Texto publicado por Melany Gachicha Gómez
Egresados 2018: Mi graduación de la secundaria, una fecha inolvidable
(Basado en hechos reales, sólo los nombres han sido cambiados)
7-12-2018: Un día especial
Son las 18:00 horas en punto. Llego a mi escuela secundaria, junto con mis padres y dos de mis hermanos: Matías (El del medio) y Adrián, el segundo hermano mayor de la familia. Bajamos los 5 del vehículo e ingresamos a la institución. Ese día había un evento muy importante: La entrega de diploma de los de sexto año de esa escuela, lo que la hacía especial era el hecho de ser la primera promoción de esa Anexo con orientación de artes musicales. Yo, era parte de ese grupo estudiantil que le daba fin a estos 6 años de secundaria, 12 años de estudios en total si sumamos los 6 años de la primaria.
Prebiamente, me encontraba muy ansiosa, inquieta, y no era la única. Todos lo estábamos, incluso algunos no habían podido dormir la noche anterior, y por suerte no fue mi caso.
Y al fin llegó el día, el 7 de diciembre, nuestro día. Un día donde los sentimientos se declaran la guerra y uno ataca con más fuerza que el anterior: Alegría, ansiedad, nerviosismo, melancolía, nostalgia, y de forma imprevista las lágrimas, eran aquellos sentimientos que luchaban por tener su lugar en nuestro ser. Yo tuve esa guerra con alguno de esos sentimientos.
Las horas pasaban lentas, y ese día, me duché, almorcé y miré tv (Los programas de Investigation Discovery me ayudaron a distraerme un poco) vocalicé como pude por cuestiones del tiempo, pero la actividad más difícil era revisar mi teléfono móvil: Inquieta, miraba WhatsApp a cada momento, atenta a si mis compañeros decían algo en el grupo. Entraba a Facebook, como si esperara alguna notificación importante: Reacciones y comentarios a la publicación que hice por la mañana, en el que decía que llegó el gran día.
Finalmente, las 18:00 horas, la hora en el que se supone comenzaría el acto. Por suerte, nunca cumplen ese horario, pues a esa hora yo había llegado junto con mi familia a la escuela. Una vez dentro, una auxiliar del turno tarde me llevó arriba, a los salones, pues en uno de ellos estaba sexto. Entré, y algunas chicas me elogiaron por lo bien que me veía. Varios ya estaban allí, algunos más fueron llegando. Pasaron los minutos, el calor del salón junto con un poco de ansiedad nos hizo salir al pasillo para tomar aire, pues adentro, aunque había ventilador, no corría aire a gusto.
Entre comentarios, risas, aclaraciones y anuncios, luego de permanecer en el pasillo de la escuela por unos minutos, bajamos las escaleras. Ocurre que la Anexo 30 (Al menos de momento) comparte el edificio con la escuela primaria 161. En realidad, esa escuela primaria es quien nos prestó el edificio, y también nos prestó el patio para llevar a cabo el evento, ya que en el nuestro no cabía tanta gente.
Bajamos a la primaria y permanecimos unos minutos adentro, esperando a que se iniciase el acto. Ismael (El preceptor del turno tarde) y Teresa (Una profesora de matemáticas) eran los encargados de conducir el acto. Mariana, nuestra amada preceptora, estaba a mi lado, pues era quien me guiaría. Cuando me preguntó si estaba nerviosa, le afirmé que sí, ya que era la verdad y no me gusta mentir. No sólo estaba nerviosa por la entrega de diplomas, también porque luego cantaría en directo una de mis composiciones: Contigo estaré.
Comenzó el acto, y todo sexto (Turno mañana y turno tarde) salía lentamente hacia el patio, y a medida que Ismael y Teresa decían nuestros nombres, íbamos pasando frente al público y acomodándonos en nuestros lugares.
