Texto publicado por TTS Fer

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 6 años. Antes se titulaba Jansel y Gretel (versión propia).

Hansel y Gretel (versión propia)

Érase una vez una familia extremadamente pobre, que apenas tenía lo justo y necesario para vivir. Menos que lo justo y necesario, de hecho. El padre era un pobre leñador (y leñador pobre que no es lo mismo) que vivía rompiéndose el lomo en ese y otros oficios para mantener a su mujer, que era ama de casa y no sabía hacer un carajo, más que las típicas tareas domésticas, y sus hijos, Hansel y Gretel.
Vivían en una casita que más bien parecía un chiquero o un nido de ratas, en medio del bosque. La economía en aquel tiempo estaba tan jodidamente jodida, y la grabe falta de alimento para los nenes y para ellos mismos les hizo discutir a los padres una noche en aquella casita, y tomar una penosa decisión.
La madre como no servía para nada y lo que hacía en casa no contribuía nada económicamente a la familia, se obstinaba en que su marido se los llevara a recoger leña y de paso de caza, “a Hansel le voy a enseñar a matar liebres, venados y Jabalíes, carajo, a ver si lo hago hombre de una vez por todas” le decía siempre él a su mujer, y que los abandonara en el bosque.
-¿Sos loca vos? –replicó él. -¿Cómo vamos a abandonar a los nenes a su suerte?
La madre ya estaba llorando histérica.
-Pero… ¡Amor! ¡No tenemos nada para comer! A penas tenemos…
-Bueno, ¡pero para eso me los voy a llevar de cacería! ¿O qué te pensás? ¿Qué nos vamos a buscar al lobo feroz?
-Pero, cariño, nosotros apenas tenemos para comer nosotros, ¿qué van a comer ellos?
-¡Y para eso te digo que van a empezar a trabajar conmigo!
-No, te aseguro que no van a sobrevivir. Dejá de torturarme y haceme el favor, abandónalos, va a ser lo mejor.
“Va a ser lo mejor para vos, egoísta de mierda” pensó él “pero no para ellos que no van a tener a dónde ir”, pero calló y asintió, ya con las pelotitas hinchadas.
-Está bien –sentenció al cabo de un rato, -mañana me los llevo, los abandono a la mierda y que se las arreglen solos.
Su mujer, aunque triste, asintió algo más tranquila. Entre tanto los nenes que eran niños pero no boludos, estaban escuchándolo todo desde un cuartucho de mala muerte que compartían, y murmuraban cosas entre ellos. En determinado momento los niños salieron derechitos a lo que sería el comedor y, niños pero no boludos, los encararon a sus papás.
-¡Les escuché todo! –gritó Hansel de veras enojado. La madre empalideció, el padre permaneció impasible. -¿Están locos ustedes?
-No sé de qué nos hablas, -dijo con voz temblorosa la madre.
-No me trates de estúpido, mamá, tengo 10 años pero sé lo que es dejar a tu hijo abandonado en el bosque. ¿Vos te pensás que así vamos a sobrevivir? ¿Qué querés, que nos coman los lobos? –Cuando Jansel se alteraba podía ser una catástrofe.
-A ver, hijo. Yo te amo, pero necesito que vos y tu hermana entiendan que vos y tu papá, nosotros mismos, apenas tenemos para comer. Si apenas tenemos nosotros, ¿cómo carajo se supone que van a alimentarse?
-Y, a ver, ¿tan difícil es aceptar que nos vayamos con papá de caza?
-Eso, hijo, así me gusta. Esa es la actitud. –dijo el padre.
-¡Pero va a ser peor! ¡Pueden morir en el intento!
-Pero yo les enseño, cabeza de corcho, ¿tanto te cuesta confiar en mí, carajo?
-Pero además es muy probable que no cazaran nada y siguiéramos igual –replicó la madre perdiendo la fuerza y los nervios. Gretel, que había permanecido callada replicó enérgica:
-Mamá, dejá tu negatividad para otra cosa. Somos niños, sí, pero no tan idiotas para aprender algo necesario para sobrevivir. ¿O qué te pensás, que solo voy a servir para limpiar y cocinar como vos?
La madre se sintió tocada en lo más hondo pero simplemente se calló y le dejó hablar.
-Es verdad –añadió Hansel, -acá papá está rompiéndose hasta las pelotas por darnos de todo y vos te pensás que con rascarte el higo acá en casa ya estamos.
