente, en las que yo era el héroe y vos la bella princesa que no solo había que rescatar cual Mario Bros, sino aquella princesa con la que se vivían las aventuras más extravagantes. Me regalaste una caja pintada con múltiples colores, que contenía mi nombre en un relieve igualmente pintado y casero, regalo que aún hoy, aunque algo aplastado, conservo. Te regalé un mandala, pintado cual arcoíris con algunas figuras de porcelana, no sé si lo tendrás, si lo tiraste, lo regalaste, o simplemente lo olvidaste.
Nos fuimos a comer a la feria de las colectividades. ¿Te acordás? Fuimos con tu madre, tuviste miedo de no acompañarme bien en el colectivo, pues era la primera vez que saldrías a solas conmigo en aquella circunstancia. Devoramos deliciosos platos de diferentes países, vos únicamente dulces, yo dulces y salados. Creo que estabas en algodón con el tal Andrés. Creo recordar que me decías que era un chico diferente, pero no eran novios. Recuerdo haber explotado, no haber aguantado más, y confesarte que te amaba y quería algo más allá de amigos con vos. Así como eras, desde un principio me parecías la mujer perfecta.
Por razones que jamás supe, desapareciste del mapa. Era todo llamar a tu casa, hablar con tu mamá un rato, no saber de tu estado de vida, no entender los pocos detalles que ella me daba, sentir que todo era un misterio, no saber qué hacer con vos, angustiarme y sentir que el mundo era como al salir de las drogas se ve, una mierda total.
Volviste a mi vida un 13 de febrero, cerca de mi cumpleaños. De la alegría no pude reaccionar. Intentaste explicarme, aún sin sonar totalmente convincente, la razón de tu estado vegetal.
Fuimos a festejar mi cumpleaños esa noche en una parrillada que me encanta con mi papá, su mujer, los nenes, mis hermanos, mi cuñado y mis abuelos. Aunque a la mayoría ya conociste desde empezar a salir conmigo, terminaste de conocer a los que restaban.
Yo comí asado como todos, vos comiste pasta. Te amigaste con mi abuelo. Improvisamos una suerte de payada, que te hizo reír bastante. Me sentí tan feliz como la primera vez que viniste a mi casa. Sentí que, hasta hoy, ese había sido el mejor cumpleaños de mi vida, pues me rodeaba gente que me quiere y yo más adoro, especialmente vos.
Con mi abuelo fuimos a tomar café, mano a mano, mientras el resto, incluida vos, fueron a tomar heladito a la vuelta. Yo estaba reconociendo justamente un principio de adicción a lo dulce que más tarde se haría fuerte hasta extremos grabes. Después de tomar el café, fuimos a la heladería en busca de ustedes, donde vos aún estabas tomando un delicioso helado y no dudaste en convidarme cucharadas, casi boca a boca. Nos besamos minutos después en aquella plaza, mientras mis hermanitos jugaban. Por primera vez nuestros labios y lenguas se juntaron, se sincronizaron, los imanes se atrajeron perfectamente. Comprendí, asistiendo vos a mi cumpleaños y besándote en aquel rincón, que eras vos la mujer que necesitaba para sentir aquel amor tan especial.
Hemos hecho el amor, cada vez con mayor frecuencia, en la casa de mi abuela, discretamente. Habías perdido la virginidad con otro chico más grande que yo incluso, una pena. Me enteré de él por Matías el acogotador. Me sentí mal, y esa tarde te reproché no habérmelo contado. Te enojaste, sonaste dura, dijiste que no tenías por qué contarme si tenías novio, te dije que no era para que te pongas así, te aseguré que me parecía genial que tengas un novio que no fuera yo, pero me dolió haberme enterado por un tercero y no por vos. Te calmaste, me explicaste que no me habías querido decir nada, pues sabías lo que sentía por vos. La relación no tardó en acabar. Hemos frecuentado encuentros sexuales, siempre en el mismo sitio, pues tu casa era muy pequeña y en la mía no había intimidad para lo que queríamos hacer. Te saqué múltiples orgasmos. Me entregaste tus gemidos, tus jadeos, tus partes, tu cuerpo entero. Gocé, gozamos. Confirmé cuánto te amaba y deseaba. Salías confundida a veces, pero eran ataques que se te iban en seguida. Pero, lástima, aquellos ataques de confusión e inestabilidad se iban multiplicando. ¿Qué te sucedía realmente?
Fui a tu casa. Cocinamos juntos. Aún hoy me chupo los dedos recordando aquel pan hindú, aquellas galletitas de avena. Me mostraste cuadros, pinturas esculturas, delicias al tacto y a la vista hecha por tus propias manos. Charlamos en tu cama. Nos relajamos. Respiramos profundo. Cantamos. Charlé con tus papás.