Luego de la parte de las banderas, el himno nacional argentino y unas hermosas palabras que preparó Teresa para la ocasión, llegó esa parte tan emotiva: La entrega de diplomas. Uno a uno fueron pasando los estudiantes de sexto año, por orden alfabético de los apellidos, y con una canción de fondo que meses atrás nos pidieron que escogiéramos para nuestra graduación. Y en la alfabetización de la lista llegó la g, sólo dos personas habíamos con la inicial G en nuestros apellidos: Lisa Giménez, y yo, Melany Gómez. Ambas del turno mañana.
Cuando ya casi se terminaba la parte de Lisa, Mariana se me acercó y me dijo.
--Melany, ¿Querés que te acompañen para que te entreguen el diploma?
--No, Mariana. Iré sola.
--Okey, pero, ¿Querés que te siga de cerca?
--No, no se preocupe, iré sin ayuda -le dije firmemente. Habían 5 metros o menos que separaban las sillas de los egresados y el espacio donde los adultos entregaban el diploma y las medallas. Lo cierto es que no quería depender de nadie para que me acompañase, sabiendo que tenía mi bastón y conocía esa escuela como a la palma de mi mano.
Después de unos segundos de silencio, comenzó a sonar el tema Motivos de Abel Pintos (Canción escogida por mí) Teresa anunció mi nombre, me levanté con seguridad de esa silla y con mi bastón blanco caminé hacia el frente, mientras la gente aplaudía. Mariana me había avisado previamente que el camino estaba libre, de todas formas, yo no tenía miedo. ¿Qué era el miedo en ese momento para mí? No lo sé, pero quería demostrar mi lado independiente.
Me detuve donde se entregaban los diplomas. Teresa y Bastián eran las personas que había escogido para que me dieran esos elementos. Rememoremos: Teresa, era la profe de matemáticas, la cual tuve en tercer año y también en sexto, la mejor profe de matemáticas que he conocido. Buena, copada, servicial, una persona que quiero y admiro muchísimo. Bastián, era el profesor de música que tuve en primer y cuarto año, con el cual aprendí la magia de la Zampoña, mi instrumento predilecto de viento. Teresa me entregó la medalla y Bastián el diploma. Ambos me daban las gracias mientras me abrazaban. Yo estaba nerviosa, recuerdo que temblaba, y Teresa lo notó. No sé qué pasó en un momento, no sé si me desconecté o qué rayos, pero la emotividad me ganó y comencé a llorar. Luego llegó mi familia para la foto, mis padres me abrazaron (Más que nada mi papá) y mis dos hermanos también. Fue de esos pocos momentos en los que pude abrazar a mi hermano Matías, pues él es poco expresivo. Dejé que las lágrimas fluyeran, sin pena ni vergüenza, pues sabía que no era la única que se había emocionado. Luego de las fotos, la gente aplaudió y volví a mi silla, un poco más calmada.
--Relájate, Mel, que ahora tienes que cantar, -me decía a mí misma y tomaba aire para recobrarme.
Pasaron todos los alumnos y llegó mi parte para cantar, hice lo mejor que podía mientras la gente seguía el tempo de la canción con las palmas. Al finalizar me aplaudieron, docentes me felicitaron por la canción y la letra, y el acto continuó: Palabras de la directora, después se despidió a la familia pues ahora los alumnos quedábamos sólos con los maestros para compartir un momento.
Luego de plantar un árbol junto a unas cemillas de papel donde expresábamos deseos o algo que nos haya dejado la escuela, sonó el último timbre y todos subimos rumbo a los salones, donde en uno de ellos, nos esperaban unas mesas que habían preparado, en la cual habían unas copitas de plástico, y que posteriormente sirvieron Sándwiches de miga (Tortas de jamón, y si tienen otro nombre me avisan) y también refresco. Comimos, brindamos, acotábamos, aplaudimos, y les decíamos a Mariana y a los profes que nos había gustado el acto.
Y finalmente, todos nos fuimos rumbo a nuestras casas, despidiéndonos de esa escuela como estudiantes. Ya era de noche, la hora de la cena, más de las 21:15.
Pero si tuviera que resumir este relato que ocuparía unas 3 páginas en Word, diría que ese fue un día muy especial. Un día único, un día para brillar, un día que marcó el fin de una etapa de estudios, pero que marca un acontecimiento rememorativo en nuestras vidas.