Texto publicado por TTS Fer
Es hora de sentar cabeza.
Como las historias anteriores, esto fue real.
Desde que Keving se había casado con Yamilet, ¿recuerdan? no supe nada más a partir de aquella noche de horror que presencié en la que fuera la casa conyugal. Pues bien, hace dos semanas atrás, concretamente dos sábados me llamó el jefe de los machos del barrio informándome de que Mora, la hermana de Kevin, celebraría sus 15 en una fiesta por todo lo alto. Los machos del barrio son una banda de amigos, como su nombre indicará, del barrio, de toda la vida. Me puse muy feliz, sinceramente, y le dije a este amigo, Gago, que sí. Kevin no me había comentado nada, lo cual me extrañó. Después de lo que sucedió con su flamante novia hemos cruzado alguna palabra y para mi alivio estaba bien, vivo y sano. O eso decía. No hemos vuelto a vernos. Sí concretamos alguna juntada que desde luego nunca se dio. Cuando le preguntaba acerca de Yamilet, me desviaba la conversación. Si insistía era peor, y pronto entendí que era mejor dejarlo estar hasta que él mismo me lo pidiera.
Aquel sábado me pasó a buscar el tiqui, un gran amigo que entre otras cosas es mi guardaespaldas. Me llevó con su mujer y uno de sus hijos a la fiesta, en su lujosa camioneta.
La fiesta se realizó en un salón ubicado exactamente en la otra punta de la ciudad, de donde vivo yo, de forma que el trayecto duró lo suyo. Al entrar la recepción estaba repleta. Familiares de la homenajeada, amigos, gente desconocida pero otra tanta conocida, amiga nuestra. En unas mesas ispuestas se servían canapés de gustos variados, fiambres y sándwiches. Como parecerá natural, aproveché a atacar especialmente los canapés y fiambres como el salamín, la bondiola o el jamón crudo. Yo sostenía un regalo para Mora, consistente en un cuadro pintado por Jazmín que hacía honora al motivo en cuanto a la decoración que ambientaba: Diferentes princesas, representadas a gran detalle, pintadas en óleo. Jazmín llegaría sola más tarde, pues tenía turno en un restaurante oriental de la ciudad.
Y ahí estaba yo, parado, con toda la gente arremolinándose alrededor de las mesas, con el cuadro muy bien envuelto en una mano y los canapés de los que caía al piso su contenido en la otra. Con el tiqui guardando mis espaldas, y más gente arremolinándose y empujándose por un canapé más, por un fiambre más, por una servilleta más. Caían los trozos de queso parmesano, los trozos de rúcula. Las migas de la suerte de masa que hacía la base de los canapé. Las pequeñas servilletitas de papel volaban, la recepción comenzaba a volverse caótica. Ahora caminar era sinónimo de ser fuertemente empujado por un grupo de gigantes hambrientos, incapaces de esperar a la comida propia de la fiesta, servida dos pisos más arriba.
yo seguí comiendo, y el tiqui, siempre haciendo eficazmente su trabajo de escolta, como era complicado moverse por entre las mesas de aperitivos, me ha estado dando: Canapés, fiambres e incluso sándwiches de ternera. ¡Qué rico! Y la gente continuaba llegando. Llegaron los demás tiquis. Los tiquis son otra banda que tengo. Y también los machos del barrio, más familiares de Kevin y sus hermanos. Saludé a su mamá, a su padre, a su hermano mayor, Guillermo, que estaba hecho todo un hombre adulto. Y saludé a Kevin, claro. Para mi sorpresa estaba radiante, escoltado por su flamante mujer, Yamilet. Sí, a pesar de todo lo que tuve que presenciar yo.
Yamilet lucía espléndida, en un traje azul marino muy abrigado. Tenía una falda bastante corta que dejaba entrever algo de sus bellas piernas, perfectamente depiladas, y su pronunciado escote incitaba a mirarle ciertas partes femeninas que a mí no me interesan. Como quien no quiere la cosa, la saludé tras saludar a este gran amigo que me ha acompañado en las buenas y malas, comiéndose el horror por mí en un par de ocasiones ya narradas anteriormente. Para otra sorpresa que me llevé, no sentí nada desagradable o extraño. La abracé, la saludé como si se tratara de una chica toda la vida común y corriente.
Iba a charlar con Kevin, pero como buen hermano de la cumpleañera que era, debía irse a saludar y atender otras cosas pidiéndome que después nos pusiéramos a charlar.
-¿Y vos, te trajiste novia? ¿Seguís con Jazmi?
