Texto publicado por Ale. c
Textos Vorterix
Mi rutina cambió rápidamente y de manera radical. Todavía están cerca aquellas largas noches en las que me daba placer vivirlas con una taza de café y cigarrillos. Durante esas noches inolvidables inventaba cuentos fantásticos, escribía narraciones con las que cortaba las formalidades y el tedio del ritmo diurno de trabajo. Por ahí debe andar el archivo de la novela que le había puesto el título de “Cosas Inmundas”, una especie de inventario, políticamente incorrecto, donde describía una serie de seres humanos que había conocido en distintos trabajos.
Pero luego todo fue cambiando. Comencé a tomar café descafeinado y dejé el tabaco. De a poco comencé a acostarme más temprano y a perder interés por pasiones que antes sostenía con alegría y ceniceros llenos de colillas.
Luego Lucía quedó embarazada y vino la niña. Y ahora el tiempo es distinto. Quiero decir que mi tiempo es diferente. El fraccionamiento de mis horas no tiene que ver con la vida laboral, o con el ocio o el placer. La distribución de las prioridades no toma en cuenta nuestra vida sexual o las salidas al cine. Ahora la que manda es Vera y su apetito de biberones. Cada tres horas comienza con unos suaves quejidos que nos indican que es hora de calentar unos cuarenta centímetros cúbicos de agua mezclada con la fórmula para lactantes. Hubiese sido más fácil para mi que Vera tomara la teta, pero la cosa se complicó (no voy a ahondar en detalles técnicos aburridos) y dependemos de la leche artificial. Acordamos que yo sería el encargado de preparar y calentar en las madrugadas el alimento líquido de la beba. La reiteración siempre es exacta: sueño profundo, oír el llanto apagado de Vera, sentir como Lucía me sacude el hombro y entonces despertarse e ir más o menos recto rumbo a la cocina.
Y pienso todo esto mientras camino desde la cama hacia la heladera. Siento como el frío me eriza la piel de los brazos y trepa desde la planta de mis pies. Soy vagamente consciente, mientras abro la nevera para sacar el agua mineral, del peligro de estar descalzo, pero no pasa nada me digo. Y no pasa nada. Tomo la cuchara y vuelco dentro del biberón la medida exacta, ahora el agua y agito la mezcla. Lleno una ollita y caliento el biberón a baño María y entonces escucho el grito detrás mio
-¡Qué estás haciendo papa!
Me giro con los ojos muy abiertos por el susto. Siento el golpe de la adrenalina en el estómago y en las piernas. Solo atino a balbucear confundido
-Eh? Qué?
-¿Que haces en la cocina papa?, ¿que haces a estas horas en la cocina?
Miro a Vera y trato de salir de la confusión. No, no puede ser Vera, ella está en la cunita y a su lado Lucía, mi esposa. Pero al mismo tiempo sé que es ella. Sé que es mi hija. Aunque sea una mujer de cuarenta y cinco años. Tiene el rostro cansado, tiene arrugas alrededor de los ojos y de la boca. Bajo la luz blanca de la cocina advierto algunas canas en su pelo largo. Mi hija me mira y espera una respuesta. No parece muy enojada, pero si exasperada.
-¿Que estas haciendo papa?- Repite mientras sus ojos miran a mi alrededor. Es ella, no dice papá, pronuncia papa.
Es el bi el bibe.. es el biberón – tartamudeo confundido
Siento algo extraño en la cabeza. Me dan ganas de llorar. Hace solo cinco minutos me desperté con el llanto de bebé de Vera. Antes de ir a la cocina bromeamos con Lucía sobre la cuenta regresiva para que acabe la cuarentena. Tenemos muchas ganas de hacernos el amor. Sé que iba caminando a la cocina, y que el frio en mi cuerpo de cuarenta y dos años era real. Pero ahora, al mismo tiempo que tengo certeza de lo anterior, también sé que lloré mucho la muerte de mi pareja. Que nunca más volví a sonreír. Que de alguna manera mandé todo al carajo y no me importó porque estaba enojado por mi destino, ofendido con la vida y con la soledad. Sé de esta mujer que es mi hija y que me abraza
-Papa, tienes que ir a la cama…
Oigo su acento español tan diferente del mío y recuerdo el colegio de Vera, sus amigos, la universidad y sus hijos, mis nietos, amantes de un fútbol, sin Boca, sin River ni San Lorenzo.
-Deja la botella sobre la mesa, papa.-me ordena tranquila mi hija.
Dejo una botella de plástico sobre el mármol. Miro en la mesada la cucharilla que utilicé para añadir azúcar al agua mineral…
- Què passa mare?
Una adolescente se asoma a la puerta de la cocina, no sé quién es. O si, quizás sea Laia, mi nieta. Pero no sé. ¿Qué hago yo con una nieta? Pasan un montón de imágenes, la vida ahora de pie ante mi hija es lenta, pero es veloz en el dolor y la sucesión de los recuerdos.
-El abuelo está confundido de nuevo, hija, no pasa nada
-és l'Alzheimer?- pregunta la niña en catalán.
Si, hija… Ven papa, te acompaño a la habitación.
Ahora estoy solo de nuevo. Por más que estire los brazos hacia los costados solo hay sábana fría hasta el borde de la cama. No hay bebé, no hay esposa. No tengo papá ni mamá. De mis hermanos no se nada. Mi hija se ocupa de mí, pero también tiene cosas más urgentes. Además mi hija es mi hija, no es mi compañera que ya no está. En pocos segundos pienso en mis amigos ausentes, en la gente que amé. Pienso en tantas cosas que me hacían amar y rabiar, tan queribles y necesarias ahora en esta soledad llena de remedios y confusión, esta soledad irreversible y terminal. Adivino en la pared en penumbras las formas de los retratos llenos de ausencias de las miradas fijas y sonrientes de tanta gente y tanta nostalgia.
Cierro los ojos y cuento uno, dos, tres… pienso en ella. Ahora dejo que mis brazos estén pegados a mi cuerpo. Me relajo y niego mis ochenta y siete años. Esto es una pesadilla, me digo. Sé que está a mi lado, tiene que estar a mi lado, pero no la toco. Necesito la ilusión. Juego a demorar el momento de mi mano en su piel tibia. Y mi hija debe estar en la cuna al otro lado de la habitación. No la oigo, pero seguro que debe estar por ahí. Apenas oiga un ruidito me secaré las lágrimas y me levantaré a prepararle el biberón. Porque esta noche ocurrirá de nuevo, me levantaré y seguiré siendo yo mismo insistiendo en vivir mi vida.
Este es uno de los textos que fue leido por el conductor de radio Mario Pergolini en su programa de radio, acá dejo el link de un blog donde están todos estos textos.
http://textosvorterix.blogspot.com.ar/2012/04/10042012-mobius_9426.html