Texto publicado por Brenda Stéfani

Microcuentos- Mario Halley Mora

Fragmento del libro.
Cuentos, microcuentos y anticuentos
Halley Mora, Mario

Microcuentos

Genealogía

Una raza más agresiva de monos expulsó de los árboles a otra raza más pacífica y conformista. La Tribu vencida se exilió de la arboleda y fue a instalarse en la llana tierra. Pero allí el pastizal era alto y tupido, y para verse unos a otros y para observar el peligro, los monos derrotados tuvieron que aprender a andar erguidos, sobre dos patas. Y fue así que sin proponérselo, los conquistadores de los árboles, partiendo del pariente más infeliz, inventaron al Hombre, que se vengaría conquistando al Mundo.

Fúnebre

Cuando nacía, murió su madre de parto. Fue hijo huérfano de padre viudo. Se casó y enviudó a su vez, pero antes de morir, su esposa le dio un hijo que resultó ser el hijo huérfano de un padre viudo que era hijo huérfano de un padre viudo. Viven los tres en la misma casa, y cuando paso frente a ella, camino con solemnidad, como si pasara frente a un panteón.

Comienzo

De pronto cayó en la cuenta de que era inteligente. Hizo de la caverna un hogar. Fabricó herramientas, aprendió a encender y conservar el fuego e inventó las armas. Se sintió orgullosamente superior a toda criatura viviente sobre la faz de la tierra, y necesitó una medida de su propia importancia. Entonces, creó a Dios a su imagen y semejanza.

Mestizaje

El conquistador español tomó para sí a una joven india y tuvieron un hijo. Otros conquistadores lo imitaron y hubo muchos españoles con muchas mujeres indias. El mestizaje perfecto, con el varón de una estirpe y la mujer de otra. La dama española veía pasar al indio gallardo, desnudo y elástico, y suspiraba. Lo demasiado perfecto, deja de serlo.

En el origen

El fruto que había arrancado tenía sabroso aspecto, pero la cáscara era dura. Entonces, en la mente elemental surgió una idea: podía golpear el fruto con una piedra y romper la envoltura. Así lo hizo con éxito, e inventó de esta manera la primera herramienta: el martillo. Contento, fue a buscar otro fruto. Lo halló y al repetir la operación se aplastó el dedo. Entonces, inventó la primera palabrota.

Dentro de 20 años

El muchachito de aspecto saludable y vigoroso montaba una bruñida bicicleta. Pasó pedaleando raudamente junto a un lustrabotas descalzo y flaco que inopinadamente arrojó un palo entre los rayos de las ruedas que produjeron un ominoso ruido de metales rotos. El ciclista se detuvo y con enojo se dispuso a castigar al malhechor. El lustrabotas esgrimió amenazante su cajón, como porra y escudo al mismo tiempo. Un señor que pasaba los separó. La pelea no empezó, pero tampoco terminó. Simplemente estaba postergada.

La diferencia

El perro lustroso y bien comido contempló a través de las rejas de la mansión al perrillo sin nombre y con pulgas que pasaba trotando con sus costillas a flor de piel. El perro de la mansión era de raza seleccionada. El perrillo era de todas y de ninguna. Y entre los dos perros había una gran diferencia: las rejas.

El vencedor

El poderoso Doberman atacó al raquítico perrito callejero y lo dejó maltrecho y sangrante. No lo mató porque apareció el dueño, le colocó el dogal y la cadena, y se lo llevó para atarlo al poste de siempre. Allí cautivo, el Doberman sentía en la boca el gusto de la sangre, y era amargo. El perrito se arrastró hasta el arroyo, dejó que el agua lavara sus heridas, y bebió. Y el agua era dulce, porque tenía el gusto de la libertad.