Los chicos se defendieron bastante bien y la discusión, acallada por el padre que ya tenía la paciencia por el piso, lo mismo que las pelotas de tanto discutir, había terminado por el resto del día. Eso sí, los ánimos estaban todos por el suelo. Llegada la noche mientras los nenes dormían, la pareja en su otro cuartucho volvió a la carga con el asunto. Al final, el padre derrotado, puesto que su mujer estaba insoportable, resolvió abandonarlos a su suerte, claro, sin decirles nada, y que se jodan y que Dios los ayude.
A la mañana siguiente su papá los despertó a los dos hermanitos para ir de caza y a buscar leña, y con suerte también a pescar. A pesar de que los padres habían intentado hablar esa última vez con la mayor intimidad puede ser que los nenes hayan oído algo, o que Hansel tuviera sus percepciones, o tal vez haya tenido una premonición. Porque inmediatamente se puso a recolectar unas cuántas piedras. Sin decir nada a nadie y cuando iban marchando para su campo de guerra, él se puso a largar aquellas piedras con mucha discreción. El padre y la nena se dieron cuenta, pero no sabían para nada. Tal vez pensaban que a Hansel solo se le dio por tirar piedras de aburrido que estaba.
Ese día transcurrió bastante tranquilo. Cortaron leña, cazaron y pescaron. El padre se sintió muy orgulloso ya que Hansel había matado un venado y una ardilla. Pero en un momento les dijo a los nenes que lo esperaran, que iba a intentar cazar a algún jabalí. Ellos no tuvieron drama y lo esperaron jugando por ahí. Pasaban los minutos, las horas. Se hacía de noche y su padre no aparecía.
“Es un hijo de puta” pensó Hansel enojándose. Gretel por su parte ya daba sus síntomas de miedo. Cuando se dieron cuenta, se habían alejado bastante. Gretel ya estaba llorando y recordó la charla del día anterior.
-Tranqui, Gretel, vamos a poder volver. Solo seguime a mí.
La nena obedeció, se dejó guiar por su hermano y tras caminar un rato encontraron aquel rastro de piedras.
-Estas piedras, -le explicó Hansel-, las estuve tirando hoy a propósito porque sabía que esto iba a pasar. Si las seguimos volvemos a casa.
Y así fue. Encontraron su casita, y entrando vieron a sus padres lo más campantes en clara señal de que tener hijos para abandonarlos fue lo mejor. Pero claro, ellos los vieron entrar, sus rostros se desencajaron, comprendieron que habían fracasado, la mamá hasta se puso a llorar pero los nenes muy indignados comieron por su cuenta y no les dirigieron la palabra en toda la noche.
Al día siguiente fue lo mismo, salvo que por un lado, esta vez no sabemos qué le ocurrió a Jansel que en lugar de hacer un rastro de piedras lo hizo de migas de pan, y por otro, el padre alentó al niño para matar a un par de gallinas y éste falló, le tembló la mano, reculó, arrugó. El padre disimuló (mal) su mal humor por esa repentina falta de hombría de su hijo y tramó su venganza. A la tardecita les dijo que iba a intentar talar un árbol demasiado alto y complicado.
-Y quédense acá. Les prometo que esta vez sí voy a volver, ya está con ese plan de abandonarlos. No se vayan por ahí. ¿Okey? –y los nenes asintieron de acuerdo como dóciles gatitos. Desde luego, el padre no regresaba, mientras la oscuridad ahí en aquellas profundidades del bosque era realmente preocupante.
Los nenes (Gretel con una histeria indigna de ella) intentaron repetir la operación del rastro para regresar a su casa… Se les fue el corazón al césped a cada uno al comprobar cómo a las migas se las habían comido los pájaros.
-Soy un estúpido… -murmuró Hansel.
-¿Qué hiciste esta vez?
-Había dejado migas de pan en vez de piedra…
-¿Sos tarado vos? ¡Desperdiciaste el poco alimento que teníamos en un puto rastro que se lo iban a comer los pájaros! ¿Tan mal de la cabeza estabas hoy? –Gretel, con solo 8 años, ya entendía mucho de la naturaleza.
-Bueno, Gretel, tranquila, yo no sabía…
-¡Tranquila qué! ¡Y ahora cómo vamos a volver! ¿O querés que nos coman los lobos?
Gretel lloraba desconsolada y Jansel intentaba calmarla sin éxito.
