Texto publicado por MoisésLevel (Sevenlevs)
Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 5 años. Antes se titulaba Vivir como una flr..
Vivir como una flor
Por un tiempo he abandonado la escritura. Quería retomarla, pero no me encontraba. A principios de mes lanzaron un reto en un grupo al que pertenezco donde invitaban a escribir un relato por día de no más de quinientas palabras, usando como elemento a una criatura mitológica de una lista que facilitaron. Se acerca Halloween, he estado cumpliendo el reto y por mi parte, sacaré todos mis relatos en un libro de descarga gratuita el 31 de este mes. Dejo acá el relato del día de hoy porque veo que tengo mil años sin compartir nada. Para el último de mes dejaré el libro también. Es Halloween, así que no conseguirán nada romántico con finales felices. Tendrá relatos como este, otros mas normales, y otros algo más... fuertes.
Vivir como una flor.
Enma tenía nueve años cuando lo vio por primera vez. Con su gorro puntiagudo, su túnica y esa carita tan fea. Ambos se quedaron perplejos, y aunque el gnomo desapareció al instante, la niña nunca lo olvidó.
Los añs siguientes los dedicó a comprender que era un duende, y qué hacía uno en su jardín. De esa manera descubrió que lo que vio fue un gnomo. Se basó en algunas leyendas irlandesas para dejarle regalos, y así fue como el gnomo se acercó hasta ella, bebió la leche y miel, comió del pan recién horneado y se convirtió si no en un amigo, a menos en algo fantástico en su vida.
Años después se atrevió a preguntarle si podía hacer magia. El gnomo asintió, pero su cara se mantuvo inexpresiva cuando ella le contó cuál era su sueño.
-Me has hecho regalos. Si eso es lo que me pides, ese será mi presente para ti.
Tres días después, Enma seguía desaparecida para todos, y en especial para su triste familia. Sin embargo, en el jardín había una pequeña flor de pétalos castaños. Hermosa, fragante y llena de vida. Ese fue su petición al gnomo: quería ser una flor para alimentarse de la tierra, el agua y el sol.
Consideraba un crimen matar animales, y creía que el humano tenía que ser como las plantas, para vivir de la naturaleza. Ahora, Enma era feliz. El calor la reconfortaba, y esa energía en su interior no tenía comparación. Pero ahora formaba parte de la tierra y podía oír perfectamente los gritos de los que no tienen voz.
Ninguna guerra podía compararse al campo de batalla de los insectos. Alaridos y millones de muertes por día. Cada vez que alguien caminaba por el jardín, las plantas más pequeñas lloraban de terror, y sus alaridos duraban días cuando eran pisoteadas. Impotentes, los árboles gritaban a los pájaros cuando destrozaban sus frutos, y todavía se lamentaban por las ramas que le habían cortado años atrás.
Día tras día el gnomo visitaba a la pequeña flor que seguía creciendo, gritando, batallando contra otro centenar de diminutas plantas que querían vivir. Observaba a Enma con tristeza, y luego se retiraba. Aunque la oía chillar, pidiendo que la devolviera a su forma humana, el gnomo sólo la contemplaba con melancolía.
Dos semanas después, su hermano sacó a pasear al perro de la casa, pasando por el jardín, masacrando centenares de insectos y plantas. Entre esas, la pata del maldito perro se había encargado de aplastar una pequeña flor castaña.
El gnomo se acercó como siempre, y con tristeza estuvo contemplando lo que quedaba de Enma. Una flor con el tallo roto cuyos pétalos se llevaba el viento, unida a otras plantas e insectos en un único coro de lamentos que nadie oía, ni se preocupaba en entender. El gnomo se dio la vuelta para nunca más volver. Tres días más tarde, Enma era una una rama seca que las hormigas devoraban.