Texto publicado por Irene Azuaje
Vivir sin un “te quiero".
En América Latina, decenas de miles de niñas dan a luz cada año. Algunas,
víctimas de abuso y explotación sexual, como estos casos en Paraguay.
Francisco Javier Sancho Más Asunción 7 OCT 2017 - 00:01 CEST.
Planeta Diario EL PAÍS.
Dos menores de edad dan a luz cada día en Paraguay.
Dentro de diez años, dice Soledad, si nos volvemos a ver, haremos la entrevista
en su propia casa. En la suya, de verdad. Y no en esta biblioteca que nos presta
el proyecto Camsat (Centro de Ayuda Mutua Salud Para Todos), en una zona de Los
Bañados de Asunción, el barrio donde habita Soledad junto a 120.000 vecinos,
expuestos cada invierno a las crecidas del río Paraguay. Muchos, como ella
misma, han pasado hasta dos años en refugios precarios. Pero esta vez, el río no
fue la causa de que la entrevista se hiciera en un lugar distinto al de la casa
que comparte con su pareja y su cuñada.
A sus 21 años (su primer embarazo fue a los 16) ya ha vivido una larga historia
de resistencia. La acaban de inscribir en el censo de familias que ha llevado a
cabo Camsat. No incluyeron a su pareja ni a su cuñada. Puede que le asignen una
vivienda unifamiliar, de entre las primeras 1.600 que se levantarán de aquí a
ocho años. Es parte del proyecto de ampliación del paseo fluvial de Asunción (La
Costanera). Para ello, se tiene que elevar el terreno varios metros y realojar a
la gente de las zonas inundables del río.
Para Soledad, lo más parecido a una casa propia fue la chabola en la que se
refugió de la crecida del río durante dos años, en 2014 y 2015. El invierno
convierte la vida de los bañadenses en un infierno de incertidumbres. Ella
estuvo allí con sus dos hijos. El padre de estos tuvo que irse a una zona más
alejada. Y entonces sí, ella se sintió a salvo. No sólo del río.
Pero ahora, ha tenido que volver a la casa, donde es víctima de la brutalidad de
su pareja, cuando está bajo los efectos de la droga (crac, principalmente) y de
los desequilibrios de su cuñada. Entonces, ¿Por qué volvió allí?
—No tenía otro sitio adonde ir.
En Paraguay, más de 600 niñas, entre 10 y 14 años, quedan embarazadas cada año.
De niña sufrió abusos y explotación sexual. De esa niña, le ha quedado la voz
aguda y la mirada brillante. Persisten en ella desarmando al que la escuche. O
son los restos que aún guarda de una larga historia de resistencia. De
complexión menuda, hoy ha venido con un jersey negro, abierto, que se cruza en
forma de abrazo. Hace frío. Calza chanclas de goma, sin calcetines. El pelo
recogido con una pinza azul, como si hubiera tenido que salir a por un mandado
rápido.
En América Latina, uno de cada tres embarazos se producen en menores de edad.
Algunos llegan a las pantallas porque han sido víctimas de violaciones
intrafamiliares. Inmediatamente después, casi todos pasan al olvido.
El aborto sigue totalmente prohibido en países como El Salvador o Nicaragua,
aunque se practica ilegalmente. En otros, como en Paraguay, sólo se ejerce
cuando hay riesgo inminente de muerte materna en el parto, que precisamente es
una de las principales causas de mortalidad en adolescentes latinoamericanas. En
casos, como el de la niña de 10 años, apodada Mainumby, que salió a la luz
pública hace dos años, no se aplica, a pesar de haber sido víctima de la
violación de su padrastro.
Soledad nació en una familia de 11 hermanos. Nunca vivió con su padre. Su madre
compartía casa con otro hombre hasta que ella murió a los 41 años, a causa del
VIH/sida.
