Texto publicado por TTS Fer

El tití y la vieja.

Al tití lo conocí hasta donde puedo recordar a mis tres o cuatro años. No era un ser humano, no era un animal. No era un extraterrestre, tampoco un Zombi. No tenía cabeza, cuerpo, manos, pies, no era un insecto. Estaba vivo de todas maneras. Su base estaba compuesta por un plástico redondo que crecía o menguaba, porque debajo contenía un pelambre que, gracias a sus movimientos podía extinguirse, a veces espinoso, a veces aún más espinoso, y con el cual me atacaba. Se me aparecía en sueños y pesadillas, a veces haciéndome cosquillas, a veces asustándome al atacarme de golpe. Pero con el tiempo empezó a desarrollar nuevas formas de ataque y de asustarme. Yo podía caminar descalzo por el suelo, y de pronto él estar ahí y entonces hacerme cosquillas en las plantas de los pies, pero como lo harían ciertos animales que se sienten molestos y quieren venganza, saltaba sobre mí y me torturaba por un rato.
Él sabía asustarme y aparecer de repente en el momento menos pensado. Lo que estuviera muerto resultaba seguir vivo o resucitaba, y lo que no era ser vivo adquiría vida propia. Podía estar escuchando música, podía jugar con algún juguete electrónico, podía utilizar un artefacto eléctrico que se moviera, incluso una herramienta parlante, y el tití, incansable, emboscaba cuando quería. Yo tocaba en el canasto de los juguetes, canasto de paja que fue rompiéndose con los años, en la cocina de mi antiguo departamento. Un piano de juguete con sonidos de animales y pianito de bebé podía producir entonces un sonido agónico, oscuro, por sí solo, sin que yo haya hecho nada. Algo que yo no sepa qué era podría producir un sonido chirriante, y silenciarse cuando yo me alejara, para que al volver yo, el sonido chirriante regresara. Algo de dentro se movía. El pánico no me dejaba meter la mano dentro. Allá abajo me esperaba algo que sonaba. ¡Dentro estaba el tití junto a los demás juguetes! Yo gemía de miedo, me aterraba la impresión al meter la mano.
Yo podía ponerle pilas a un juguete que por ejemplo llevara 4 pilas, ponerle 3 y entonces, prendido sin que yo supiera, el juguete empezara a sonar, o a moverse, o ambas cosas. ¡Y le faltaba una pila!
Yo podía sacudir un juguete u objeto cualquiera, y que algo que estaba en su interior sonaba. Después que eso mismo sonara más fuerte y que yo no lo moviera. Que entonces eso suene una vez más, que el objeto en cuestión tome vida propia, se moviera y… yo tenga que estallar a gritos aterrados.
Se reflejaba en muchos juguetes, electrodomésticos y herramientas que tuve. Hasta se reflejó en mi pobre gato, el titi. Sí, no le pusimos Tití pero sí Titi. Yo caminaba descalzo, él estaba en el piso y no tardaba en arañarme las plantas de los pies. Desde entonces, siempre que hubiera animales, me juré nunca más caminar descalzo y cumplo ese juramento hasta hoy.
De Italia a mis 12 años me trajeron un reloj parlante. Muy lindo, muy novedoso, fue mi primer reloj parlante usado a consciencia. Era muy absurdo asustarme, además ya tenía 12 años, pero de repente lo podía escuchar largándose a hablar solo aunque yo no tocara nada, realizar también por sí solo ruidos extraños en un determinado tiempo. Por suerte jamás pasó eso, más que en mis pesadillas. Algo parecido me pasó con una calculadora barata que me regalaron al año siguiente, teniendo 13 años. La usaba y hablaba como debía ser, andaba muy bien, pero de repente a mí me parecía que podía ponerse a hablar sola, prenderse nuevamente aunque la haya apagado.
El tití me ha atacado al moverse muchos juguetes y electrodomésticos. Ellos cumplían en un principio su función, luego podrían empezar a moverse sin que yo los encendiera, si los intentaba apagar la perilla para prenderlos o apagarlos volvía por sí sola a donde estaba. Incluso me pasó que ciertos juguetes que en la realidad nunca se movían, empezaban a moverse con ruidos enloquecedores, siendo un peligro para mí tocarlos, me podrían agarrar más que un dedo, y cómo no, el tití podría salir a torturarme. Me pasó con un juego de pescar, con mi afeitadora, con la batidora, licuadora y exprimidora de la cocina. El juego de pescar se encendía por sí solo, incluso sin pilas, para mi horror, y podía llegar a girar fuerte y violentamente con la clara intención de agarrarme los dedos y claro, destrozarme con su sonido constante. La afeitadora se entendía sola sin que yo la prendiera con la clara intención de destrozarme la cara, los dedos, lo que haya encima, incluso si estaba desenchufada, y apagada se encendía sola a los pocos milisegundos.
Hoy el tití no aparece más, ya no me ataca directamente desde hace años, solo lo hace y hasta hoy de maneras indirectas, pero por suerte sus ataques directos hace años que no los tengo que volver a sentir. Tal vez está muerto en vida.
