Texto publicado por la licenciada San Miguel
Nunca me siento sola
¡Hola, amigos! Aquí relato nuevamente un episodio de la época de ... ya sabéis quién, verdad?
Martes 8 de noviembre, 9 y 40 de la mañana. Salgo de mi piso de Alcoy porque no sé a que hora iba a pasar el autobús que me llevaría a la avenida Juan Gil Albert, donde está situado el polideportivo Eduardo Latorre. Pensaba que me iban a cobrar la entrada, y antes de partir, le pedí dinero a una vecina, porque en aquella época solo teníamos para comer. Me dio 5 euros con los que pude pagarme el autobús, porque todavía no me había sacado el bono mensual que me permitía viajar de forma ilimitada. Cuando entré en el autobús, tuve la gran suerte de coincidir con mi amigo Jose, el dueño del piso donde vive ahora mi hermana. Me indicó la parada donde me tenía que bajar y a qué lado tenía que dejar la pared para poder ir allí. Afortunadamente, me lo aprendí en ese mismo día. Cuando entré, tuve la gran suerte de que al decirle al recepcionista que yo era del grupo de la ONCE, él me dijo que me esperara por ellos y me sentó en un banco. Cuando llegaron, me di cuenta de que eran todo parejas de la tercera edad, y los afilidados iban con su acompañante. Yo era la única que no lo llevaba, lucha a mi favor porque daba buena imagen. Pude ponerme el gorro de piscina que mi mejor amiga de la iglesia me había prestado el día anterior. Al entrar en la piscina, me recibió Jordi, el monitor, y me enseñó por donde me tenía que mover. Yo era la más ligera de todos, y el primer día Jordi me tenía que controlar, y acabó agotado de tanto seguirme. Llegué a casa, remojé mi bañador y mi gorro en agua y jabón y me di cuenta de que siempre tenía el amparo de Dios, y el dinero de mi vecina fue usado para viajar en autobús. Me encanta cuando me pasan estas aveturas inesperadas. Espero que os haya gustado, y me gustaría recibir vuestras opiniones. Saludos a todos.