Texto publicado por Brenda Stéfani

crònicas de un paseo con la colorina

Noche buena y navidad, son esos días en que no quiero, a diferencia de las personas que conozco, saludar a nadie que no este en mi entorno, ni felicitar a lo loco sin mensajes que decir en concreto, en síntesis, en navidad me recluyo en casa a brindar con mi familia y trato de no usar el teléfono, la computadora ni las redes sociales, a lo sumo un mensaje saludando a todos en general o mejor, nada porque no me sale decir feliz a todos.
No es por amarga, es casi por timidez, cuando alguien me felicita casi nunca respondo porque no se si decir gracias es lo que espera quien me saludó y por eso los saludos de navidad, me aburren.
Quería hacer algo divertido, quería en la mañana o tarde de navidad, hacer algo que me mueva, de todos modos desperté a las 9 y ya era tarde para ir a la playa sin que el sol te achicharre la piel.
Entonces a eso de las 3 el flaco me dice, y si salimos a pasear? Palabras mágicas para mí, así que cuando apareció con su botella de agua nos preparamos, agarramos la bici y la llevamos de ida a pata, porque a pesar de no haber mucho trafico en la calle, el camino estaba duro con eso de que las aceras son un peligro y nunca sabés si una moto te sale a contramano.
Así bajo el sol calcinante de la tarde, llegamos a un lugar que nos hacía ilusión venir, se llama el paseo de los teros, que son unos pájaros que viven en los esterales, realmente no sé su nombre científico o real, pero se le dice tero o teteu por la forma que tienen de cantar. El paseo de los teros, es un lugar grande, pero no lo suficiente para andar en bicicleta así que dimos un par de vueltas hasta que el flaco se aburrió porque era corto el camino, y porque no había un mísero arbolito que diera algo de sombra para aplacar el calor, así que pegamos vuelta, y recorrimos avenida Japón, íbamos bien, casi quemando llantas, el sonido era divertido, casi sentía que íbamos en auto, porque se escuchaba la forma en que sonaban las ruedas al ir rápido, hasta que tomamos una subida, una arribada como se dice acá y como no escuché al flaco y no sentía la arribada, pensé que me dijo que frene, pero perdimos velocidad y fue una odisea casi suicida subir esa arribada hasta el final, así que paramos a descansar en uno de las plazoletas que hay en medio de las avenidas y vimos algo que no se suele ver en mi ciudad. De una casa escuchamos sonidos raros, extraños y desconocidos para los dos y cuando él miró atrás, vio un montón de pavos, pavitos cantando y picoteando el pasto de la avenida, atrás nuestro un señor los iba mirando y llamando con un palo, presumimos que eran suyos, y quedamos a renovar fuerzas después de la subida satánica mirando a esos animalitos que para él eran conocidos pero para mí no.
Después cruzamos rápido la Avda Irrasabal hasta llegar a costanera este, la que pasa por detrás de mi casa, que es el lugar donde solemos salir a pasear con la colorina y ahí si nos sentimos en libertad al lado del lago donde antes practicaba remo el flaco, el sol nos daba de costado y el viento fresco nos quitaba el calor, era sensacional sentir el aroma del agua y el sonido que hacía cuando el viento la movía, más el sol, el cielo azul, todo lo hizo perfecto para que seamos los únicos locos andando en bicicleta a las 5 de la tarde mientras la ciudad parecía dormida, en silencio y casi sin gente en las calles.
Cuando llegamos al final de la costa y pegamos una vuelta para regresar a casa, el viento daba en contra y era mucho más fresco todavía, y sentía casi como si pudiera ver.
Al volver a casa ya no nos bajamos de la bici, íbamos sobre la calle y subimos la segunda arribada que está a una cuadra antes de mi casa, era forzar las patitas y llegar a casa cansados y sudados pero felices porque aprovechamos un día hermoso.
Lo único que puedo decir, es que no me tiré a ninguna piscina, ni río ni arroyo siendo hoy 26 de diciembre, pero con la bici todo es diferente.