Texto publicado por MoisésLevel (Sevenlevs)
En la vida y en la muerte (relato corto de terror)
Halloween. Así que les traigo un relato con el que participé en un desafío.
En la vida y en la muerte.
–¿Todavía me amas? –Preguntó ella con voz ronca–. Entonces, bésame –agregó al ver su asentimiento.
Lentamente se comenzó a acercar hasta ella. Apoyó manos y rodillas en el suelo, cortándose con los restos de metal y cristales rotos. Unió sus labios a los de ella, sintiendo el sabor metálico y salobre de la sangre. Temblaba de pies a cabeza porque sabía que estaba muerta. Que lo que veía era el lugar del accidente. Tomó aire y con su grito escupió vidrios, dientes y algo carnoso.
Sudando a mares, temblando de pies a cabeza despertó de la pesadilla. Viviía solo en un hogar ahora frío, desamparado, con los ecos del perfume y las risas de su esposa flotando tristemente entre las paredes, aplastando su espíritu día a día.
Sollozando llegó al baño donde un hombre demacrado, ojeroso, descuidado y delgado le devolvió la mirada desde el espejo. Todo fue tan real, y sabía, lo seguiría siendo. En dos meses la herida estaba abierta. Cada vez que cerraba los ojos la veía allí, con la mitad del cuerpo fuera del auto, su blanco brazo extendido con pedazos de piel faltante, el cuerpo casi partido a la mitad con el vidrio de la puerta, intestinos y otros órganos regados por la calle, y su único ojo mirándolo fijamente con franco terror, aunque ahora al verla por encima de su hombro, el cariño seguía allí…
Petrificado se quedó mirándola. La mitad del rostro aplastado, el cabello apelmazado por la sangre, los labios rotos… comprendía que su muerte lo afectara de manera traumática, pero eso…
Sin dejar de temblar se dio la vuelta, y por supuesto, allí no había nadie. Como pudo bajó hasta la cocina, aunque en los últimos escalones terminó por caer dando manotazos, gritando sin parar. Sentía su mano fría en la mejilla.
La cucharilla con la que intentaba colocar el azúcar a un café cargado repiqueteaba sin parar contra la taza y el polvo decoraba la mitad del mesón.
–Yo te ayudaré, querido –la mano donde aún brillaba su alianza le quitó la cucharillita para servirle con calma su bebida favorita. Pero él ya no estaba allí. Corría por la sala en la oscuridad. Por eso no vio la pared.
Más que el dolor y la inflamación de su cabeza, una parte primitiva de su mente lo hizo despertar, porque allí, arrastrándose hasta sus pies, luego subiendo por sus piernas para después sentarse a orcajadas sobre él estaba su esposa con su único brazo, sus intestinos al aire y su cuerpo destrozado. Lo único que permanecía tal como lo recordaba, era su ojo izquierdo. Brillaba alegre, satisfecho.
–Estoy tan sola, y juramos que estaríamos juntos por siempre –dijo con tristeza al ver el terror en su rostro–. Juntos, por… siempre. En la vida, y la muerte.
Cuando ella comenzó a mover las caderas, su cuerpo respondió involuntariamente. Si cerraba los ojos, podía fingir que por un día más, volvían a estar juntos.