Estuvieron dos días caminando a la deriva, durmiendo en cualquier parte y muriéndose de frío. Por si fuera poco, en aquel tenebroso bosque sonaban aullidos, gruñidos y maullidos siniestros que aterraban a nuestros amigos. Pero cuando parecía que iban a caer muertos ahí mismos, de repente una hermosa ave apareció y comenzó a entonar una melodía fuera de lo común, que atrapó los oídos de nuestros niños. Y claro, lo siguieron ingenuamente. Así estuvieron un rato de caminata musical, hasta que el ave se posó en una maravilla que podría salvar a los niños de una muerte segura. Ante ellos apareció una lujosa casita. Sus paredes eran de mazapán, los cristales de caramelo y el techo… Menos mal que los niños había crecido lo suficiente para subir además una pequeña escalerita de cereales, porque era de chocolate. Sí, de chocolate puro y auténtico, sin leche ni porquerías adicionales. Los niños, chocolateros como ellos solos y mientras el ave desaparecía con su melodioso canto, se dispusieron, compartiendo como buenos hermanos, a devorar el tejado.
-Tiene que ser una bendición de nuestro señor, un regalo de nuestro padre celestial –dijo Hansel suspirando.
Gretel no podía contestar con la boca hecha agua, pero le agradecía a Dios por haberles traído a aquel ave que a su vez les trajo hasta allí.
Por supuesto, y con cuidado, chupaban un poco de caramelo de las ventanas. En determinado momento la puerta hecha de mandioca se abrió y una vieja estaba entrando en ella.
-Uuuuh… -dijo Hansel sin saber qué cara poner.
-¿Qué hacen acá estas dos hermosas criaturas comiendo de mi casita? –dijo la vieja dulcemente. Pero Jansel que parecía tener más despiertos que los adultos sus sentidos se dio cuenta que tanto la dulce mirada de la vieja y esa voz melosa eran una máscara. Sn embargo prefirió callarse, al fin y al cabo él no iba a ponerse a comer sin dar las gracias y acusar a la vieja de malvada sin pruebas ¿no?
-Huy, señora, disculpe, pasa que nos habíamos perdido en el bosque y bueno…
-Tranquilo, muchacho, vengan. Pasen, que yo les doy de comer.
Los niños aceptaron, entraron y la vieja en seguida les dio de comer muchísimo. Lo que no sabían, ingenuos como a pesar de todo seguían siendo, es que la vieja en realidad era una bruja sádica (sí, sádica) que se hacía la buena y había mandado construir esa casita para atraer a los niños y someterlos al maltrato infantil. Abusar sexualmente de ellos y con suerte, comérselos. Sí, además era caníbal.
Todos los días después de comer, a Hansel le hacía mostrarle un dedo, a ver qué tan gordo estaba. Hansel, porque seguramente olía el peligro cual perro, sacaba en su lugar un hueso de pollo. Y claro, esa vieja aparte veía mal y se confundió con el dedo del niño, dando por hecho que éste seguía flaco. Se ponía de mal humor y le costaba disimularlo. Por otro lado, a Gretel en las noches la visitaba en su camastro. La desnudaba del todo en contra de su voluntad, por más frío que hiciera y la violaba. A falta de pene, le metía un grueso palo por el culo. Aún no la había penetrado por la vagina pero estaba cerca. Claro, la pobre criatura lloraba, se quejaba, aguantaba el dolor a duras penas, pero a la vieja le importaba un choto.
Por el resto de los días, la vieja simulaba que estaba todo bien, fingía dulzura, les daba de comer, era re buena persona, y claro, Gretel era incapaz de contarle a su hermano lo que sucedía. Ni ella lo terminaba de entender.
Pero un día la vieja hasta acá llegó, se sacó la careta y la tiró a la mierda, mostró su verdadero yo de bruja sádica y asesina y lo encerró a Hansel en una jaula.
-¡E! ¿Qué estás haciendo?
-La bruja le respondió con un fuerte golpe en la cabeza y lo metió, encerrándolo y dejándolo inconsciente. Aprovechando ese momento la agarró del cuello a Gretel y le gritó:
-Vos, pendejita inservible, vas a traer leña ahora mismo. Como te llame en dos horas y no hayas vuelto, te corto hasta el clítoris.
-Pero señora…
-¡Pero señora las pelotas!
-¡Pero nosotros no le hicimos nada!
-¿Y a mí qué? O haces lo que te pedí o te arrepentirás de haber nacido. Vamos, ¡fuera de acá!
La vieja la empujó a la nena con tal violencia y ella, sin fuerzas, hizo lo que se le había pedido. Trajo una buena cantidad de leña, no había tardado exactamente dos horas. En tanto Hansel había vuelto en sí.
-Señora…
-Usted se calla. Cuando vuelva su hermana me lo cocino en salsa de cebolla y me lo como, pendejo de pacotilla.
Mientras la vieja le hablaba, abrió parcialmente la jaula, manteniéndole atado con una cuerda. Con un trozo de dura madera que empuñaba comenzó a interrogar al niño y a darle fuertes golpes en la cabeza.
-¿Nombre?
