Texto publicado por Ana López
El mendigo que no quiso dejar de serlo
Un mendigo vivía en una aldea donde era muy conocido por dar sabios consejos y ayudar a la gente. A cambio, solo pedía la voluntad. Su fama llegó hasta el Rey, quien decidió visitarle y quedó muy satisfecho con los consejos que le dio, así que le pidió que le acompañara a palacio y el mendigo se marchó a vivir con él.
El Rey estaba cada día más satisfecho con la labor de su nuevo asesor, hasta el punto que decidió prescindir de todos sus consejeros. Uno de estos, resentido, quiso saber de dónde sacaba la sabiduría su sustituto y decidió seguirle. Fue entonces cuando descubrió que éste se ausentaba todas las noches de palacio y quiso saber a dónde iba. Se llevó una sorpresa al ver que el mendigo se iba a una cabaña, se despojaba de sus ricos ropajes, dormía en el suelo sobre un lecho de paja y al día siguiente se despertaba y volvía a palacio antes del amanecer.
El consejero le preguntó al mendigo por qué hacía eso. Esta fue la respuesta:
- Muy sencillo, lo hago para no olvidarme nunca del lugar de donde vengo.
Y es que quien se olvida del lugar de donde viene, olvida parte de su esencia como persona.