La pandorga

La pandorga quedó preciosa. Los "palitos" de tacuara pulidos y rectos. El armazón redondo y equilibrado. Las "tajaditas cortadas" azules y rojas, perfectas y minuciosamente pegadas. Las largas "piriritas" amarillas rodeaban a la pandorga como una cabellera rumorosa de viento y rubia de sol. Y finalmente, los "barbijos" simétricos, milimétricos, matemáticos. Era toda una pandorga hecha para conquistar todos los cielos y las alturas más azules. Una obra de arte volandera que el padre fabricaba para la admiración del hijo. Salieron a la calle llenos de gozo para asistir al vuelo inaugural de ese nuevo astro de tacuaras y papel de seda. El padre esperó viento, que sopló, tironeó de la pandorga y el padre dio hilo permitiendo que se elevara con un rumor de alegría sedosa. Vino otra ráfaga, y la pandorga la escaló victoriosa, sacudiendo su melena dorada. Ya se hacía pequeña en la altura, cuando de pronto sobrevino el ffin del mundo. Aflojó el empuje del viento, que quedó calmo, y
luego sopló en ángulo distinto. La armonía se rompió, los barbijos enloquecieron, la larga cola se agitaba buscando apoyo en el viento que había dado la espalda, y de pronto, una ráfaga inesperada, impetuosa, salvaje, y la pandorga cabeza abajo que cae trazando un itinerario de meteoro que se estrella estrepitosamente, con un rasguido de palitos y seda rotos, en los hilos eléctricos. Y allí queda, irremediablemente prisionera. El niño mira al padre, pensando que aquel hacedor de estrellas no es tal genio ni tan infalible como creía.

El patito feo

El patito feo, después de tanto sufrir, se miró en el espejo de las aguas y se vio convertido en un bello cisne. El hijo del granjero gritaba alborozado que tenían el más hermoso cisne de los contornos. Orgulloso, el expatito feo pensó que sus problemas terminaban. Pero no era así, pues vino el granjero, lo miró ceñudo, murmuró que los cisnes no se comen, y lo echó a patadas del estanque.

Círculo vicioso

Ella era rica. Él era pobre. Se enamoraron. El padre de ella, oligarca y plutócrata, dijo que no. La mamá de él, humilde y ambiciosa, dijo que sí. Por ambos lados opinaron los parientes, aconsejaron los amigos, sentenciaron los viejos y tomaron banderas los jóvenes. Por dos años permanecieron firmes en su amor, y sucedieron cosas. El padre de ella perdió su fortuna y la madre de él ganó la lotería. Ellos siguen amándose, pero la madre de él dice que no, y el padre de ella que sí, y los parientes opinan y los amigos aconsejan, los viejos sentencian y los jóvenes toman banderas.

El círculo

Cuando tenía 6 años, fue preso, denunciado por hurtar caramelos. A lo largo de su vida volvió a ir preso por distintas razones. Llevó serenatas sin permiso, conspiró, hizo una que otra estafa, pegó a su mujer y peleó con el vecino. También estuvo preso por "escándalo en la vía pública" y por insultar a la autoridad. La última vez que estuvo preso, era ya un anciano de 85 años, denunciado por hurtar caramelos.

Policial

La hija del ladrón se enamoró del policía, y fue correspondida. Pero el policía tuvo que arrestar al ladrón. Entonces la hija fue a suplicar a su amado por la libertad de su padre, pero el policía tenía en su despacho un cartelito que decía: "El Deber Ante Todo". Al final, todo resultó bien, porque como era su deber, dejó preso al ladrón, y como era su deber, se casó con la hija para no dejarla desamparada.

Secreto

Tenía 18 años y los lucía como si fueran kilates. Vestía con elegancia y distinción, siempre lo de última moda y lo más caro, a pesar de no ser rica. Sus amigas le preguntaban su método, pero ella callaba, porque sencillamente había descubierto que para vestir bien, el secreto era desvestirse bien.

El hijo

Pecaron. Vino un hijo que ella quiso y él no. "Es tu problema", le dijo, y desapareció. El chico creció, y al aprender a hablar aprendió a preguntar. "¿Dónde está mi papá?" Ella le contestaba que se había ido a un largo viaje, y al decirlo, se preguntaba a sí misma a qué distancia queda el desprecio.

Mujer...

Él amaba a su gato y ella adoraba a su canario. Un día, el gato se comió al canario y ella estuvo inconsolable. Él fue a la tienda de animales y le trajo un nuevo canario, más hermoso y más cantor que el anterior. Ella devolvió a la tienda de animales el canario y lo cambió por un perro.