—A mi mamá le contagió el virus el hombre con el que vivía. Yo no lo quería
mucho. Ahora él está preso por violencia contra su otra mujer.
—¿Por qué no lo quería?
—Porque cuando mi mamá estaba dormida, él me tocaba.
—¿Fue el primer abuso que recuerda?
—No. A los nueve años, me acuerdo de que no teníamos agua aquí en Los Bañados.
Me tocaba ir a recogerla a un surtidor. El dueño me daba 2.000 guaraníes (30
céntimos de euro aproximadamente) si me dejaba tocar. Entonces yo le llevaba el
dinero a mi mamá. Le contaba que me lo habían regalado.
—¿Nunca le dijo la verdad?
—No… Cuando había fiestas yo salía con hombres que también me daban plata. Y se
lo regalaba a ella. Se ponía muy contenta. Yo creo que sí se daba cuenta, pero
nunca se lo dije.
—¿Cree que ella hizo algo parecido para mantener a la familia?
—Sí.
—¿La quería?
—Sí.
—¿La echa de menos?
—Sí.
Caterina probó una vida mejor mientras estuvo en un albergue para niñas y
jóvenes en riesgo de explotación sexual. El proyecto cerró por falta de fondos.
Miguel Lizana (AECID)
Con 11 años, su madre la envió a trabajar a un bar regentado por su tía. Allí se
encargaba de atender directamente a los clientes. Los hombres se la llevaban.
Soledad lo cuenta diciendo que “se iba con ellos, escapándose de su tía”.
—Entonces, estudiaba tercero de Primaria. Y nunca más regresé al colegio.
—¿Le gustaría seguir estudiando?
—Ya perdí la esperanza de estudiar. Con dos hijos y sin familia acá, sin
trabajo…
Según la campaña Niñas, No Madres, lanzada el pasado año por Amnistía
Internacional, entre otras organizaciones, en Paraguay, el 19% de las
embarazadas entre los 15 y los 19 años ha dejado de estudiar. En otra zona del
Bañado vive Loida, de 17 años y con un segundo embarazo (el primero a los 12).
Con el pelo alisado y brillante, vestida de domingo, en un aula de clase,
asegura que no abandonará los estudios, cueste lo que le cueste. Al igual que
Soledad, vive junto al río y se ha tenido que refugiar de este varias veces.
Pero a diferencia de Soledad, ha contado con el afecto de su familia y también
de su pareja. Además, tiene el apoyo de la Asociación Mil Solidarios y su Centro
de Atención Familiar (CAFA), financiado en parte por la fundación del grupo
empresarial Vierci.
Gracias a CAFA, donde se atiende a 60 niñas madres con apoyo escolar, formación
y atención psicosocial, explica Soraya Bello, coordinadora de Mil Solidarios,
estas jóvenes no dejan de estudiar, lo que es clave, no sólo para su formación,
sino para su propia autoestima y desarrollo. Con el aporte de la Agencia
Española de Cooperación y de la Diputación de Huelva, se han llegado a atender
hasta 120 madres adolescentes. Pero con los recortes de los fondos, han reducido
la población de beneficiarios.
Soledad no tuvo los apoyos de Loida para afrontar sus embarazos precoces. Antes
de los 15 años, cuando volvió con su madre, tras haber sido víctima de abuso y
explotación sexual en el bar de su tía, empezó a consumir crac. Los hombres la
llevaban a moteles, casas del barrio o a la misma calle.
—También estaban los hombres del río. Navegantes que cuando dejaban los barcos
en los astilleros, nos llevaban en lanchas por el río. Íbamos en grupos de
cuatro o cinco muchachas. Allí ganábamos más.
