Texto publicado por Brenda Stéfani

Lo amas verdad?

Estaba nublado y era de tarde, mi hermana y yo llegábamos a una casa donde nos íbamos a alojar para recorrer un pueblo de Misiones. Era algo como una escapada de fin de semana para pasear por los lugares verdes y descansar del ruido de la ciudad.
Entramos a una pieza con un gran ventanal en donde había 3 camas. Nos dijeron que ahí nos íbamos a quedar con el abuelo de la casa, un señor algo mayor pero no demasiado como para no valerse por su cuenta. Parecía conversador y muy inteligente, estaba cerca de la ventana cuando me dispuse a revisar lo que traje conmigo.
Buscaba algo en especial porque íbamos a salir a ver una obra de teatro que se hace cada año en una exposición en el museo de arte de la ciudad. Los dueños de la casa nos invitaron y no estábamos muy al corriente de cómo iba a ser. Lo cierto es que pensé que no había traído ropa adecuada y creí que me olvidé de uno de mis perfumes favoritos cuando vacié mi maleta en la cama que me tocaba.
Entre el yavorai (desastre de cosas que traje, algo raro en mí que soy ordenada) encontré la caja de mi perfume muy debajo, aplastada y algo húmeda, cosa rara porque nunca meto nada mal cerrado en mi maleta, y me vestí.
Me puse unos shorts de jean azules con flecos y una remera con mangas 3 cuartos, de esas que te llegan hasta los codos y me sentía incómoda porque no podía creer que eso había sido lo mejor que había traído para vestir. Me puse una cadenilla de plata que él me había regalado y bajé a encontrarme con los demás.
Cuando subo al auto, lo veo sentado esperándome para decirme que vino con su hermano. Me extrañó muchísimo, sabía que no podía venir conmigo porque le faltaban los papeles para pasar, y sonriendo me dijo que los consiguió para poder acompañarme. Entonces mi hermana, él, su hermano y yo salimos y no sabíamos a donde ir para esperar la hora del evento, así que fuimos a tomar un helado.
Cuando todos bajaron del auto, mi hermana me dice al oído que había alguien más dentro, que lo dejamos encerrado y que no me asuste, que ella sabe quién es, que después me va a decir. Así que aburridos porque el día estaba gris, casi no había gente en las calles y todo se veía como a mil kilómetros de distancia, nos sentamos a tomar helado juntos hasta las 4 y volvimos al auto para ir al museo.
Cuando entramos, veo a una persona que iba a bailar y que yo conocía, alguien que hace tiempo no me hablaba y saludó a todos menos a mí. poco es decir que la sangre me hirvió, que me subió la rabia encima y que estaba por gritarle que deje de ignorarme y que salude de una vez cuando mi hermana, como siempre sabia, me frena y me dice que me tranquilice, que mire el techo y entonces, un montón de luces led, parecidas a focos de navidad se encienden y se apagan de forma intermitente cambiando de color, aumentando y disminuyendo la velocidad. Formaban dibujos que también se reflejaban en las paredes de espejos y en el suelo, las bailarinas hacían su danza con una mezcla entre clásica y contemporánea y como no soy de apreciar las diferencias, me lo dijo así un muchacho que estaba a mi lado. Entonces pensé en el sujeto del auto y sentí escalofríos.
Salí del local y me metí al baño a lavarme un poco la cara. Desde el otro lado de la pared, escuché unas voces que se acercaban. Eran hombres que usaron una puerta lateral para esconderse, parecía que buscaban algo o que perseguían a alguien y cuando me vieron, me dijeron que no me asuste, que no venían por mí. Cuando me vi en el reflejo del espejo, solo podía verme la mitad y pensé que estaba roto el vidrio, hasta que recordé que solo veía con un ojo, así que salí riéndome de ahí.
La puerta daba a un jardín magnífico lleno de plantas sin flores y pasto, que terminaba en un bosque frondoso de árboles enormes. Me di cuenta de que comenzaba a oscurecer y de pronto pensé en mamá, sentí otra vez esos escalofríos, un mal presentimiento que creí que iba dirigido hacia ella. De lejos escucho en la radio una voz familiar, una voz conocida, era la voz del profesor que me enseñaba braille, ese que me pedía que yo sea su amante, ese que me pedía por favor que imite a las gatas, ese inútil que me chupaba los dedos y me decía que un día sería frígida, que ningún hombre me querría por eso y me sentí tan mal que comencé a llorar
siento unas manos que me abrazan de espaldas, me envuelven y me acarician. Alguien estaba detrás de mí y no lo podía identificar. Me dice -Que pena que traes shorts porque a donde vamos las plantas te van a lastimar. Me desató el pelo, lo removía muy lento, respirándome como si ese movimiento fuera su aire mientras me decía que al fin llegó el momento, que no veía la hora de estar juntos al fin y solo estaba esperando la oportunidad. Sonreía dulcemente cuando puso su brazo alrededor de mi cuello y me decía que al fin llegó el día que tanto tiempo anheló.
Reconocí esa voz al instante, sentí en mi cabeza cristales quebrarse, perdí la noción de mi cuerpo y me sentí flotando, como si mis pies se elevaran del suelo, pero estaba mareándome, mis ojos veían una nube borrosa, y mi respiración se aceleraba. Sus brazos seguían sobre mí, estrechándome con cierta suavidad, pero con firmeza tal que cuando intenté escapar me empujó hacia atrás y caí sobre el pasto mojado.
Cuando recobré la consciencia, buscaba con la mirada. Grité su nombre, pensando que estaba conmigo, pero mis ojos no lo encontraban. La angustia y la desesperación me invadían al saber que corría peligro.
Su furia fue tal que se desquitó gritándome con violencia al escuchar el nombre de otra persona saliendo de mis labios, pensaba que después de tanto tiempo yo le daría otra oportunidad y sería capaz de perdonarlo.
-Como has dicho el nombre equivocado, te voy a mostrar algo. Me dice mientras se coloca frente a mí, pero de espaldas. Podía ver su cuerpo, su remera roja y sus pantalones de jean, su pelo largo despeinado y el chorro de sudor que le corría por la espalda.
en el suelo me señala un lugar para que vea y estaba él tirado ahí, inmóvil.
- ¿Lo amas verdad?
-Lo amo.

Viernes: 13/04/2018
Brenda Stéfani