Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
La estatua de Zeus.
Florencia Abbate.
La estátua de Zeus.
Olimpia, aproximadamente 450 antes de Cristo.
El templo de Zeus, construido para los juegos olímpicos, fue una de las máximas expresiones del arte griego. Para realizar la estatua de Zeus, se contrató
al más famoso escultor ateniense: Fidias, el creador de la técnica “crisoelefantina”, que consiste en cincelar la figura sobre marfil y recubrirla con
oro.
En la antigua Grecia, durante la temporada de los juegos, se mantenía una tregua sagrada en todo el país. Los atletas que vencían eran coronados en el
templo, a los pies de la estatua de Zeus, que representaba al dios majestuosamente sentado en su trono.
La estatua de Zeus fue destruida ocho siglos después de su realización.
El artista más famoso de Grecia era un escultor llamado Fidias, nacido en la ciudad de Atenas. Tan hermosas eran sus obras que, un día, las autoridades
decidieron encargarle una escultura para el lugar donde se realizarían los juegos olímpicos. La escultura debía representar la imagen de Zeus, el padre
de todos los dioses.
En ese entonces, los juegos olímpicos no eran solamente una serie de campeonatos deportivos. Se los consideraba, ante todo, una fiesta religiosa.
Unos meses antes de que se iniciara la Olimpíada, varios mensajeros recorrían cada rincón de Grecia para anunciar la fecha exacta del evento. La fiesta
se llevaba a cabo en una pequeña ciudad llamada “Olimpia”, que había sido exclusivamente edificada para venerar a los dioses. Los atletas que salían campeones
tenían que entregarle sus trofeos a Zeus.
Los juegos de ese año iban a ser muy especiales, porque estarían presididos por el Zeus creado por Fidias.
Los deportistas que representaban a cada ciudad se sentían orgullosos por haber sido elegidos.
Uno de ellos era Cratilo, que venía desde un pueblo lejano para competir en la carrera de 192 metros. Al igual que muchos otros, llegó a Atenas con bastante
anticipación, dispuesto a dedicarse al intenso entrenamiento moral que requería la competencia.
Para participar de estos juegos no bastaba con tener el cuerpo en excelente estado; también había que preparar el espíritu.
…
El templo de Zeus quedaba al pie del monte Olimpo, una montaña tan alta que el pico siempre estaba envuelto por las nubes. Desde tiempos muy remotos se
decía que el monte Olimpo era la mansión de los dioses, y que en su cima gobernaba Zeus, el soberano del Cielo y de la Tierra.
También se decía que a Zeus le gustaba valerse de tres armas para imponer su voluntad: las tormentas, los rayos y los truenos…
A Fidias le encantaba que Zeus fuera tan tempestuoso. Y pensó que la estatua debía estar hecha con los materiales más puros y difíciles de conseguir.
Entonces solicitó a los gobernantes que le enviaran una buena provisión de marfil y de oro. La recibió satisfecho y se encerró en su taller para realizar
la obra. Quería que fuese su mejor estatua, el testimonio de su amor por la patria y por el más grande de los dioses.
…
Muy cerca del taller de Fidias se encontraba el gimnasio donde entrenaba Cratilo. Una tarde en que el atleta pasaba por ahí, espió por la ventana y quedó
deslumbrado por la manera en que Fidias esculpía.
Pidió permiso para pasar y enseguida se cayeron bien.
Conversando, se dieron cuenta de que iban a ser excelentes amigos.
Cratilo le habló a Fidias del nerviosismo y la emoción que le producía representar a su lejano pueblo en una competencia tan importante. Y le confesó que
quería ganar para darle alegría al lugar de donde provenía… Sabía que a los ganadores les colocaban en la cabeza una corona sagrada de ramas de olivo.
Y, al regresar, les pedían que ingresaran por un hueco, cavado en la muralla de su ciudad natal, que luego cerraban para que el triunfo no pudiera escaparse.
Fidias le explicó a Cratilo que él, cuando esculpía, se olvidaba de todo. Los pesados compromisos que le imponía su vida de escultor famoso se iban borrando
a medida que trabajaba. Y, al final, solo le quedaba la felicidad de crear, que nada ni nadie podía quitarle…
—Debe ser muy parecido a lo que siente un corredor en los últimos metros, cuando ya está cerca de ganar la carrera—comentó.
A Cratilo le nació una enorme admiración por el trabajo del artista. Y empezó a visitar el taller de Fidias todos los días. Iba un ratito a la mañana y
luego a la tarde, después del entrenamiento. Observaba el entusiasmo con que Fidias esculpía, y suspiraba emocionado. Pensaba que a lo mejor era Zeus el
que ponía su fuerza en las manos de Fidias. Y deseaba que los dioses le dieran a él un poder similar durante la carrera.
Fidias estaba totalmente sumergido en su obra. Todos los impulsos de su cuerpo y de su inteligencia se orientaban a crear la figura de Zeus. Sentía que
sus manos, al dar forma a la estatua, eran como un rayo que atraviesa una piedra y la transforma en luz.
