Texto publicado por Ana Fernández
Oda al mate cocido de Eduardo Gómez Lestani
Después que Mario Nestoroff habló del mate,
lo mejor ya estuvo dicho.
Pero el no habló del cocido,
la taza humeante y verdecita
con sabor a colimba y pobrerío.
Ni del refrigerio de los empleados públicos
con algunos bizcochitos
pero exilado al exterior de los despachos,
al más allá de las alfombras
y del acondicionado aire.
El cocido se mimetiza
con solo una galleta arriba de un andamio,
y es celebración para la magia
de miles de ladrillos ordenados,
por el oficio, la cal y la plomada, allá,
en el medio del viento.
El cocido con leche es solidario,
desayuno y algo más, acá en el sur,
latinoamericano.
Es el que piden los pobres en los barrios,
cuando los políticos transitan
la geografía del voto y la promesa.
Una taza de cocido con leche y un pancito,
impiden en la escuela los desmayos,
y el tiritar de los niñitos pálidos
en frente de la misma enseña patria.
En nuestro corazón, sabemos, demasiado,
que esa bandera al flamear, saluda,
las maestras y a su sueño desvelado.
a los niños ansiosos de saber,
de galletas, de amor y de cocido.
A los que anhelan, simplemente,
con el trabajo de sus manos
alimentar a sus hijos.
Si los ministros, gobernadores, presidentes,
títeres asombrados de la
globalización, supieran,
de qué modo late un corazón de niño
frente a una taza de cocido.
O mejor si esos niños, un día,
saben como ser dignos, libres,
argentinos.