Texto publicado por Melany Gachicha Gómez

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 7 años.

El deseo de mi infancia: Una anécdota para compartir.

Todos tenemos nuestros propios deseos. Sueños, ilusiones, grandes expectativas acerca de la vida, entre otras cosas. Yo creo que los que más deseos tienen son los niños, pues su inocencia pura les permite volar e ir mucho más allá que un adulto, seguramente. A lo mejor ese sueño sea difícil de hacerse realidad, pero un niño con su mente tan joven y ajena a los verdaderos problemas de la vida, no los ve, por suerte.
Yo de niña, por ejemplo, he tenido tantas ilusiones. Pero hoy les comparto a ustedes esta anécdota, yo diría, el deseo más grande que tuve en toda mi infancia. No me gusta pensar en cosas del pasado, porque en lugar de alegrarme, me trae una especie de nostalgia que posteriormente se convierte en un desánimo temporal, y no me gusta sentirme así. No me gusta sentirme triste por una idiotez. Pero, afortunadamente, sí hay un recuerdo bonito de destacar, o al menos para mí.
¿Cuál es este famoso deseo que yo tenía de niña?
Mi deseo era nada más y nada menos que conocer el mar.
Así es, lo dije bien: Conocer el mar. Tal vez algunos se sorprendan, tal vez otros no. Algunos tienen una playa a 30 minutos de su casa, otros la tienen a más de 4 horas, y ese era mi caso, señores. De pequeña (No recuerdo con exactitud desde qué edad comenzó todo esto) me dio curiosidad por saber cómo es el mar, de ir a una playa. Lo veía en mis dibujitos, en Discovery Kit, cuando mostraban a los típicos amigos que iban a pasar el día en la playa, y el episodio se ambientaba con esa música tipo hawaiana, de esas que te dibujan un paraíso en la imaginación. Yo sabía que el mar era enorme, pero yo, en mi mundo de inocencia, me imaginaba el mar tranquilo, es decir, sin olas. Había escuchado hablar sobre la marea baja y la marea alta, pero no tenía bien definido ese concepto.
La cosa es que a mi mamá comencé a contarle este deseo que tenía y que quería hacerlo realidad. Para algunos, mi deseo les parecerá algo poco importante, pero en ese momento, lo era todo para mí. Admito que alguna vez fue el mayor de mis sueños, que visualizaba en mi mente a mi familia y a mí en una playa frente al mar, tomando sol, mis padres tomando mates y mi hermano menor y yo, haciendo de las nuestras. Mi hermano menor que se llama Ezequiel, lo visualizaba jugando en el océano. Y yo, como no sabía nadar, me encontraba en la orilla, jugando en la arena con un balde y una palita, de esas de juguete que se consiguen en las jugueterías y que también se venden en las mismas playas, por lo menos en mi país. Esa era mi visualización y me encantaba imaginarme a mí frente al mar, conociéndolo, oyéndolo, cumpliendo ese deseo al fin.
En 2012 (Año en el que egresé de la primaria) mi mamá me dijo que me llevaría a conocer el mar, que nos iríamos de vacaciones al fin. Lo cierto es que hasta antes de ese año, nunca en mi vida me había ido de vacaciones. Aunque no lo crean, mi familia no se iba de vacaciones desde hace 20 años más o menos. Sí, más o menos, y sí, mucho tiempo. Con cosas de la casa y por estar conmigo en todo momento, mi mamá nunca se pudo tomar un descanso, hasta que ese año lo tuvo decidido y concluyó en sacarme un poco, de llevarme a la playa para que yo pudiera conocer el mar, ya que yo era muy insistente en ello.
Así que en diciembre de ese año, mis padres compraron un viaje con destino a Mar del Plata, una ciudad muy concurrida por los turistas y los mismos bonaerenses, donde obviamente y tal como su nombre da para pensar, se encuentra el mar. Dicha ciudad se haya a más de 400 kilómetros de donde yo vivo, y para ahorrarles en investigarlo en Google Maps, son 6 horas de viaje, dependiendo al tráfico. Como no teníamos auto, iríamos en ómnibus (Aquí se los llaman micros, pero en mi estricto vocabulario yo lo llamo ómnibus, lo confieso, no me gusta usar los modismos de mi país). En ómnibus son 6 horas, tal como lo mencioné.
En diciembre yo ya había terminado el primario y tenía tooodas las vacaciones de verano libres, sin preocupaciones, sin nada para hacer, y feliz de que estaría cerca de cumplir ese sueño de conocer el fantástico mar, que para mí era algo muy llamativo. Nos iríamos por tres días y dos noches, hospedados en un hotel que ya venía incluido.
En la madrugada del jueves 20 de diciembre, ya como a las 3:30 A.M, mi familia y yo estábamos listos para viajar. Nuestro ómnibus salía a las 5:30 y minutos antes teníamos que estar en esa terminal. Quienes viajábamos eran mis padres, un hermano mayor que yo llamado Nicolás, y mi hermano menor el cual reitero, se llama Ezequiel.