Tragedia

Su esposa salió de compras con el auto y tuvo un accidente, del cual le informó telefónicamente un amigo. Al escuchar la noticia sintió un desfallecimiento de pánico, una sensación de pérdida, una predestinación de tragedia irreparable, y con voz temblorosa, le preguntó al amigo: "¿Qué le paso al auto?"...

El jardinero

Él tenía 55 años y ella 20. Ella quiso diseñar un nuevo jardín y el esposo consintió. Se dividieron el trabajo y mientras él compraba las semillas, ella contrató al jardinero. Las rosas florecen y resplandecen. Y ella, más.

Defensa

La viuda joven y la divorciada hermosa iban siempre juntas, pero no eran amigas, sino aliadas, como soldados de infantería que se ponen espalda contra espalda para combatir mejor.

Sexo y H. P.

Él manejaba un traqueteante 2 CV. Ella lo pasó como una centella al volante del Alfa Romeo Super Sport. Él no tuvo más remedio que sentirse menos masculino, pero se consoló en lo menos femenina que era la chica al volante de aquella bestia mecánica. Y al final, dedujo filosóficamente que la igualdad de sexos también puede ser una cuestión de H. P.

Amor y celos

Fue el primer amor, y como siempre sucede, ella se casó con otro, y él permaneció soltero, un poco por desengaño y otro poco por comodidad. Ella tuvo una hija que era su vivo retrato. Él, maduro ya, conoció a la hija de su antiguo amor, y la amó como había amado a la madre, y la muchacha amó al galán maduro como no lo había amado su madre. La madre siente unos celos ardientes, pero todavía no está segura de quién.

Locuras

La loca me miró a través de las rejas y sonrió. Era joven y hermosa y soñé con hacer mía a aquella mujer después de rescatarla de la obscuridad. Volví una y otra vez, pero el médico me dijo: "Es incurable". La miraba y me dolía su hermosura y su sonrisa de niña confiada. Mi sueño de curarla y tenerla se hizo trizas, pues ella nunca sería cuerda. Sin embargo, ahora somos felices. Yo me volví loco, estamos juntos.

¿Vivir...

?Carlos murió a los 76 años. A los 20 había entrado a trabajar de dependiente en un gran almacén, y se jubiló a los 50. Joven aún, volvió a emplearse en otro almacén, y se jubiló a los 75, muriendo un año después, casi sin gozar de su doble jubilación. Por su parte, Raúl murió a los 32 años. A los 15 se había fugado de su hogar y viajó como ayudante de cocinero en un barco de ultramar. Fue mozo en París, músico en Atenas, soldado en África, croupier en Montecarlo y gondolero en Venecia. Cuando tenía 32 años, lo mató un marinero celoso. Carlos vivió mucho, pero vivió poco. Raúl vivió poco, pero vivió mucho.

Ministro

Se pasaba murmurando "Si yo fuera Ministro". Y un buen día lo fue. Le abrumaron los problemas, tanto que olvidó las fórmulas milagrosas que pensaba cuando quería ser Ministro. Entonces salió a la calle, y encarándose con un ciudadano con aire de infeliz, le preguntó: "¿Qué haría usted si fuera Ministro?"

50 años

Cuando cumplió 50 años, decidió celebrarlo con los amigos de cuando tenía 25. Eduardo, el bailarín incansable; Federico, el seductor; Arsenio, el infatigable contador de chistes; Juan Carlos, el prodigioso bebedor de cerveza. La idea era rememorar tiempos felices y vinieron todos, pero los recuerdos habían ido quedando a pedazos en el itinerario de los años. Además, el bailarín tenía reuma, y el seductor miraba su reloj con angustia, deseoso de irse a casa, y el contador de chistes se los había olvidado todos, enterrada su alegría bajo los escombros de una jubilación mísera, y el bebedor de cerveza sólo tomaba Coca Cola, por su hígado. Cuando se fueron todos, se dijo desconsolado: "Los 50 años no se cumplen. Se nos vienen encima".

Diferencia

El viejecito estaba sentado en un banco de la plaza. La viejecita en otro. Pasó una jovencita y el viejecito la miró con lujuria. Pasó un jovencito y la viejecita lo miró con ternura. El viejecito soñaba con volver a ser joven, para Vivir. La viejecita estaba contenta de seguir siendo abuela, antes de Morir.