Una vecina de Soledad vive junto a un astillero. Prefiere que le llamemos
Caterina. No quiere que se conozca su nombre verdadero. El río lame la entrada
de su casa. Es un cuarto hecho con restos de un refugio, que también podrían ser
los de un naufragio: maderas, chapa, plásticos. Tiene 19 años. Dice que lo mejor
que le pasó en la vida fueron los cinco años que permaneció en un albergue para
muchachas en riesgo de explotación sexual, que regentaba la organización Luna
Nueva. Caterina entró allí con nueve años porque su padrastro intentó abusar de
ella y de su madre.
Raquel Fernández, coordinadora de Luna Nueva, explica que el albergue funcionaba
con un modelo de atención a largo plazo y con un presupuesto de unos 200.000
euros anuales y se mantuvo hasta 2012. Fue apoyado en parte por la Agencia
Española de Cooperación. “Pero el Estado paraguayo no asumió el modelo. En
cambio, el gobierno abrió un centro temporal para víctimas de trata. A nosotros
nos resultó inviable continuar con el albergue”.
Soledad cambia la conversación y habla de las drogas. De cómo se inició en
ellas, motivada, “no forzada”, dice, por una amiga que consumía cigarrillos y
crac. Pero quiere que se sepa que lo dejó, después de la muerte de su madre. Y
habla también de sus hijos, de cuatro y dos años. El pequeño los cumple en
julio. Los dos son del mismo hombre, con el que tuvo que volver.
—¿Ahora le sigue maltratando?
—(Largo silencio. Desvía la mirada). Antes, cuando no tenía hijos, era peor.
—¿No hay ninguna persona a la que pueda recurrir, o alguien que le haya mostrado
cariño?
—Yo nunca recibí cariño… De chica, éramos muchos hermanos en la casa, y mi mamá
estaba muy ocupada. Ella nunca me dijo que me quería. Tampoco de los hombres lo
escuché. No tuve jamás una pareja que me tratara bien. Todo era por plata o por
droga.
—¿Cómo cree que estas circunstancias afectan a sus hijos?
—El más grande se fija demasiado en lo que hace su papá. Cuando está con otros
niños, presume de él porque su “papá es fuerte y le pega a su mamá”. Así dice.
Cuando intento explicarle que eso no está bien, me amenaza con decirle a su papá
para que me pegue. Es como si creyera que es el padre de los dos.
—¿En qué piensas después de sufrir violencia?
—Cuando el papá de mis hijos me pega, creo que es porque yo misma no me valoro.
Y me digo que lo resisto por mis hijos, porque no tenemos adonde ir. Hay
personas que me dicen que no les hago ningún bien así. Yo lo sé, lo sé, pero
ninguna de ellas me dice “vení, te voy a abrir las puertas”. Al final, haga lo
que haga, es malo.
—¿Qué te gustaría que pensaran sus hijos de vos cuando sean mayores?
—Que fui una mujer valiente. Que no me dejé caer. Que aunque consumí drogas,
también pude dejarlas. Que aunque me golpearon, salí adelante por ellos.
Soledad se mantiene ahora con una pequeña ayuda del proyecto de Camsat, donde
recibe cursos de cocina, panadería y peluquería. Quiere hacer de ello un medio
de subsistencia.
—Imagínese que nos vemos dentro 10 años, aquí. Permiso para soñar. ¿Qué le
gustaría que hubiera pasado?
—Dentro diez años, cuando le vea, le quiero contar que estoy feliz porque mis
hijos estudian y tengo mi propia casa.
—¿Cree que este año habrá más inundaciones?
—No sé. No quiero pensar en más problemas– contesta ahora con un poco de prisa,
antes de marchar.
Portada del especial Cooperación Española desde el terreno, producido por la
redacción de Planeta Futuro con apoyo de la Agencia Española de Cooperación
Internacional para el Desarrollo. Este artículo sobre embarazo infantil en
Paraguay es el capítulo 12 de una serie de 15 reportajes realizados por todo el
mundo por distintos periodistas y dos fotógrafos, que muestran la labor de la
agencia española en distintos sectores, educación, salud, mujeres, cultura,
pueblos indígenas...