Texto publicado por Primavera
Por qué confundimos algunos nombres,
Nuestra memoria nos da problemas de vez en cuando, o eso me parece recordar, y a menudo con los nombres. No solo nos cuesta aprenderlos, sino que además los confundimos fácilmente. Todos tenemos un tío que parece pasar lista de sus sobrinos hasta dar con nuestro nombre o una compañera de trabajo que insiste en llamarnos Pablo.
Un reciente estudio de la universidad estadounidense de Duke aporta algunas claves para entender por qué ocurre esto. Según este trabajo, basado en cinco encuestas a más de 1.700 participantes y publicado en la revista Memory and Cognition, cuando nos confundimos de nombre, lo hacemos siguiendo estos patrones:
- Confundimos los nombres de las personas que están en la misma categoría relacional. Es decir, llamamos a un amigo con el nombre de otro amigo y a un familiar con el nombre de otro familiar. Esto también podría ayudar a explicar aquella horrible vez en la que, con veintipocos, llamamos “papá” a nuestro jefe justo cuando intentábamos reafirmar nuestro criterio e independencia. También que, cuando nos enfadamos con alguien, insistamos en usar el nombre de esa otra persona con la que discutimos a menudo.
- Hay casos en los que se puede llamar a un familiar con el nombre de la mascota. Pero solo si la mascota es un perro. La autora del estudio, Samantha Deffler, explica que esto podría deberse a que los perros responden más a menudo a sus nombres que los gatos, por lo que estos nombres se usan con más frecuencia y “están más integrados en nuestras concepciones sobre nuestra familia”.
Como recordaba un estudio anterior sobre el mismo asunto, no hace falta ver segundas intenciones en estos lapsus, que suelen ocurrir en medio de una conversación despreocupada. De hecho, estudios anteriores ya mostraban que las confusiones eran habitualmente orales y no por escrito, cuando por lo general pensamos más lo que queremos decir. Y por cierto, nos confundimos con los nombres una media de entre dos y cuatro veces por semana.
- Las similitudes fonéticas también pueden ayudar a la confusión, como en el caso de nombres que comienzan con la misma letra (Jaime y Javier, o Noemí y Noelia) o que comparten sonidos (Clara y Sara).
- En cambio, las similitudes físicas no tienen ninguna influencia. Por ejemplo, los padres a menudo se confunden con los nombres de sus hijos, aunque no se parezcan e incluso aunque sean niño y niña.
Muy bien, ¿pero por qué nos confundimos justamente con los nombres?
Los nombres nos dan problemas porque no tienen mucho significado ni aportan mucha información acerca de la persona. Aunque sí suscitan estereotipos (“se llama Borja, seguro que es pijo”) y deducciones que pueden tener sentido (“se llama Jordi, seguro que es catalán”), saber el nombre de alguien no nos suele dar información concreta (jamás pensaríamos “se llama Ana, así que mide 1,68 y es zurda”).
“Desde un punto de vista puramente objetivo, lo normal es que la cara y el nombre de una persona no guarden relación”, escribe el neurocientífico Dean Burnett en El cerebro idiota. Cuando conocemos bien a alguien y tenemos muchos recuerdos asociados a esa persona, solemos acordarnos también de cómo se llama, pero en ocasiones resulta fácil confundirse debido a las características que tienen los nombres y, como hemos visto, por culpa de cómo a menudo utilizamos categorías a la hora de pensar y recordar.
¿Y qué puedo hacer para recordar un nombre?
A pesar de que la memoria nos falla a menudo con los nombres, hay algunas técnicas y trucos que podemos usar para recordarlos, sobre todo cuando nos presentan a alguien. Como ya comentábamos hace unos meses, una forma es crear asociaciones. Por ejemplo, "Jaime se parece a ese otro Jaime al que conocí de niño". También ayuda pedir información personal, como el clásico “a qué te dedicas”. Y, como la memoria a corto plazo puede fallar si no nos concentramos lo suficiente como para retener la información, también es buena idea repetir mentalmente el nombre poco después de que nos lo digan y volverlo a recordar pasado algún intervalo de tiempo.