Texto publicado por TTS Fer

Solo con mi soledad

Hay gente a la que le encanta vivir en soledad. Es mucho más feliz. Estoy de acuerdo con lo que se dice por ahí, mejor solo que mal acompañado. Yo lo comparto.
Hay gente que no soporta la soledad. No puede verse en esa situación, necesita a alguien. Necesita un amor, un amigo, una amiga, algo. Ya no soporta esa edad, a veces la distancia de otros amigos en cuanto al espacio físico ya no le es suficiente. Necesita abrazos, besos, mimos, necesita a esa persona a su lado. Sí, porque necesita salir con esa persona, necesita estar con ella y no depender ni de una compuutadora ni de un celular. Le pasan los años incluso, hace todo lo que puede (también está la que ni siquiera intenta) y nada, sigue en las mismas. Se desespera, no lo soporta, siente una soledad muy profunda y aunque no suene ni sus ojos lagrimeen, llora. Se lame las heridas una y otra vez.
Hay gente que a veces no se entiende. Parece amar la soledad. Prefiere estar sola, pero a lo mejor necesita una soledad moderada. Necesita a una, o dos personas de todas maneras con quien contar. A quienes tener ahí, a su lado. No habla de vivir con una mujer, por ejemplo. Necesita salir con esa persona, novia, novio, amiga, lo que quieras, y desahogarse. En caso de tener una discapacidad y si su corazón es como el mío, tal vez lo necesita más.
Hay gente que tiene una suerte bárbara de tener un círculo social muy amplio. Sale cuando quiere y con quien quiere y, por si fuera poco, sigue conociendo a más amigos, a más amigas. Y, por si faltaba, no tiene dificultades en encontrar el amor. Y si el amor no funciona, no tiene dificultad en probar con otro. Esta gente normalmente no tiene ninguna discapacidad, y me consta que a nosotros, que tenemos menos suerte, nos miran para abajo, nos hacen a un lado, menos suerte nos hacen tener en una amistad física, en un amor físico. Acá recurrimos nosotros a la amistad y al amor virtual. Estamos en un círculo de cristal, quizá no sea ni círculo, quizá sea todo un cuadradote. Acá estamos nosotros. Nos rodea, en realidad, una soledad infinita, oscura, agobiante, desesperante.
Hay quienes se resignan, dicen que eso les tocó, y acá están. Habemos quienes decimos que no podemos seguir así. Habíamos quienes éramos muy buenos socializando con otras personas, desconocidas incluso, pero por razones que solo el destino sabrá, se nos fue todo al carajo. Ahora no tenemos fuerzas para intercambiar palabras, abrazos, mimos, nada, con el que está ahí. Debemos analizar qué nos pasa. Lo intentamos y estamos en las mismas. A veces sentimos un síntoma de timidez, o nos aturdimos, o no encontramos valor. Hay de todo.
Entonces, habemos quienes en parte nos gusta que una gente indeseable nos deje cancha libre, y por lo tanto queremos hacer nuestra vida. Pero, si se habla desde el fondo del corazón, no es toda la gente. Necesitamos amigos, amigas, de nuestra edad. Que sean ciegas, sordas, mudas, incluso que nos esperen sonrientes o con la cabeza gacha en una silla de ruedas y, si Dios así lo dispuso, sin poder dar la mano, sin poder hablar. O si no, gente sin ninguna discapacidad, o sea, oportunidad que llegan menos y no habría que dejar pasar nunca, porque muchos prefieren hacernos a un lado.
Bien, habemos quienes no aguantamos un grado de soledad muy fuerte, y mucho me temo que estamos rodeados de gente que acá, a la distancia, desde su territorio, algo nos quiere... Pero no siempre es suficiente, seguimos en la misma soledad. Necesitamos entonces a alguien que, tal vez lo tuvimos y ya se nos fue, venga a nuestra casa, nos invite a la suya, nos invite a salir o se deje invitar, nos llame, a ver si estamos bien, si estamos vivos, si necesitamos algo, si no necesitamos nada pero sí tal vez salir de ese mundo cristalino y virtualino.
No podemos salir de casa. No porque no lo quieramos ni lo intentemos. Tenemos a nuestra abuela enferma, tenemos a nuestro papá que ya no nos quiere para nada, tenemos a nuestra mamá deprimida, y tal vez de alguna forma nos afecta. Sí, nos saca las ganas, nos queremos ir, y no tenemos a dónde. Y entonces acá nos refugiamos. Muchos chicos y chicas a la distancia. Te quieren, se prenden y te escuchan, charlan y se distraen, pero nada más se puede hacer. Seguís acá en tu casa, estresado, aburrido, lamentando la pérdida de una gran amiga, la enfermedad de tu abuela, la negativa de tu viejo. Sentís que todo se te fue al carajo. Tu mamá no tiene ganas de salir, de dar una vuelta con su marido dejándote solo y que vos te hagas algo de comer, algo diferente a lo que te sabés hacer, que, no nos engañemos, es poco, no es suficiente para mantenerse por ejemplo por toda una semana estando solo en tu casa, encerrado como loco malo.
Bien, nadie de esta gente que sin duda te adora puede hacer nada. Están allá, en otro plano, en otra tierra, y nada pueden hacer. La única posibilidad que les queda es hacerte el aguante moral. Seguís en las mismas. No te queda otra que seguir luchando contra la completa independencia, contra el vencimiento de los bloqueos, contra lo que diga tu gente cercana, y como te decía, contra esa soledad asfixiante, insoportable. No obligues a alguien de la otra punta del globo a venir a socorrerte, no tiene ni cómo ni por qué. Hay que combatir todo por nuestra propia cuenta, pedir ayuda, sí, y aceptar la que se nos ofrezca. Pero claro, la rechazamos, sobre todo si viene de gente que no tiene paciencia. Y seguimos en las mismas. Yo antes me tomaba todo con mucha calma, creo que llegó la hora de ponerse manos a la obra entonces.