La cosa es que todos estábamos listos, cuando de repente surgió un inconveniente: Nosotros íbamos a ir en remís hasta la ruta para poder tomar un bus que nos llevaría hasta esa terminal, y la secretaria de la agencia de remises se olvidó que tenía que mandar un auto para esa hora. Para evitar perder más tiempo, mis padres decidieron que iríamos por nuestros propios medios hasta la ruta, y debido a que no pasaban buses por el barrio a esa hora, no tuvimos más remedio que ir caminando esas 12 cuadras.
Así que salimos y comenzamos a caminar. Anteriormente había llovido, el cielo no era muy bonito que digamos, las calles estaban mojadas y en las partes de tierra había lodo, y mi mamá me ayudaba a atravesar esas partes. Mientras caminaba temí que quizás no llegaríamos a tiempo y que perdería el viaje a mis vacaciones soñadas, que no podría cumplir ese deseo de conocer el mar. Pero durante el camino no estuve sola: Sentí que había alguien a mi lado, alguien que me acompañaba y que me guiaba o nos guiaba a todos. El silencio se sentía en esas calles, las cuales no circuló ni un automóvil, hasta que finalmente llegamos a la ruta donde se notaba a simple vista el paso de los vehículos, y, ¡Ocurrió un milagro!
Justo cuando pusimos un pie en la ruta, pasó un ómnibus, y era el ómnibus que teníamos que tomar hacia General Paz, y desde allí, otro para Liniers, donde se encontraba la famosa terminal. Subimos al ómnibus y yo estaba más aliviada porque teníamos más posibilidades de llegar a tiempo, como una hora después, ya nos encontrábamos en ese lugar mencionado anteriormente. Y ahora, a esperar otro bus o algo para llegar hasta Liniers. Y de suerte, nos encontramos a un taxi que aceptó llevarnos a destino, y ahí fuimos todos, mis padres conversando con el taxista, comentándoles que nos iríamos de vacaciones, y yo callada, posiblemente pensando, como siempre. Llegamos hasta la terminal de Liniers, nos bajamos del auto, el buen señor nos deseó un buen viaje, mis padres le dieron las gracias por trasladarnos, y luego el coche se alejó.
Finalmente estábamos allí, en esa terminal, en ese lugar lleno de buses y uno de ellos me llevaría a cumplir mi deseo. Eran más de las 5:00 A.M, habíamos llegado más temprano de lo que imaginamos mis padres y yo. Aprovechamos esos minutos y nos cambiamos los zapatos, ya que estábamos algo afectados por el lodo y la llovizna del camino hacia la ruta. Luego compraron unas galletitas para comer en el viaje, minutos después llegó el ómnibus, y cuando nos llamaron subimos a él.
Más tarde, el bus se puso en marcha, rumbo hacia Mar del Plata. Y yo me encontraba en mi asiento, aliviada de verdad porque mi deseo se estaba haciendo realidad.
Esos tres días la pasé muy bien en mis mini vacaciones, el primer día fuimos a la playa, donde me encontré nada más y nada menos que con el océano, paisaje que quería contemplar hace mucho tiempo ya. Y allí me llevé la sorpresa de mi vida: El mar no era tal como me lo imaginaba. No era pacífico, por el contrario, las olas iban y venía, el mar se iba y regresaba, trayendo de regreso arena y caracoles. Me metí un poco al mar, no tanto porque no sabía nadar y temí que éste me arrojara (Aunque mi hermano menor se atrevió a ir más allá) y yo iba en compañía de mi papá, mientras mi mamá y Nicolás estaban sentados tomando mates. Cada tanto yo recogía caracoles ya que me gustan y los colecciono.
El segundo día también la pasamos bien, pero el mar estaba más bravo y yo pude comprobarlo por mi cuenta. Hubo un momento en el que me encontraba jugando en la arena tranquilamente con mi balde y mi palita, cuando de repente vino una ola que casi me tapa, y a partir de ahí me fui más allá, para evitar que otra ola me volviera a arrojar.
El tercer día no fuimos a la playa porque nos teníamos que volver, aunque el día estaba hermoso, pero el mar estaba furioso. Había una bandera negra que te lo indicaba.
Y así fue como esta niña conoció el mar, de esa forma y en compañía de estas personas, de mi familia. Regresé a mi casa feliz porque definitivamente, mi deseo se había cumplido. El mar no era tal como me lo imaginaba, pero pude comprobar su forma al fin.
Y esa fue una de las experiencias que me demostraron que nada es imposible, y que cuando alguien desea con tanta fuerza, se cumple. Los niños reflejan esa fuerza que muchos han perdido, y yo trato de no perderla.
Me quedó un bonito recuerdo de esas pequeñas vacaciones y esperaba algún día poder regresar a esa bonita ciudad, de regresar a Mar del Plata y conocerla un poco más.