Texto publicado por starchild
(Minirelato propio) Cuando lo real es más real de lo que és.
Otra pequeña pieza sacada de mi baúl, probablemente con algo menos de calidad que las anteriores (Según yo) pero igualmente, válida para compartir con vosotros.
Cuando lo real es más real de lo que es.
Los dremarianos son un pueblo de gente principalmente dedicada a la pesca, ya que residen en una pequeña isla situada en el centro del océano y alejada de cualquier tipo de civilización. Dremar, siempre ha sido su lugar natal y nunca han conocido otro tipo de gente. A pesar, de que no muy lejos de ahí, había un grupo de archipiélagos, los cuales estaban en constante guerra por el control del océano. Solo estaban en breve comunicación con la isla de Nimar, contigua a ellos y en la cual, ellos también estaban en guerra. Pero era un concepto de guerra diferente. No se trataba de bombardear, ni luchar cuerpo a cuerpo hasta la muerte. Nada por el estilo, ellos entendían por guerra un grupo de competiciones amistosas que se celebraban varias veces al año, para divertirse o para decidir una disputa.
Actualmente, se encontraban en mitad de una de esas guerras, pero habían dejado un tiempo de prórroga para las competiciones de la noche. Billy se encontraba cenando con un grupo de personas en su pequeña casa, charlando y riendo.
--Ha ido hoy la pesca muy bien, ¿Verdad? –preguntó él.
--Las frías aguas han traído otro tipo de especies que no conocemos. Pero al parecer su carne es sabrosa. –Dijo un hombre algo más mayor y con la voz un poco más ronca.
--Sí, su carne es sabrosa. –Dijeron el resto de chicos.
--Entonces creo que tendremos buena alimentación durante largo tiempo, siempre que la corriente no los vuelva a arrastrar hacia otro lado, ya sabes. Por ahora solo nos queda esperar, y entonces podremos abrir una nueva ruta de comercio con los Nimarianos.
--Hablando de eso, ¿Qué competición toca ahora? –Dijo un chico más joven con una voz dulzona.
--Fuegos artificiales. –Respondió Billy lentamente.- La que más a mí me gusta. Más que nada, porque hoy tenemos preparada la artillería para ganar. Sí. Vamos a reventarle el culo a esos Nimarianos.
El resto de personas asintieron y continuaron comiendo y bebiendo.
--Mañana se casa Belinda con Trevor. –Dijo Billy.
--¿Vas a asistir? –Respondió otro chico.
--Aún no lo sé. Tengo mucho trabajo que hacer y tendré que limpiar todos los desperdicios que me dejaréis hoy. Pero imagino que sí, asistiré.
--Tu esque no te pierdes ni una, ¿Eh?
--Hay que cumplir siempre que se pueda amigo. Es cuestión de respeto. Bueno, vamos a prepararnos que en breve comenzaremos la competición.
El poblado al completo, un grupo bastante estenso de hombres y mujeres, abarrotaban la orilla de la costa de la isla de Dremar. Un pequeño barco tripulado por varias personas, se alejaba lentamente hacia mar abierto, para reunirse con su barco enemigo. Desde allí, lanzarían los fuegos artificiales y dos árbitros se encargarían de hacer el conteo de respectivos bandos.
--¡Vamos ánimo, ánimo! –Gritó una anciana que se encontraba más atrás con un grupo de personas. Cuando hubo pasado un tiempo, una enorme bocina avisó que daba comienzo la competición. Todo el mundo calló.
Los fuegos pirotécnicos comenzaron a silbar y en instantes, todo el cielo se llenó de enormes estelas luminosas de diferentes colores que centelleaban incesantemente al tiempo que sonidos de explosiones y silbidos, se entremezclaban rítmicamente, tapando el sonido de las olas. Los verdes, azules y blancos pertenecían a la isla de Dremar, y los rojos, a Nimar. La gente comenzaba a aplaudir y animar a los pirotécnicos. Tenían cinco minutos para lanzar la mayor cantidad de fuegos artificiales posibles.
Pasado ese tiempo, una bocina nuevamente sonó y los pirotécnicos dejaron de lanzar fuegos artificiales, mientras el resto de metralla dejaba de explotar paulatinamente.
--Buena competición –Dijo el pirotécnico de Dremar, dándole la mano al rival.
--Lo mismo digo compañero.
Todo el poblado, observaba como poco a poco el barco que se alejó, se acercaba ahora lentamente hacia la orilla. Cuando hubo atracado, uno de los tripulantes saltó a tierra.
--¡Atención a todo el mundo! –Gritó y todos callaron.
--¡El resultado ha quedado de la siguiente manera! ¡Nimar, nuestra isla rival, a terminado la competición con un saldo total de 120 fuegos artificiales explotados!