Fuimos a la costa, a relajarnos y besarnos al aire libre. Contemplábamos el mar mientras se unían, juguetonas, nuestras bocas, nuestras lenguas. La gente tal vez nos miraba. No nos importaba. Nos descalzábamos. Toqué tus pies, te pedí que toques los míos. Se rozaron nuestros cuerpos entre abrazos y caricias. No hicimos el amor, pues no era el sitio, tal vez.
Me pasaste a buscar sorpresivamente una tarde a la casa de mi abuela. Fuimos al galpón de las artes. Escuchamos a aquellos payasos que, sin ánimo de lucro y como teatro voluntario, buscaban hacer reír a los espectadores. Vos te reías muchísimo. Eran tus amigos. Era gente humilde. Generosa, con ese corazón tan abierto al prójimo que te conocí desde un principio, les donaste una pequeña retribución económica voluntariamente. Me pediste algo de plata por la misma razón. Mi lado egoísta no quería donar nada, pero ese lado noble que me salía al estar a tu lado, finalmente dijo que sí y donó un, para mí dineral, a aquel grupo de payasos que si bien no era mi tipo de espectáculo, no estaban nada mal.
Volvimos a frecuentar más encuentros, pero la cosa había cambiado. Querías conocer a otros chicos, sin duda conmigo no estabas del todo bien. Un buen día, ese mismo año dejé de verte, quizá para siempre. Hoy estás felizmente enamorada de un rasta que, como sabés, no me cayó bien. Dejamos de vernos, cambiaste mucho, te rapaste y cortaste el pelo de una forma no muy agradable, tal vez empezaste a consumir alguna droga, pues aquel flaco para colmo más chico que yo tenía toda la pinta del típico Rastafari humilde que no va conmigo. Siempre hiciste lo que querías, nunca lo que otros te dijéramos. Personalmente siempre pensé que ese novio que tenés ahora es muy nivel bajo comparado a mí. Hice lo que pude, parece que algo se me fue de las manos y me salió mal, o simplemente lo nuestro ya no funcionó. Hoy también soy feliz con otra mujer, los dos tenemos nuevas parejas casi desde hace un año y tal vez más. Pero desde entonces, algo se rompió entre los dos. Algo rompió incluso nuestra amistad, pues no nos vemos, no hablamos de nada en concreto salvo de novios y novias, lo que confirma que hay heridas o cicatrices entre nosotros. No me contás a detalle cómo están tus cosas, salvo la parte más básica, yo tampoco te hablo ya casi. Soy feliz con otra mujer, pero siempre estarás en mi corazón como aquella gran amiga, hermana, niña linda y solo a veces novia, que le dio un giro muy drástico e importante a mi vida. Amiga que si no hubiera conocido, yo no tenía la fuerza para salir adelante y tener la voluntad de ser mejor persona y salir del mundo de cristal en el que hasta entonces estaba. No hablamos. Casi no nos saludamos. No me saludaste para mi cumpleaños, tal vez no lo recordabas, tal vez no tuviste ganas de saludarme. Bien, no hay problema. Yo te recuerdo con muchísimo cariño igual, y algún día, aunque no creo, quisiera y de todo corazón que aquella amistad que sin duda se rompió se regenere y en perfectas condiciones. Que nos volvamos a conocer de 0, que volvamos a empezar. Que, estés con aquel Rasta o con otro chico que te guste en un futuro, entiendas y confíes en que no quisiera interferir, solo ser aquel amigo o hermano que, una pena, tal vez no logré ser en aquel tiempo, sin duda debido al enamoramiento. Pero Claro, Jime, nuestros sentimientos no los controlamos, ¿verdad?
Que ningún sentimiento del pasado, sea de amor o reproches, reclamos, discusiones, vueltas y rodeos impidan a la confianza mutua restablecerse. Que sientas que aquí tenés un hombro en el cuál llorar si es necesario, un compañero con el cuál reír, charlar y sentir que es muy lindo tener amigos. Que lo pasado sea pasado y lo futuro sea una nueva historia.
Yo, mientras tanto, haciendo mi vida y dejándote vivir, acá te espero para cuando quieras volver a mi lado, incluso en plan de amigos. Hay días en los que estoy melancólico, siento ganas de llorar, pues no puedo entender cómo algo tan hermoso (y que pudo serlo mucho más) se fue a la mierda. Cómo aquellos hilos se cortaron. Pero me quedo con todo lo bueno que hemos vivido y te agradezco por cada instante, cada palabra, cada movimiento, cada acción.