-Pancracio Jiménez.
La vieja lo golpeó más fuerte.
-¿Nombre?
-Carlitos Gardel.
La vieja le dio un puñetazo en el cuello, haciéndole dar un grito.
-Más te vale que contestes bien, porque de mí nadie te salva, cabrón. ¿Nombre?
-Jansel.
-¿Edad?
-Diez…
-¿últimos deseos antes de morir?
Jansel respiró hondo y tomó valor.
-Señora, yo seré niño pero no me voy a tragar el castigo de una bruja de mierda como usted. No tengo culpa de habernos perdido mi hermana y yo, ¡no tengo culpa de que nuestros papás nos hayan abandonado!
La vieja lo escuchaba y le golpeaba repetidas veces. Sin embargo él prosiguió.
-¿A usted se la quisieron comer cuando era niña? ¡Usted también fue niña! O se cree que vamos a ser viejos y comernos a los nenes que nos encontremos…
Jansel volteó como pudo y miró a la vieja con mala cara, y se ganó un buen palazo cerca de un ojo.
-¿Ya terminaste, mierda que emite sonidos?
-¡No terminé! –gritaba indignado el nene. – ¡Lo que usted está haciendo es abusar de nosotros!
-Tranquilo –le interrumpió ella- nadie se va a enterar. Te aseguro que tus papás se van a alegrar con tu muerte.
Tras decir esto lo desató, rasgó su ropa dejándolo totalmente desnudo, lo puso en cuatro, lo volvió a atar de manos y se fue en busca del grueso palo con el que penetraba a Gretel.
Regresó y sin más miramientos lo penetró por el culo con una mano, con la otra le apretó los pequeños testículos. El niño gritaba y lloraba desesperado. A la vieja le importaban tres carajos, y siguió un rato más, hasta que Jansel perdió la consciencia. Al rato regresó Gretel extenuada. La vieja ahí nomás la confrontó, la zarandeó, la tiró al piso, la golpeó. La mandó a prender el horno. Se dispuso a comerse a Jansel, así como estaba. Gordo como un sapo, el mentiroso. “¿Cómo me pudo engañar así con el dedito? ¿Si hasta lo tiene gordo?”.
Gretel le dijo que no sabía encender el horno. Era mentira, sí sabía. La vieja le dio una nueva paliza.
-¡Inservible! ¡Inservible como debió ser tu puta madre!
Con rabia se acercó al horno, lo abrió dispuesta a enseñarle con la poca paciencia que tenía cómo encender el horno. Precisó meter medio cuerpo dentro, y en ese momento Gretel que por suerte boluda no resultó, agarró y la empujó. Cerró rápidamente la puerta, mientras la vieja se daba un gran golpe en la cabeza al chocar con el horno. Entonces Gretel vengándose de todo el horror imperdonable que tuvieron que pasar ella y su pobre hermanito, encendió rápidamente el horno, poniéndolo a fuego máximo. La vieja dio sus últimos alaridos de terror y dolor al ser consumida poco a poco. Cuando sin duda la vieja habría muerto porque dejó de gritar, Gretel apagó el horno y corrió a soltar a su hermanito. Estaban fuera de peligro. La vieja posiblemente estaba muerta, y el horno no podía abrirse desde dentro. Los dos hermanitos, Hansel más desnudo que Gretel, comenzaron a recorrer la casa. Encontraron ropa, muchísimo dinero (dinero de la época claro) piedras preciosas, oro, plata, bronce, cobre, de todo. Encontraron también comida, mucha comida dispuesta para llevarse. Hicieron un gran inventario de todo el material de la propia casita hasta que ésta quedó reducida a las partes no comestibles que la sostenían. Y claro, una hermosa mochila cargada por ambos hermanitos contenía todo. Saliendo de ahí, estuvieron casi un día entero buscando a ver dónde carajo quedarse, y cuál fue su sorpresa al encontrar… ¡el camino a casa!
Y claro, se dirigieron hacia allí y entraron. Los papás los recibieron sinceramente felices. Reconocieron su error, prometieron cuidarlos en la adversidad y ser fuertes, su mamá claro, lloraba cual magdalena, y mayor fue la alegría de ambos padres cuando los niños con una gran sonrisa les mostraron la cantidad de riquezas que se traían.
Sentados a la mesa aquella noche a los niños les costó mucho, pero les contaron todo a detalle. Gretel les contó, a su manera inocente, las constantes violaciones a las que la sometió aquella sádica bruja. En tanto Hansel les comentaba las palizas que esa vieja les dio.
Los padres aprendieron la lección y prometieron cuidarlos por siempre, claro, todo el tiempo que fuera necesario.