La gente se mantuvo expectante.
--¡Por otro lado, nosotros, Dremarianos de sangre y de corazón, hemos terminado la competición con un saldo de 432 fuegos pirotécnicos explotados, colocándonos como vencedores de la competición, y al mismo tiempo, vencedores de la guerra, hurra por Dremar!
La gente prorrumpió en aplausos y gritos de victoria, mientras otro barco se acercaba a la costa. Era costumbre que la isla perdedora, se uniese a las fiestas de la isla vencedora, para terminar la competición siempre en paz y armonía. Aquella noche duró mucho. Llena de fiesta, jolgorio y diversión. Todo estaba como tenía que estar.
Billy despertó con un martilleo en la cabeza y una pesadez en todo su cuerpo más grande de lo habitual. Se desperezó y gruñó de malestar.
--Cariño, vamos, despierta. –Dijo una mujer joven y rubia la cual se acercó a su cama. Era Rona, su pareja.
--Hmmm. Qué hora es. –Dijo él con mala gana.
--Son las 4 de la tarde, no tienes idea cuanto bebiste anoche.
--No, no la tengo. Supongo que demasiado.
--Venga anda, ven a comer algo y tendrás que arreglarte si quieres asistir a la Boda.
Billy como pudo se levantó. La cabeza le dolía, estaba mareado y no estaba seguro si le entraría algo en el cuerpo. Salieron de la habitación hacia el salón y la mujer empezó a servir comida en el plato ya dispuesto en la mesa.
Cuando llevaban ya un buen rato comiendo, observaron que el cielo estaba surcado de unos extraños vehículos alados.
--¿Qué es eso? Ahora vengo, Rona. Voy a preguntar.
Se levantó y haciendo caso omiso al dolor de cabeza, salió rápidamente hacia fuera.
--¡Vamos, seguro que es que a los Nimarianos no les ha sentado bien perder!
Billy no hizo caso a los gritos de su esposa y salió fuera. Un grupo de personas también lo habían advertido. De repente, de uno de los aparatos voladores surgió una pequeña bola brillante, como un pirotécnico, que bajó silbando hasta caer en cima de una de las casas de madera, la cual comenzó a arder de inmediato.
--¡Eh, eso va contra las reglas! ¿Qué están haciendo? ¡Eso no es bueno! –Dijo Billy mientras se dirigía a la zona de puerto. Allí encontró a Rob, el jefe de tripulación.
--Rob, prepárame un barco, quiero ir con los chicos a Nimar para ver que está ocurriendo.
--Ya está preparado señor.
Billy y el resto de tripulantes zarparon lo más rápido posible y dejaron atrás la isla de Dremar, en la cual seguían cayendo aquellas bolas incandescentes. Cuando llevaba ya un buen rato navegando, atisbó la Isla contigua, descubrió horrorizado que estaba sucediendo lo mismo allí. Aparatos voladores abrían fuego contra la isla. ¿Qué tipo de guerra era esa?
--Qué demonios… Fue lo último que pudo decir Billy, mientras su nave era impactada por una bomba y saltaba por los aires.
El piloto de aquel avión observaba con terror lo que estaban haciendo las naves enemigas. Mandó un mensaje de radio por la frecuencia general.
--¿Qué estáis haciendo? No sabéis lo que hay en esas islas.
--Qué pregunta más inútil. –Dijo el bando enemigo.- Creéis que os vamos a dejar que toméis el control de esto, ¿No es así? Antes que eso preferimos destruir estas islas.
--Hay edificios, hay habitantes.
--¿Habitantes? Perdonad que no los veamos desde aquí arriba. –Los aviones enemigos, mucho más numerosos, seguían bombardeando las dos islas.
--¿Por qué no disputamos esto como siempre y os enfrentáis a nosotros.
--Claro que sí, buena idea. Chicos, ¡Fuego!
Todos los cazas apuntaron al avión enemigo y dispararon al unísono, este, instantáneamente saltó por los aires.
--Ahora sí, seguid bombardeando, ya no tenemos a nadie que nos moleste.
Las islas eran golpeadas furiosamente por el impacto de los bombarderos, que disparaban sin cesar, reduciendo edificios a escombros y dejándolo todo hecho una ruina. Ningún superviviente quedó. Algunos murieron dentro de sus propias casas, otros, en la calle con la inocencia de que sería otra de sus competiciones. Otros, arrojados al mar, congelados por las frías aguas de la zona. En cuestión de horas, las dos islas fueron reducidas a nada. Desapareció lo que alguna vez fue, una población pacífica, la cual convivía en paz y en armonía con sus vecinos, y cuya existencia, fue condenada al olvido, gracias a las ansias de poder, control y avaricia de la especie humana.