Texto publicado por TTS Fer

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 7 años.

¡Lo maté, lo maté!

Esa tarde al llegar a la clase le conté a Andrés todo un cuento chino, basado en ilusiones o deseos míos de tener un nuevo teclado de marca y a la vez chiquito, no necesariamente de juguete, y deseos míos que tenía al cumplir un año más de vida, o durante el verano. Lo típico. Boludeces mías, salidas de la imaginación afiebrada de un mitómano combulsivo. Que mi papá me volviera a sacar a la buena vida como cuando yo era más chiquito, que mi mamá me lleve también de compras y a comer rico, y que recientemente me puse muy contento porque volví de casa de mis abuelos,por 3 días, después de meses. Meses agónicos para mí, ya que mi abuela se encontraba y se encuentra muy enferma.
Hasta que comenzó la clase, y llegó Cristal.
La clase transcurría relativamente tranquila. De hecho yo me encontraba en el boludeo más absoluto, no sé para qué vine. A fingir que repasaba para el final, tal vez.
Y entonces ocurrió. Llegó ese chango al aula. Llegó y me saludó. Yo no sabía quién era, no reconocía su voz. Cristal sí lo conocía, pero me lo dejó a mi descubrimiento. A ese pibe como Alias le decían... Pancho. Desde luego, se hizo llamar Pancho para despistarme. Yo le conté a Cristal, justo tengo un amigo muy lejano y de otra cosa que se llama Pancho. Ese pibe me sonaba, pero no lo reconocía. No era solo despistarme, si no también empezar a joderme, sabiendo muy bien mi dependencia a los audífonos. Así fue cómo me colocó unos aparatejos por encima torturándome con un sonido tridimensional muy fuerte y aturdidor, que en mi caso se acoplaba horrendamente doloroso para que yo sufriera. Le pedí amablemente al tal Pancho, que me sacara eso, que no me joda, que me hace mal. No me hizo caso. Me siguió torturando y además, los audífonos ya estaban casi a punto de caerse de mis orejas. Cristal no me socorría, pues estaba allá dentro copiando algunas cosas que ponía Andrés en el pizarrón.
Pancho me había sacado del aula, para evitar un posible quilombete ahí dentro, y yo casi ya no podía oír. Sí oía la voz profunda, oscura de Pancho. O quien quiera que fuera...
Ese pibe siguió fastidiándome un rato, a pesar de mis protestas, irritación, pedidos de auxilio. Él estaba ahí para torturarme un rato. Pero claro, yo no soy tan indefenso, entonces de repente salió el torturador violento que llevo dentro. A Pancho le metí un durísimo sopapo en la cara. Le hice una llave de Karate. Lo tiré de un patadón al piso, y vaya que cayó. El pibe gritaba, me pedía perdón, me rogaba que le dejara ir. Yo trataba de ponerme los audífonos, de hecho uno ya cayó al piso lo que aumentó mi ataque de histeria, carajo.
Entonces, ya en el suelo, lo agarré, repetidas veces lo golpeé al flaco. Le di durísimas patadas por varias partes de su cuerpo y ahora sí, me puse de lo más mala leche que creía. Hice algo que aprendí de mi hermano mayor cuando era chiquito, ya que no tenía ni armas blancas. Lo agarré del cogote y con odio, bronca, "ains, carajo", lo acogoté tan fuerte, tan fuerte, y este chango comenzó a gritar, así desesperado, agónico. Vamos, como gritaría un desgraciado al ser cruelmente descostillado, como gritaría un mono al ser tragado por una máquina, puta madre.
Acogotarlo con una mano y ahogarlo de nariz y boca con la otra fue más fácil de lo que pensaba. Ahí lo tenía, en el suelo, agonizante, sufriendo, indefenso, al hijo de puta. Desde luego, no intentaba levantarse, no se resistía. Se bancaba, salvo por los alaridos de auxilio que daba, la tortura. Entonces lo ahogué, y lo ahogué en serio, tapándole fuertemente nariz y boca para que no respirara... Quería verlo morir. Desde luego se agitaba, gritaba desesperado, ya no podía respirar. Pero yo seguía re feliz, fuertemente sujeta mi mano a su nariz y boca, esperando el momento en que su corazón se apagara. Porque el que me jode, caro la paga, cariño. Lo lamento por usted. Carito la paga, ya le digo.
Cristal, allá dentro, parecía ser mi cómplice. El resto de la clase, parecía no inmutarse. Y entonces, éste rogando, gritando, llorando, al borde del colapso, en un momento determinado dejó de sufrir.
Y entonces yo que también gritaba, grité más fuerte.
-¡Criiiis! ¡Veníiiii!
Vamos, yo torturaba al flaco, y ahora iba re pollerudo a llamar a la tutora. Qué bárbaro… Y claro, yo sin duda daba grititos que mi registro vocal no es capaz de dar. Desde luego, casi no oía mi propia voz. Me parecía, ahora, más urgente dejar muerto y bien muerto a aquel chaval, la puta que lo parió, qué manera de joder, Panchito querido.
Y, Cristal, buena gente, llegó. Examinó al tal Pancho. Yo seguía ahogándolo a pesar de que ya no había ni un intento por salir aire, no vaya a ponerse de pie, aprovechando una distracción, haber fingido su muerte, agarrarme y vengarse acogotándome a mí o en todo caso matarme a golpes, por Dios todopoderoso. Y entonces Cristal me dice, suave, susurrante, conciliadora. Porque ella es muy tranquila, incapaz de matar a una mosca.
-Vamos, Fer.
-¿Está vivo? –yo también hablaba en susurros y claro, no me oía. Agarré mis audífonos y me los puse bien, menos mal que no se rompieron nada. Faltaba más, creo que en ese caso lo despedazaba al cadáver.
-Sí, sigue vivo, pero vámonos despacio, no se va a dar cuenta, no te preocupes.
Y salimos al pasillo. Cristal, sin alterarse, o al menos no lo demostraba vocalmente, me comentó.
Me contó, o en mis delirios y alucinaciones, que tenía un trauma con no sé qué cosa y me hizo toda una explicación extraña más digna de omitir que de contar, pues era muy delirante. Pero me enteré, además, que ese tal Pancho resultó ser… ¡Kevin! Mi amigo Kevin… Cuántos años hacía que no lo veía… Claro, y no le reconocía la voz… Y lo maté, lo maté…
Lo maté, sin reconocerlo, pensando en cualquier otro pendejo jodedor… Y claro, el pobre Kevin la ligó, la ligó y ahora fue cruelmente acogotado y ahogado… ¿Despertará? ¿Cómo reaccionará? ¿Se vengará?
Y, hablando de este trauma extraño que según Cristal debo tener, fuimos encaminándonos a la salida. Yo ya no sabía, como últimamente me pasa, si estaba en la escuela municipal donde estudio ahora, o si estaba en el colegio, aunque ya terminara la secundaria desde hace años.