Castigo

Cuando era niño, cazaba pajaritos con un rifle de aire comprimido. La carne casi inmaterial de los canarios y gorriones se desgarraba al impacto de sus municiones. Plumajes azules, verdes, amarillos, rojos, se manchaban con el púrpura de la sangre. Creció, se hizo hombre y ya no mataba pajarillos sino jabalíes asustados, tapires bonachones, tigres acosados, venados que aun en la muerte tenían en los ojos el pánico y la angustia. Llegó a viejo y murió. En el Infierno inventaron un castigo nuevo para él: pasear por un bosque encantado, iluminado de trinos y lleno de piezas de caza. Y él iba desarmado.

Historia

Cuando él era niño, su madre enviudó y se casó de nuevo. Su padrastro quería tener familia suya, y lo enviaron a vivir con una tía. Apretó los labios y no se quejó. Se hizo hombre y castigó a su madre en todas las mujeres. No amó a ninguna y usó a todas. Cuando necesitaba compañía femenina, la pagaba. Pagaba a sus amantes, a sus enfermeras, a sus compañeras de excursión, a la que le cuidaba la ropa y a la que limpiaba su departamento. Murió viejo y solo, y en la soledad del gran dormitorio, cuando sentía que se hundía en aquella nada sin nombre, tendió las manos y susurró el llamado tierno y desesperado que postergó desde siempre: ¡Mamá!

Frustración

Su manía eran los velorios. Gustaba del morboso placer de dar las condolencias. Envidiaba el dolor de los parientes y hasta la triste majestad del cadáver yacente entre maderos lustrosos y raso. Vivía soñando en su propio velorio como el pobre sueña en su casita propia, y se pasaba horas de insomnio imaginando su ataúd, la montaña de coronas y las frases patéticas estampadas en el álbum a la luz de los cirios. Tanto esperó que al fin se cumplió el sueño de su vida: morir. Pero al único velorio al que no pudo asistir fue al suyo, porque murió ahogado y se lo llevó el río.

La vida continúa

Llevaba ocho días de enterrado. Al noveno, su viuda se decidió a abrir las ventanas de la casa y entró el sol con un brillo casi irreverente. Por la tarde ella se miró al espejo, se vio pálida y se permitió un toquecito de maquillaje. Un poco después su hija regresó del Colegio, puso un disco en el combinado y la música sacó como a empujones a la tristeza que había estado fermentando en la obscuridad de la casa cerrada. Más tarde sonó el teléfono y el hijo atendió la llamada de una chica, y hubo risas. El olvido había empezado.

Suceso

Inmensa pena causó en diversos círculos la muerte de aquel ciudadano de excepción. El Comercio, la Industria, el Deporte y la Cultura rindieron banderas enlutadas. Los diarios le dedicaron sentidos artículos necrológicos, y uno de ellos expresó que la Patria inclinaba la testa, entristecida por la pérdida. Sin embargo, poquísima gente fue al entierro. Llovió.

Encuentro

Volví a ver a mi primer amor. Me regaló la sombra de una sonrisa y se fue del brazo de su esposo. Le devolví su esbozo de sonrisa y me fui del brazo de mi esposa. Pero las dos sonrisas quedaron allí, se tomaron de la mano y se fueron caminando por las calles de la nostalgia.

Extremos

El nieto y el abuelo, sentados en el verde césped, veían pasar el tren, como de juguete, allá en el fondo del valle. El abuelo, que había venido de muchas partes y estaba llegando a destino, se preguntaba: "¿De dónde vendrá?" El nieto, que aún tenía que andar todos los caminos, se preguntaba: "¿Adónde irá?"

Hombre feliz

Volvieron los mensajeros e informaron al Rey que el hombre feliz no tenía camisa. Entonces el Rey firmó un Decreto prohibiendo a todos los hombres del reino que usaran camisa. Pero en vez de una epidemia de felicidad hubo otra de pulmonía. Furioso, el Rey hizo ahorcar a los mensajeros por mentirosos.

El fin del mundo

Todos los observatorios astronómicos del mundo, los científicos y las computadoras, confirmaron que el fin del mundo ocurriría dentro de cien años. Cada habitante del planeta suspiró de alivio porque no vería el cataclismo. Y en realidad, ese día, cien años antes, empezó el fin del mundo.