-See, sigo con ella y viene más tarde, ya está confirmada.
-Ah, genial. ¿Y? ¿Van a casarse?
-Na, ni en pedo.
-Ya es hora de sentar cabeza, primo -me dijo. Sí, me dijo primo. Si bien somos amigos, hay desde siempre un cariño tan cercano que es como si fuéramos primos que se ven siempre que pueden. Y dicho esto, sin darme chance a mover un músculo, desapareció junto a Yamilet de forma que no logré comprender. No se fue, simplemente desapareció de donde estaba parado en frente mío.
Algún rato después empezó la fiesta. El salón era dos pisos más arriba. Había una escalera mecánica, para mi sorpresa.
Llegando arriba, el salón lucía en todo su esplendor. Dibujos de princesas decoraban la estancia aquí y allá, y luces multicolores nos daban la bienvenidas. Las mesas estaban recubiertas por un mantel de suave piel que era un placer tocar, perfectamente dispuestos, sin una sola arruga. Encima, los respectivos platos, cubiertos, copas y bebidas. Las sillas estaban cubiertas por una suerte de funda de terciopelo, haciéndolas muy cómodas.
Se escuchaba música. Se charlaba. Se vevía. Ya nada se comía, los aperitivos quedaron abajo. Yo charlaba con los machos, con quienes se me había reservado la mesa para mi buena suerte, y con Jazmín, sentada a mi derecha. Y así pasó un rato hasta que comenzó la acción. Entró, poco a poco, dándole un aire suspensivo y enigmático la cumpleañera que lucía tan bella y radiante, como una princesa de cuentos. Llevaba un vestido rosa, mucha piel le era descubierta y daban ganas de mirarla hasta contraer una deficiencia visual, pues deslumbraba como el sol. Fue aplaudida, silbada, piropeada y por supuesto. Saludada.
Se sirvió el primer plato, consistente en una suerte de canelón con salsa de champinión que no estuvo nada mal. No veía a Kevin por ningún lado, lo echaba de menos y en ese momento quería quedarme charlando con él. Charlaba con los machos y Jazmín, que igual estaba gran parte del tiempo ensimismada pues estos no son ambientes de su agrado.
Terminada la comida empezó la primer tanda bailantera. Como quien no quiere la cosa, dejando sola a Jazmín me levanté y fui hacia la pista, junto a los machos y el tiqui, cervezas en mano. Todos queríamos bailar cumbia, pasarla bien. Bailé bastante hasta que el DJ puso cuarteto, bailé un poco más saltando para delante y para atrás, hasta que me cansé. Volví a mi lugar a hacerle compañía a Jazmín. Terminado el bailongo, se irvió el segundo plato que consistió en arroyado de pollo con papas españolas. Terminó la comida ty comenzó la segunda parte del bailongo. Yo seguía sentado acompañando a Jazmín. En determinado momento, como estaba meándome y el chupín me ajustaba demasiado, me levanté en busca del baño. Había que bajar. como las escaleras mecánicas me fascinan, me acerqué a ella. Esperé a que se pusiera a mi altura y me subí sobre la plataforma. Pues bien, repentinamente y sin explicación todo quedó inmóvil. La música, el mecanismo de la escalera, el ascensor que estaba funcionando más allá. Se fue la luz. Todo cotidiano hasta acá, sí. Se fue la luz en plena fiesta, y ahora todos estábamos en una emergencia, en el salón de fiestas, teniendo que, tal vez, bajar por las escaleras normales si fuese necesario. La gente comenzó a alborotarse. Empleados del local corrían quizás a traer refuerzos. Pero mucho más no se pudo hacer. Una poderosa luz iluminó la estancia. Escuché un grito que me resultó muy familiar. Era la voz de Kevin, sin duda. Era un grito desgarrador, agónico. Se escucharon llantos, no supe de quién provenían. Quise ir hasta Kevin a ver qué ocurría, pero ni el sonido de su voz me dejó acercarme. Jazmín estaba de intentando acercarse a la escalera y siendo empujada por una manada de cerdos una y otra vez. Empecé a asustarme, no pude evitarlo. Y en seguida, algo interrumpió el curso de mis pensamientos.