Cada tanto, Cratilo le recordaba que debía interrumpir su tarea por lo menos para comer. Y a veces lo convencía de salir con él a disfrutar del sol.
…
Apenas terminó la estatua, Fidias corrió hasta el gimnasio a buscar a su amigo y lo llevó al taller para mostrarle la obra.
—¡Este Zeus será el más famoso de la historia! —exclamó Cratilo—. En tus manos se acorta la distancia entre los dioses y los humanos.
Cubierto de polvo, Fidias sonreía. Era el mejor elogio que alguien podía regalarle…
La estatua de Zeus se exhibió por primera vez durante la inauguración del templo, unos días antes del inicio de los juegos.
La obra mostraba a Zeus sentado en su trono. En la mano izquierda sostenía un bastón con un águila posada sobre la punta. Y en la derecha se apoyaba
una estatuilla revestida de oro: era una hermosa imagen de Atenea, la hija predilecta de Zeus y la diosa protectora de la ciudad de Atenas.
El artista observaba satisfecho a los ciudadanos que desfilaban ante la estatua, y disfrutaba al ver sus expresiones de fascinación. De pronto, cuatro
soldados entraron en el templo diciendo que buscaban al escultor Fidias. Lo encontraron y se lo llevaron por la fuerza al tribunal. Allí se enteró de que
lo acusaban de haber robado una parte del oro que Grecia le había entregado para hacer la estatua.
Fidias se sintió muy mal. Era horrible que lo creyeran capaz de estafar al dios y a su patria. Él había hecho su trabajo con entrega y amor. Así que estaba
tremendamente ofendido por esa calumnia.
—Soy inocente —dijo ante los jueces—. Y
para demostrarlo propongo lo siguiente: que se pese con una balanza el oro de la escultura. De ese modo se verá si falta algo…
La propuesta fue aceptada. Al día siguiente empezaron a desarmar la escultura para separar las partes que llevaban oro. Tardaron varios días en hacer el
trabajo.
Cratilo acompañó a Fidias a lo largo de todo el proceso. Componía para él poemas que nunca podían ser escritos ni recitados, porque no contenían palabras.
Eran poemas que soñaba y que no recordaba muy bien al despertar. Solo podía contarle a Fidias lo poco que sabía acerca de esos sueños. Pero eso bastaba
para darle ánimo durante la espera.
Finalmente, se comprobó que el oro de la estatua pesaba exactamente lo que correspondía. Eso confirmaba que Fidias era inocente. Y tuvieron que liberarlo.
Sin embargo, no le dieron demasiado tiempo para ponerse contento. Los cuatro soldados regresaron poco tiempo después con un nuevo problema.
—Fidias —le dijeron—, el gobierno de Grecia te acusa de haber esculpido tu propia cara
en la coraza de la estatua de Atenea. Es inaceptable que un humano se coloque a la altura de la diosa… Eres un gran artista, pero tu falta de humildad
ha superado los límites.
Esta vez ni siquiera hubo juicio. Directamente lo trasladaron al calabozo. Cratilo siguió visitándolo dos veces por día, igual que cuando iba a su taller.
Un día, Cratilo le regaló a Fidias la corona de olivo que había obtenido por ganar la carrera de 192 metros.
—Esto es lo más valioso que tengo —le dijo—. Y quiero que desde ahora sea tuyo.
…
Esa noche, Fidias escuchó un ruido extraño en la cerradura del calabozo. La puerta se entreabrió y un rayo de luz entró con la fuerza de una ráfaga de
viento. ¿De dónde podría venir esa luz a esas horas? Desconcertado, Fidias se levantó de la cama y comprobó que la puerta de la prisión estaba abierta.
Era algo muy misterioso, pero no podía ponerse a investigar cómo había ocurrido.
Supo que esa era su única oportunidad para escapar y que debía aprovecharla…
Aquella madrugada, Fidias cruzó la frontera de su patria. Si se quedaba, lo buscarían para volver a encarcelarlo.
…
Cratilo no se había equivocado: las obras de su amigo quedaron en la historia como máxima expresión de la belleza griega. No obstante, Fidias jamás pudo
regresar a su patria. Y empezó a decir que los artistas siempre son extranjeros en su propia tierra. Anduvo por distintos lugares. Se instalaba en una
ciudad durante un tiempo y luego partía hacia otra. Pasó el resto de su vida deambulando de región en región. Y en cada lugar al que llegaba, se acordaba
de su amigo.
Cada noche, antes de dormirse, recitaba de memoria los poemas del atleta. Y aquella corona de olivo fue siempre su tesoro más preciado: el símbolo de una
amistad indestructible.
A Fidias le quedó la duda de si habría sido Zeus o Cratilo quien abrió la puerta del calabozo aquella noche. Nunca tendría la respuesta. Sabía que no volvería
a ver a su amigo ni a su estatua. Y lamentaba no haberle dicho a Cratilo lo que sintió desde el principio: para él, la amistad que los unía era todavía
más sagrada que la estatua de Zeus.
La estátua de Zeus.
Florencia Abbate.