Audio publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez
El lamento del ángel
El lamento del ángel.
Fué la primera vez que la vi a través de las pupilas del espejo…
Era una niña de tan solo 14 años, llena de vida e ilusiones, pero tan sola...
Sufre la agonía de ser hija única de una madre soltera que la sobreprotege creyendo que hace bien. La alejó de toda su familia, de sus amigos, y tal vez, hasta de ella misma.
Estudiante de secundaria apática y prepotente, nunca supo ganar amigos ni la simpatía de nadie. Ésto provocó que empezaran a hacerle bulling. Primero fue leve, luego subió de tono, hasta que llegó el día en que se atrevieron a romperle sus cosas y golpearla.
Las autoridades escolares no hicieron nada. Y después de mucho batallar, yendo y viniendo de una oficina a otra, su madre optó por cambiarla de escuela.
Iniciado el nuevo ciclo escolar la vi varias veces por el callejón, siempre con la mirada perdida y caminando como entre nubes.
Yo la observaba por los cristales de las ventanas.
Me parecía tan bonita y tan alta para su edad, pero su cara sombría me decía tantas cosas que su boca callaba.
No era necesario ser psicólogo para darse cuenta de que aquella criatura necesitaba ayuda, pero sobre todo, compañía que le ayudara a levantar su autoestima y valores.
La vida es así. Parece que a algunos los favorece mientras que a otros los hace a un lado.
Todos tenemos oportunidades. Sería inútil decir que son las mismas, pero, al fin y al cabo, oportunidades que cada quien va descubriendo y aprovechando si se quiere.
La niñez es fantástica porque en ella muchos aprenden solo a reír.
La adolescencia es crítica porque es la etapa de la vida en la que se busca ser aceptado por los demás.
La juventud es un camino de ilusiones en el que forjamos nuestro destino para la edad adulta.
Sin embargo la vida es bella en cualquier tiempo que estemos viviendo. Todo ésto me hubiera gustado entenderlo a tiempo.
Aquella mañana todo era bello.
El sol, las pequeñas nubes blancas que pasaban por el cielo como gaviotas, el azul del mar era mas brilloso e incitante, la arena suavecita que invitaba a tirarse en ella.
Caminé por la playa saboreando los acontecimientos del día.
Por fin alguien me miraba con otros ojos.
Alguien me dijo que me quería, y yo lo creí. Mi corazón dio un vuelco, y sentí que mi vida cambiaría de rumbo en ese mismo instante.
Salí de la última clase y Juan me esperaba en el pasillo.
Cuando dijo... “venga mi niña que yo la esperaré esta tarde en la playa”.
Desde entonces fui feliz.
Mi vida se concentró en ese amor tierno de la primera juventud.
Pasaron los días sin que me diera cuenta.
Los problemas de la escuela y de mi casa ya no me importaban tanto, pués ahora contaba con alguien que me escuchaba, y con la música de su risa hacía cambiar cualquier cosa fea en algo lindo.
Viví este amor como se viven siempre los primeros amores.
Me entenderá solo quien ha estado enamorado, porque el amor nos cambia la vida. La vemos de colores diferentes. Nos vuelve valientes, y por el ser amado somos capaces de enfrentarlo todo.
La tormenta empezó hace unos minutos con toda su furia. Los rayos hacen estremecer la tierra mientras que la luz de los relámpagos se filtra a través de las cortinas. La sala es pequeña y está llena de gente. En el centro se encuentra el ataúd...
Un trueno.
La luz parpadea y se va.
Los cirios recortan el contorno de la caja.
Ni un ruido...
Todos, consternados, solo atinan a mirarse unos a otros sin acabar de comprender.
En un rincón de la sala una mujer llora con un llanto suave apenas perceptible. No se explica cuáles fueron los motivos que la orillaron al suicidio.
¿Qué le hizo falta?. Si se le daba todo, tenía comida de sobra, buenos vestidos y los mejores colegios.
Ella no entiende que muchas veces no necesitamos vestidos sino amigos.
En vez de zapatos, compañeros o gente a nuestro alrededor que nos aprecie y que podamos apreciar.
Sentirnos útiles haciendo algo por los demás.
Pero sobre todo compañía cálida y buena.
Me detengo junto a ella, solo que mi presencia nadie la nota.
Quisiera poder hablar con alguien para que sepan lo sucedido a mi niña a ver si así evitan que le pase a cualquier otra.
Parece que la tormenta se aleja.
En el silencio llegan a mi mente los últimos días llenos de acontecimientos.
La vi correr de prisa por la playa. Los ojos anegados en llanto. Yo, su ángel de la guarda, traté de alcanzarla y darle consuelo.
No puedo creer aún que la maldad humana haya pasado los límites de lo imaginable, y se haya ensañado en esta niña de la forma más espantosa.
Y pensar que me lo dijo tantas veces...
“Si Juan, algún día, me deja o me engaña, no podría soportarlo. Lo amo tanto que el dolor sería devastador. No, solo de pensarlo me quitaría la vida”.
Quien iba a saber lo que aquel grupo de perversos tramaban en su contra.
Como imaginar que Juan era el títere de Pamela y sería el instrumento con el cuál se vengaría de mi niña, solo por ser mas bonita que ella.
Caminó tranquila y feliz rumbo a la playa. Juan, su novio, la esperaría allí para decirle algo importante.
Ella se había arreglado con el mayor de los esmeros. Usó uno de sus vestidos azules en los que se veía mas bonita, puso en sus labios una pintura indeleble que le resaltaba su boca carnosa, y luego se calzó unos hermosos zapatos.
Yo la miré satisfecha por el espejo. Y aún mas, le infundí valor para salir de casa, pués su madre se lo había prohibido.
Nunca imaginé lo que pasaría en esa playa.
Cuando llegamos yo la tomaba orgullosa por la cintura.
De pronto se dio la vuelta y empezó a correr.
Me quedé parada mirando el horizonte y fue cuando los vi.
Juan y Pamela, la mayor rival de mi niña, estaban tumbados en la arena, desnudos.
Fui tras ella pero fue inútil.
El acantilado.
Su cuerpo destrozado.
Y ahora la contemplo sin poder respirar, y me parece tan bonita... tan alta... y tan fría.
Fin.
marilupis.