Si Mora desde que llegó estaba hecha una bella durmiente pero despierta, ahora mismo tenía a la diosa de las princesas de cuentos en frente. En lo que a mí respecta, Jazmín es esa diosa sin duda. Pero es que se me apareció una figura femenina que, comparar con una princesa o un hada era poco. Esa joven tan hermosa y a la vez misteriosa me miró, me clavó una penetrante mirada que me dio un escalofrío que recorrió todo mi ser. Iba a hablar aunque realmente no tenía algo inteligente que decir a modo de reacción, pues estaba muy impresionado, cuando la princesa volteó y desapareció por otros lados. La miraba toda la fiesta, seguramente haciéndose mil preguntas. A los pocos segundos la vi aparecer tras unas cortinas, completamente desnuda y misteriosa. Desfilaba por el salón sin ningún pudor, mostrando su belleza arrebatadora, tal cuál llegó a este mundo. Aunque esto último yo pienso que no lo hizo como el resto de los mortales. NO respondía a miradas, intentos de ser tocada, gritos, silbidos. La gente, el personal, había perdido el control. Yo intenté volver a mi lugar, ya bastante estaba parado como un pavote frente a la escalera mecánica. Quise volver a mi lugar, no pude. Una fuerza invisible me llevó, antes que me diera cuenta, a un rincón en penumbras, donde no había nadie. Para mi horror alcancé a detectar una avertura en el suelo, negra, maloliente. Cuanto más la miraba esa grieta parecía hacerse más profunda. Pensé que eso se abriría bajo mis pies y caería a un poso sin fondo. Intenté enfocar la mirada hacia otro lado. Me acuclillé, acojonado ante la posibilidad de caer a mi tumba. Volví a escuchar los desgarradores pedidos de auxilio de la inconfundible voz de Kevin.
Al estirar la mano derecha hacia adelante, sentí un cachetazo. No logré ver al agresor. Kevin continuaba pidiedo auxilio. La gente estaba desesperada por ayudar pero algunos caían al suelo, otros caían inevitablemente a aquel avismo. Repentinamente sentí algo húmedo, cálido y bienhechor en mi vientre y mi boca. Antes de darme cuenta, estaba totalmente desnudo, besando con lengua a aquella misteriosa princesa. Ahora, aparte de los alaridos de Kevin, escuchaba los chillidos histéricos de alguien más. No me cabía duda de que era una mujer. La misteriosa aparición me dominaba, me controlaba. Tan pronto la tenía a horcajadas encima de mí, tan pronto yo la penetraba al pelo, como si mi pitulín hubiera cobrado vida independiente al resto de mi cuerpo. La avertura crecía y menguaba intermtentemente. De su interior comencé a oír lamentos, gritos de angustia. Parecía un público respondiendo a una orden superior para gritar y lamentarse al unísono. Me temblaba hasta el culo. Se me encogía la pistolita, y entonces esa criatura bella pero demoníaca emitía vapores de rdiente fuego, forzaba una ellaculación de sangre rojísima. Los gritos de Kevin, agónicos, iban suavizándose, no para mi alivio sinó para mi desconsuelo. Su vida estaba llegando al fin. Yo presentía que lo peor no había pasado. Vi a Jazmín gateando hacia nosotros, aunque no llegué a ver su rostro. Pues bien, la grieta se abrió y se la tragó. Escuché su último lamento, su último alarido, vi su último impacto vertiginoso hasta caer y caer, caer y caer a donde ya no pude ver el final de la misma caída. Mis partes masculinas sangraban. El llanto de alguna chica eran estremecedores.
Me vi solo, desnudo, sangrante y tiritando de frío. No había gente, o yo no la veía ni la escuchaba. No había ninguna grieta. Como el suelo parecía tener su vida, decidí no acercarme, no vaya a abrirse justo ahí, que me caía a reunirme con Jazmín y el resto de la concurrencia. Estaba pensando cuando se acercó rodando la cabeza de Mora, la cumpleañera, con su rostro completamente pálido, escoltada por una sombra. No vi más que eso, una sombra. La cabeza de Mora se balanceaba por el suelo, siempre cabeza arriba, agitándose con desesperación. La presencia de la sombra resultaba amenazante. Una voz muy familiar pero gutural como jamás la escuché me dijo:
-Es hora de sentar cabeza, primo. Es hora de casarte con la que será la nueva reina muerte. -Y una carcajada siniestra comenzó a hacer eco en mi consciencia, hasta que la perdí.
Me temo que no pasó tanto tiempo, ya que hoy es domingo. Eso sí, estoy tonto y ni siquiera de eso estoy seguro. Creo que estoy en casa, pero no sé... Veo todo muy extraño. No sé qué sucedió, la verdad. Mi celular no deja de pitar. No logro leer nada, estoy como abombado. No, no lo soñé. Esto sucedió, así tal cuál. Aunque estoy algo más tranquilo, sigo como diríamos acá, cagado en las patas y con el ojete lleno de preguntas.