Texto publicado por TTS Fer
Mi amigo musical
Él está acá conmigo, a veces en mis manos, a veces en mi regazo, guardado en un cajón, sobre mi escritorio, en la mochila.
Me acompaña a todos lados. Me acompaña porque yo se lo pido, y él, amigo ovediente, gran confidente, no se hace problemas, nunca me dice que no.
Sabe toda mi vida musical. Sabe que hace medio año me trajeron nuevos audífonos de los Estados Unidos, con los que casi escucho perfecto. Sabe que pasé duros años, musicalmente hablando, y sin embargo nunca me rendí. Algo sordo, pero fuerte, tocaba y trataba de cantar igual, mientras me aislaba de la música física refugiándome en la música por computadora.
Él, tan lindo a pesar de sus años, tan limpito y brillante en su estuche de cuero, sabe que ya no tengo un teclado mini de su marca ni de sus competidores. Escucha y comprende cómo extraño aún aquellos pianitos de juguete, para mí no tan de juguete, que tenía en mi niñez. Como buen vividor de los 80s me dice que no me preocupe, que, mientras siga vivo y funcionando, estará acá, conmigo, dándome musicalmente todo lo que pueda. Me cuenta, para bajar un poco la nostalgia (pero en realidad para subirla más) viejas historias, de todo un viejo ochentero, de los músicos electrónicos de la época, de amigos y competidores que salieron al mercado. Con una base electrónica generada por él mismo y sus pocos kits de percusión me cuenta cómo muchos músicos y aficionados lo usaban como sintetizador, lo programaban. Sabe que soy ciego, que fue de mi tío desde que era chiquito, historia que no me quiere contar muy bien, y que ahora lo estoy manejando lo mejor que puedo. Pero se sorprende gratamente cuando le modifico un parámetro a su sintetizador.
Me ve husmear por Internet. Escucha conmigo a través de YouTube música, canciones, sonidos de algunos colegas suyos. Recuerdo con él aquellos pianitos que tuve, de su marca. Pero muy importante, va conmigo a muchos sitios, salimos de casa. Él sabe que hace poco me hicieron un hermoso regalo: Un enorme teclado, pero ya gigante y pesado como un piano, de manera que fue difícil mudarlo y más aún que yo lo tenga en casa. Sabe entonces él que pocas veces puedo estar con aquel gran regalo, de marca roland. Sabe que lo conocí y antes de conocerlo, estaba imaginablemente ancioso, por lo que me habían descrito de él. esa temporada este pequeño amigo estaba ahí, me escuchó despedir al piano enorme con mucha dificultad, mientras yo tenía miedo y un egoísmo aparente porque mis hermanitos lo tocaran y rompieran.
Pero él no, él mientras tanto está acá. Salgo de mi casa, y va conmigo. A veces incluso me acompaña a la facultad. Otras veces salgo con una amiga, o simplemente salgo por ahí y, como no quiero llevar la computadora y de todas maneras estoy con gente o haciendo cualquier otra cosa, él igual me acompaña, está al menos bajo mi brazo por si de repente por alguna razón (y sin una razón incluso) quiero ponerle música a la situación. Aunque esa música sea limitada, monofónica, ochentosa, artificial, no muy agradable para la gente de oído exigente. Es charlar, tocar el tema de la música y no dudar en tocar aunque sea una pabadita, y si tengo ganas hacer uso de su sintetizador en vivo y en directo. Sí, soy electrónico hasta fuera, no puedo evitarlo.
Él por supuesto sabía que hacía clases de canto. De hecho ha asistido conmigo, haciendo las veces de metrónomo y conociendo a mi profesora. Ella, naturalista como los buenos músicos, no se disgustó de escucharlo y mucho menos de mirarlo, pero sin duda prefería mejor sonido. Yo también prefiero mejor sonido (y él mismo lo sabe y no se hace drama) pero claro, será cuando ahorre lo suficiente y me compre algo tal vez más actual.
Él, que no nació ayer, que nació en el 81, dice que donde me compre un nuevo pianito voy a dejarlo, lo sabe, voy a guardarlo ahí en el cajón junto a otras porquerías y voy a estar haciendo sonar constantemente al nuevo pianito. Yo trato de convencerlo de que no, de que voy a estar con ambos, recuerdo cuando era chiquito y tocaba 2 o 3 pianitos al rato y al mismo tiempo incluso. Pero él ya tiene una vida, es más grande que yo, tiene 36 pirulos, lleva una vida de música electrónica y conoce muchísimo más que yo, y no es de chuparse ninguna de las teclas. No siente celos, no siente nada. Él es plástico, cables, condensadores, aluminio muy en su interior tal vez, y otros materiales de construcción que ahora mismo no recuerdo. Pero sí tiene una gran inteligencia, limitada a un amigo de la época, pero tiene una inteligencia mucho más abanzada que otros amigos de juguete y hasta más modernos que tuve. De alguna manera sabe que extraño mucho a sus compañeros también algo más grandes pero pequeños, infantiles, cuyos sonidos me atraen poderosamente.
Él vio cómo se me vorraba la sonrisa cuando yo sin querer lo desconfiguraba. Pero sobre todo me vio llegar a llorar cuando él mismo se rompió. Un buen día dejó de prender. Yo no le había hecho nada, que yo sepa. Lo conecté a la corriente incluso, pero nada. No andaba más. Temí lo peor, pensé que definitivamente todo lo que llegara a mis manos tuviera el tiempo que tuviera terminaba roto. No podía ser. No lloraba cuando de niño se me rompía un juguete. Pero sí ahora, cuando él dejaba de andar. Para mí no era un juguete. Tal vez lo era relativamente, pero no. Era además al único compañero musical no de juguete, al más pequeño que me podía llevar por ahí incluso. Tenía instrumentos pequeños pero claro, de viento o percusión, lo que no ejecuto con el mismo placer que a un teclado y mucho menos histórico, nacido allá por el 81 y siendo muy popular en la época. No lo podía creer, que se me rompiera él era que se me rompiera un gran amigo. Era como cuando se me rompía la computadora. Algo me faltaba.
Gracias a Dios pudo arreglarse. La unidad lógica estaba dañada, pero hoy día vuelve a funcionar. Prende, suena, a todo volumen si yo quiero, y suena de nuevo en su afinación original. Eso sí, yo lo estoy mimando y cuidando con mucha fragilidad, lo que hago desde que su anterior dueño me lo dejó. Trato de no moverlo muy bruzcamente, de que no sienta ningún vértigo y que por supuesto siga sonando.
Mientras tanto, sin rechistar, hace como puede las melodías que yo quiera y, si es necesario, saluda a mi computadora y juntos tratan de hacer un trabajo más o menos decente.