Texto publicado por TTS Fer

Cuento picaresco: Sopa de piedras.

Pedro Malasartes era pícaro y muy astuto. Un día se puso a escuchar una conversación entre varios hombres en la puerta de un bar. Ellos hablaban de una vieja avara que vivía en una chacra cerca del río. Cada uno contaba una historia peor que otra.

- la vieja es una tacaña. No da comida ni para los perros que cuidan su casa- contaba uno.

-Cuando llega alguien a almorzar, cuenta los porotos antes de ponerlos en el plato- decía otro.

Pedro Malasartes escuchaba y pensaba. Entonces entró a la ronda de conversación:

- ¿Quieren apostar a que ella me dará un montón de cosas y con muchas ganas?

- ¡Estás loco! -dijeron todos- ¡Aquella avara no da ni una sonrisa!

- Bueno, apuesto que a mí sí me va a dar – insistió Pedro-. ¿Cuánto quieren apostar?

El grupo apostó mucho, porque la conocía muy bien.

Pero Pedro Malasartes, que no era nada tonto, ya había hecho su plan. Juntó sus ropas, unas ollas, un brasero, preparó la bolsa y se fue para la casa de la vieja.

Era un poco lejos, pero con tal de ganar la apuesta, Malasartes no sintió pereza.

Pedro fue acercándose y se instaló frente al portón de la chacra. Tardó un poco en ser descubierto y al darse cuenta que la vieja ya lo había visto, juntó leña, preparó el brasero, encendió el fuego y puso una olla llena de agua.

Pasó todo el día fingiendo que cocinaba.

Desde su casa, la mujer espiaba intrigada. La olla continuaba en el fuego. Y Pedro cada cierto tiempo ponía más leña.

La vieja no resistió más la curiosidad y se fue a echar un vistazo. Pasó cerca, miró y se fue. Pedro continuó como si nada, poniendo más leña en el fuego, y a veces, más agua en la olla.

Al día siguiente, la olla continuaba en el fuego, el agua hervía y hervía. Pedro ponía más leña y la vieja, acechaba desde su casa.

Sin poder aguantar más la curiosidad, salió para mirar de cerca.

Pedro pensó: ¡Esta es mi oportunidad!

Tomó unas piedras del suelo, las lavó bien y las puso dentro de la olla. Continuó abanicando el fuego para cocinarlas más rápido. La vieja, quien miraba sin hablar, no pudo más y preguntó:

- Hola joven, ¿está cocinando piedras?

- Sí, señora, ¿no lo ve usted? – respondió Pedro-. Voy a hacer una sopa.

-¿Sopa de piedras? – preguntó la vieja-. ¡Nunca vi algo semejante!

- Se puede hacer una rica sopa de piedras- observó Pedro sin darle mucha importancia a la conversación.

-¿Tardará mucho en cocinarse?- preguntó la avara llena de dudas.

- ¡Tarda bastante!

- ¿Y se puede comer?

- ¡Claro, señora! Si no, ¿para qué iba a perder tiempo?

La vieja miraba las piedras, miraba a Pedro. El, mientras tanto, ponía más leña, soplaba el fuego y la olla hervía cada vez más. La vieja seguía incrédula.

-¿Es sabrosa esta sopa?- preguntó después de un silencio no muy largo.

-Sí – respondió Pedro Malasartes-. Pero resulta más rica mientras más tiempo tarda y sobre todo si se le ponen algunos condimentos.

- Si me permite- dijo la mujer-, voy a buscar algunos.

Fue y trajo cebolla, perejil, sal, ajo y una curiosidad que cada vez se hacía más grande.

- ¿La señora no tiene tomate? – preguntó Pedro.

Ella fue corriendo a buscarlos y volvió con tres, bien maduros.

Pedro puso todo dentro de la olla, junto con las piedras debidamente lavadas y metió más leña.

- Va a salir bien sabrosa- dijo él-. Pero si tuviera un pedazo de cerdo…

-Yo tengo en casa-dijo ella y fue a buscarlo.

El cerdo en la olla, la leña en el fuego y la vieja sentada, mirando. Sólo se escuchaba el hervor de la sopa. Después de un rato, ella preguntó:

-¿No se necesita nada más?

- Bueno, quedaría más rica si le pusiéramos unas papas y unos fideos…

La vieja ya con ganas de tomar sopa preguntó:

-¿Podré probarla cuando esté lista?

-¡Claro, señora!

Entonces, fue y trajo las papas y los fideos.

Entre tanto, Malasartes atizó el fuego, para que los fideos se cocinaran rápidamente.

Poco tiempo después, ya con la boca hecha agua y convertida en ayudante del cocinero Malasartes, la vieja dijo:

- ¡Hum, la sopa está bien olorosa! ¿Será que las piedras ya están blandas?

En vez de responder, Pedro preguntó:

- ¿No tendría la señora un chorizo ahumado? ¡ Quedaría tan rica!…

La mujer volvió a la casa en busca de chorizo.

Cuece que te cuece, la sopa quedó lista.

Malasartes pidió dos platos y dos cucharas. La vieja fue a buscarlos con presteza.

Pedro llenó los platos y le dio uno a ella. Separó las piedras y las tiró lejos.

- ¡Cómo! ¿No vamos a comer las piedras?

- ¡Claro que no! -exclamó Malasartes-. ¿Acaso tengo dientes de hierro para comer piedras?

Y dando media vuelta, partió lo más rápido que pudo a cobrar la apuesta.