Texto publicado por Irene Azuaje

Maduro se pudre.

Héctor Abad Faciolince.
Lo más grave del fracaso es no reconocerlo y aferrarse tercamente al error como si fuera un acierto. La ceguera de la ideología produce estos efectos devastadores:
si yo estoy aplicando la receta económica y política que mi ideología dicta, como yo creo en ella de un modo acrítico (tal como el devoto cree fervientemente
en los dogmas de su religión), esta receta no puede fallar: simplemente requiere tiempo para poder acoplarse a la realidad, o para que la realidad se adapte
a ella.

El equivocado niega los datos que entrega la realidad, los deforma o no los reconoce. Los convierte en un lecho de Procusto: si el que se tiende en la
cama es más largo que ella, se le cortan los pies con una sierra; si el acostado es más corto que el lecho, se le estiran las piernas descoyuntándole a
martillazos las rodillas, los tobillos, y jalando a la fuerza el cuerpo real para que mida lo mismo que la cama. Así actúa Maduro con la tragedia del cuerpo
real de Venezuela, y a esta maroma mental se somete el chavismo duro de allá y del mundo entero. Y los problemas de Venezuela serían solo dolores de crecimiento.

¿Sube la mortalidad infantil, aumenta la muerte materna, suben los índices de homicidios? Pues entonces hay que dejar de publicar esas cifras, con la esperanza
de que así no existan. ¿Se van tres millones de personas del país debido a la penuria, el hambre y la falta de oportunidades? Quienes se van son los mimados
de la pequeña burguesía, incapaces de hacer los sacrificios que requiere una revolución. Más que un fracaso del país, ese drenaje de millones de venezolanos
se ve como una válvula de salvación: menos bocas que alimentar. Pero si se está yendo la fuerza laboral, si se marcharon los profesionales que se tardaron
años en formar, las mentes más inquietas y laboriosas. No importa: son gusanos, escuálidos, que se vayan del paraíso que estamos construyendo. ¿La inflación
llega a números con tantos ceros que Maduro sería incapaz de escribir? Es por el sabotaje internacional.

Obviamente la negación del fracaso no obedece solamente a la ceguera ideológica (este es el caso del chavismo religioso, no del chavismo corrupto). El
chavismo descarado no puede ver el fracaso de su política social porque a este segmento corrupto esa receta, del modo más individualista que existe, les
trae un beneficio económico personal: sus cuentas fraudulentas en dólares crecen, maduran, florecen, rebosan de salud. Están a salvo en Suiza, en la isla
de Jersey, en las islas Caimán.

Los efectos devastadores que ha tenido el populismo chavista para la economía venezolana son más que conocidos: hiperinflación, desabastecimiento, incremento
de la pobreza a todos los niveles, pauperización de la clase media, agotamiento de las industrias, desestímulo a todo emprendimiento, fuga de cerebros
y de capitales, aislamiento internacional, etc. Pero hay efectos morales y culturales incluso peores porque son más profundos y serán más duraderos. Si
el socialismo de Estado, asistencial y manirroto, no pegó bien siquiera en un país disciplinado y diligente como Alemania Oriental, imagínense el desastre
y el pegote de los resultados de esta misma receta en una sociedad como la venezolana, en un país ya acostumbrado a vivir de la renta petrolera y el despilfarro
corrupto de esa maldición disfrazada que es el exceso de recursos naturales.

El gobierno de Maduro es, para el cuerpo de Venezuela, como tener una pierna gangrenada. Sin amputar esa gangrena, todo el pueblo se pudre. Esa enfermedad
social está siendo negada como se negó la enfermedad de Chávez, que era evidente incluso cuando lo hinchaban con dosis industriales de esteroides. El comandante
eterno se murió sano y sin que siquiera se supiera de qué. Del mismo modo Venezuela, inflada con los últimos petrodólares que le permiten sobreaguar, agoniza
por la terquedad ideológica de una camarilla fanática o corrupta que ni puede ni quiere ver la pudre que se la está devorando desde hace dos decenios.