Texto publicado por JAIME MAURICIO GAITÁN GÓMEZ
EL LENGUAJE GESTICULAR, PRÁCTICA DISCRIMINADORA.
El mundo en el que vivimos, es percibido en su belleza a través de la visión, lo que podemos complementar por los olores, sabores, sonidos, temperaturas, suavidad o tosquedad de cuanto nos rodea, percepciones que nos permiten formarnos juicios particulares al interior de las mentes y a partir de ellos, generamos las conductas y acciones que afectan nuestros destinos.
La falta de la visión que muchas personas experimentamos, según algunos investigadores, nos reprime de por lo menos, el ochenta por ciento de la información con la que el común de las personas son bombardeadas y siendo precisamente el manejo de las imágenes y las gesticulaciones elementos implícitos en esta predominante forma de transmitir o recibir dicha información, nos lleva a quienes por diversas circunstancias, somos ciegos, o cuya baja visión, les hace parte como a nosotros de la población con discapacidad visual, a tener que enfrentar la cotidianidad de manera sesgada, situación que hace que las decisiones que tomamos para desenvolvernos en este mundo materialista, no sea la más idónea y debido a ello, los juicios sobre los que tomamos tales decisiones, son precarios o en el mejor de los casos, contaminados por los imaginarios que tenemos en nuestras mentes que son generalmente, limitados.
Probablemente, entender este planteamiento de manera racional, no le debe generar dificultad alguna a quienes lo estén leyendo… Lo difícil es accionar consecuentemente con dicho entendimiento, en la medida que las reacciones de quienes hacen parte de nuestro entorno socio familiar dependen de sus propias e individuales vivencias, las que están plenamente relacionadas con la manera como han obtenido la información con la que son bombardeados permanentemente, información con la que sus pensamientos, consciencias y personalidades se forjan diariamente y con cada una de las experiencias vividas, las que son pletóricas de imágenes conformadas por inmensas paletas cromáticas y variadas figuras que determinan el cauce de sus pensamientos y sentimientos, lo que definen el curso de sus destinos y el juicio que se forman de sus entornos.
Todos estos prejuicios individuales, llevan a que cada persona que nos rodea, tenga un preconcepto en cuanto a nuestra condición y nos consideren “superhéroes”, o, “pobrecitos inválidos”, siendo en ambos casos, despropósitos que les impide vernos como personas con sentimientos, frustraciones, alegrías, tristezas, potencialidades… en general, “personas” como cualquiera de ellas.
Pero lo que resulta más difícil de ser entendido por quienes nos rodean porque no tienen consciencia de la manera adecuada de comunicarse con nosotros, por el hecho que los códigos visuales contienen todo tipo de señas o gesticulaciones faciales o corporales comúnmente usados por ellas, es que creen que debemos estar disfrutando o compartiendo lo que estén experimentando individual o colectivamente en un momento determinado y como no reciben de nosotros las respuestas esperadas, como sí se las ofrecen las demás personas que de manera autómata, hacen uso de señas, gesticulaciones, movimientos o cualquier otro elemento visual, llevándolas a estigmatizarnos y rotularnos como no sociables, que somos personas ariscas, poco inteligentes o con quién sabe qué otros desequilibrios sociales o personales, todo por no poder dar respuestas oportunas a los estímulos propios cuando una comunicación se genera sin ningún preámbulo o planeación.
Generalmente, cuando estamos en algún escenario compartido con varias personas que se están comunicando oralmente y complementando esa interacción con los instintivos gestos, movimientos corporales, señalamientos digitales, etc., nosotros por la falta de visión, perdemos los contextos, resultando la solución más fácil para quienes nos rodean, ignorar nuestra presencia, siendo en el mejor de los casos, abordados por algún buen samaritano que condoliéndose de la situación, se nos acerca para preguntarnos cualquier cosa fuera de contexto, ayudarnos a recibir algún refrigerio que eventualmente esté siendo repartido, o, si somos parte del tema que se esté tratando si estamos en el receso de alguna conferencia cuyo tema esté relacionado con las personas con discapacidad, manifestarnos su “admiración” por la “valentía” de quienes nos atrevemos a hacer cosas no esperadas por la sociedad.
Pero hemos experimentado algunos avances como por ejemplo, habernos encontrado con meseros en restaurantes que se toman el trabajo de describirnos los menús, indicarnos la posición de los platos, cubiertos y alimentos, azafatas o empleados de aerolíneas que sirven de lazarillos en los aeropuertos, etc., pero como se puede observar, se trata de escenarios muy particulares en los que el servicio al cliente, es una manera de mejorar el mercadeo de tales servicios, servicios que no pueden ser demandados por la mayoría de quienes pertenecen al sector poblacional de personas con discapacidad visual, lo que de alguna manera, es también discriminatorio.
En síntesis, la falta de facilidades para nuestra inclusión social, depende básicamente de la no comprensión de nuestras necesidades comunicacionales, aspecto que solo se superará si la gente que nos rodea, se pone en nuestros zapatos y deja de ser tan egoísta.