A la vieja la conocí a mis 9 años, una madrugada del 8 de julio, en que también pesadillescamente me encontraba en una reunión de no recuerdo qué, a la que acompañé a mi vieja. Ella se fue a hacer lo que tenía que hacer, yo me mezclé entre el gentío y aún no sabía lo que estaba por venir. No tardó en agarrarme entonces una señora de fuerte olor a cierto desodorante ambiental, de quien tampoco me había dado cuenta, es decir, en esos momentos pensaba que era una señora cualquiera, común y corriente entre la gente. Me preguntaba qué hacía ahí. Yo le dije que esperaba a mi mamá, que tenía una reunión. Me empezó a dar charla, no recuerdo de qué. Pasaban los minutos y mi mamá no aparecía. Esta señora en cambio parecía ir a donde yo. Le pregunté su nombre y me dijo que no tiene nombre como tal, la llaman “la vieja”. Su fuerte perfume en efecto se me hizo muy pesado. Su presencia también. La vieja me seguía a donde quiera que me moviera en aquel lugar. Mi mamá no aparecía. Le dije a la vieja que quería ir a donde mi mamá, o que me dejara solo un rato. La toqué y pude sentir con horror cómo su piel se pegaba a la mía, de manera que quería retirar la mano o el brazo y ella se movía conmigo. Ella estaba sentada sobre mis piernas. Si me levantaba ella no se caía, parada me esperaba a que yo, sin saberlo, me cambiara de lugar, me volviera a sentar, presintiera que la vieja iba a volver a mí, y que en efecto se volviera a sentar encima de mí. Así fue un par de veces más, en las que yo cada vez con mayor desesperación intentaba alejarme de ella, salir de donde estuviera, y ella me persiguiera en todas y se me sentara encima, con su piel pegajosa como telaraña, su olor fuerte como cierto desodorante ambiental que se puede oler en los edificios de algunos departamentos, aroma al que le empecé a tener miedo. Y entonces, finalmente como en toda pesadilla que tiene un niño terminé llorando, mi mami justo me venía a despertar, yo dormía con mis hermanos, y me preguntó por qué lloraba, y yo le dije que me atacó la vieja. Ese día recuerdo que no podía dejar de hablar de la vieja y del miedo que le tenía. Estaba en el colegio, y caminaba atento a todos los detalles por si la vieja estaba ahí esperando encontrarse conmigo. Mi mamá y mi hermana para joderme me asustaban con cosas como que ahí está la vieja, se escondió detrás de la computadora, está debajo de la mesa, pero yo sabía que me estaban jodiendo.
La segunda vez que la vi fue al mes siguiente de ese primer encuentro. Yo regresaba de un cumpleaños de un amigo del colegio que lo festejaba corriendo Karting, en el que yo corrí un par de carreras y en una recuerdo haber llegado segundo, aún hoy recuerdo aquel día con muchísimo cariño y ganas de volver a correr en Karting. Esa noche me había quedado a dormir en casa de mi abuela. Estaba durmiendo, y entonces no recuerdo dónde estaba, en determinado momento estuve junto a una señora. Lejos estaba de sospechar quien era. No recordaba su voz, o la oía diferente. No me di cuenta de aquellos otros detalles físicos a mi punto de vista. En un momento me preguntó si sabía quién es, yo le dije que no.
-¿No me reconocés?
Y la toqué con más atención. Me quedaba pegado a su piel, la podía tocar pero no volver a tomar distancia.
“No me digas que…”
Llegó entonces aquel fuerte aroma. ¡No puede ser! ¡La vieja!
-¡Sí, la vieja! –exclamó ella, como orgullosa de ser la vieja, la que se te pega y se te sienta en las piernas, la que te chupa las patas.
Yo me puse a gemir como en la otra vuelta, “nooo, nooooo, noo” así, muy aterrado, y ella “¡No qué! ¡No qué!” como diciéndome qué no ni no, ya te agarré, bancátela”, qué se yo. Resultó que me desperté llorando otra vez y ahí estaba mi abuela despertándome…
La vieja siguió apareciendo. A pesar de que tenía 9 años estaba en algún boliche bailando cumbia, y entre el gentío ahí estaba ella. Pero una vez creí que en la mismísima realidad finalmente la iba a conocer. Estaba yendo al cine en colectivo con mi mamá, o a comer a fuera, no recuerdo. Ella en determinado momento se fue para otro asiento. A mi lado yo en ese tiempo no acostumbraba a mirar quien estaba. Sentí el mismo aroma que empecé a sentir muchas veces en el edificio de mi departamento. ¡No podía ser! Callé lo que pensaba, el pánico que me invadía, no podía ser. Por suerte nadie me habló, yo no me animé a tocar, no pasó nada. Pero al cabo de unos minutos me pegué tal susto… alguien se subió sobre mí, se quedó por varios segundos en mis piernas. Sin duda era una señora, una vieja. No gemí, no lloré, no grité. Mi mamá no tardó de volver a mi lado. Me preguntó por qué tenía esa cara de terror. Le dije que me pareció que la vieja estaba acá. Ella estalló entonces en una risa de larga duración y cuando se le pasó me contó que al lado mío había una vieja que pobre no se podía mover, y cuando se me subió a las piernas se estaba tratando de bajar.
-¿Pero no era la vieja”? –le pregunté, yo a la vieja para todos la nombraba tal como ella misma me dijo, “la vieja”. No podía ser la misma vieja, pero sí era una pobre vieja que se me tuvo que subir encima y me dio tal susto…
La seguí viendo, pero ya no me hacía nada memorable, más que seguirme donde quiera que vaya, darme el susto al no reconocerla antes y sentir el aroma identificador, por ejemplo. De forma que en la realidad en mi edificio anduve pero con mucha precaución, si estaba donde mucha gente desconocida caminaba con muchísimo cuidado.
El tití y la vieja no sé si fueron novios, amantes, amigos, padre e hija, abuela y nieto, la vieja era una vieja y el tití era una criatura difícil de definir que cambiaba de forma, de ataque, de sonido, de movimiento, pero se llevaban excelente, se entendían muy bien, eran muy buenos amigos y parecían planificar juntos una nueva pesadilla para mí. Llegué a pensar incluso que el tití se reprodujo y tuvo algún hijo que yo desconocía, escuché nombres extraños pero no podía ver a nadie. Hoy día la vieja aparece en mis sueños muy de vez en cuando, pero no me hace nada.