El río

Cuando iba río arriba, divisé desde el barco el ranchito que se alzaba en la costa. Una mujer lavaba ropa, dos chiquillos jugaban en la playita, y el hombre pescaba la comida del día. Tiempo después, regresando río abajo, vi que las aguas habían crecido y del ranchito apenas se veía el techo pajizo. Los cuatro se habían marchado a empezar de nuevo. Y entonces pensé que el río es como la vida: nos alimenta de a poco, y nos come de golpe.

49 años

Cuando cumplí cuarenta y nueve años, miré un álbum y encontré un retrato de mi padre, que murió a los 42. Absurdo y real, allí estaba mi padre, más joven que yo, destruyendo una relación que creía eterna. Entonces me di cuenta que me acababa de recibir de viejo.

Nicanor

Nicanor no sabía qué hacer. Campesino bueno como era, tenía ideas simples y rectas. Y se enfrentaba a un problema, común a muchísimos campesinos como él, encarados de pronto, demasiado rápido para su gusto, a las nuevas exigencias del progreso.
El camino, que ahora pasaba por su rancho y su capuera, lo había trastornado todo. Desde siempre aquello fue una carretera arenosa y desierta. Ahora era camino, con asfalto, y con un tránsito veloz y rugiente. Como hombre de trabajo, Nicanor se alegró en cierto modo. Vendió la carreta cansina y la yunta de bueyes, con alguna tristeza, porque se había encariñado con "Número" y "Letra", como había bautizado a sus animales de tiro, más que nada para demostrar que él, el dueño, no era analfabeto. Ahora le bastaba sacar su cosecha a la vera del camino y el acopiador venía en camión a llevársela.
Hasta ahí todo iba bien. Pero quedaba "Guapo", como un problema vivo. "Guapo" era su montado, compañero de largas jornadas hasta el pueblo, paciente, sufrido, caminador, sin caprichos temperamentales aun cuando el peso se sobrecargaba algún domingo de fiesta patronal, y se hacía triple, con María, su esposa, en las ancas, y Niño, el retoño, sobre la cruz. "Guapo" no era simplemente el montado, era un compañero, un alivio en la angustia de la soledad, del aislamiento y la distancia. Pero el camino también había anulado a "Guapo", que había quedado fuera de época, sobre todo cuando Nicanor compró la moto, que devoraba alegremente las distancias, y ponía al pueblo allí cerca, a la vuelta de la primera curva.
"Guapo" pastaba y engordaba en el potrero, con el aire levemente ofendido de desplazado, ignorante de que varias veces se había detenido frente al rancho el "camión jaulero", enorme como una cárcel rodante, ofertando la compra de "Guapo". Pero Nicanor se había negado. Sabía el destino de aquellos caballitos que iban en la gran jaula rodante. Primero, la humillación de ser despojados de crines y cola, y luego, haciendo figura triste, irían al matadero.
Semejante destino para "Guapo" no gustaba a Nicanor, aunque en realidad, aquellos guaraníes ofertados por "Guapo" no podía tasarse en dinero, sino en cariño. "Guapo" no significaba tantos kilos de carne y unos cuantos billetes, sino mucho más, el sacrificio callado, la camaradería extraña del hombre con las cosas, vivas o no, que conforman su mundo, su esperanza y sus raíces. Entregar a "Guapo" para que lo mataran, despedazaran y enlataran, era como arrancar sus raíces de la tierra y quedar flotando en un mundo nuevo y más cómodo, pero desconocido. Por tanto decidió conservar a "Guapo", vivo y ágil, engordando en el potrero, con su estampa buena, que recordaba a Nicanor que el progreso, con sus muchos cambios, perfecciona al hombre, pero no cambia su naturaleza, hecha de bondad, de sencillez y de amor.
Sí. "Guapo" quedaría en paz, y de vez en cuando, cuando la estampa del macho debía lucirse, no sería sobre la maloliente trepidación de la moto, sino en lomos de "Guapo", oloroso de cuero vivo a sudor alegre, que iría devorando distancias hacia la fiesta pueblerina con el júbilo viril de una polka desgranando desafíos, silbada a todo pulmón, y rompiendo el silencio del atardecer.