Texto publicado por TTS Fer
Un cuento sobre un juguete chino y el coronavirus.
Era una cálida tarde de verano. Abril, una bella niña a punto de cumplir 8 años, salía de la iglesia junto a su mamá y su hermano mayor, ya en sus 17. Manejaron algunos kilómetros y pararon a merendar. Luego de que abril tomó un delicioso helado, se disponían a regresar hacia el departamento en el que habitaban, que era un nido de ratas, pero al menos se podía vivir. Muy cercano a la heladería se encontraba un chino que en un local de calle vendía algunos juguetes baratos. Lo que estaba más a la vista era un pianito azul con rasgos muy llamativos, y algunos dibujos rosados encima del panel de control. El chino no estaba solo, le acompañaba una preciosa joven china que clasificaba los productos en venta y anotaba datos en una agenda electrónica de anticuado aspecto.
- ¡Mami! -gritó abril llamando la atención de su mamá y su hermano. Ellos se percataron del gesto y del puesto de los chinos, para luego seguir la dirección de la mirada de la pequeña hacia el pianito en exposición. Se acercaron.
-Hola, -le dijo la mamá al caballero chino.
- ¡Eh! -dijo el chino, abarcando con un gesto de su mano derecha el puesto. Aparte de aquel pianito se podían ver algunos juguetes de dudosa procedencia, aunque sin duda made in China, y de dudosa legalidad.
-Mi amor, ¿querés ese pianito? -dijo la mamá.
- ¡Síiiiii! -Chilló la niña en respuesta.
Derek, su hermano, era muy entendido en electrónica y se estaba preparando para ser un circuitbender. Conocía muchos detalles internos de aquellos juguetes y teclados musicales de bajo voltaje, a los que modificaba (cuando los tenía a la mano) y descubría muchos Easter eggs ocultos en la CPU de la mayoría de ellos. Miró este pianito con desconfianza. Él, como buen conocedor de los juguetes chinos, sintió que no iba a ser una buena compra, pero no sabía explicar por qué.
- ¿Puedo verlo? -preguntó la niña.
La joven china sacudió la cabeza en un gesto afirmativo. Quitaron el plástico transparente que contenía la caja. El pianito quedó a la vista. Antes de dejárselo a la niña, el chino había desaparecido por entre los productos en venta y había regresado con un destornillador. Los chinos destornillaron la tapa de las pilas y le introdujeron 4.
El rostro de abril se estaba iluminando con entusiasmo e ilusión. Puesto el pianito en su caja, y con las pilas puestas, se lo dieron a la niña sobre una suerte de mostrador improvisado consistente en una plataforma que actuaba como tal. La china lo prendió y un jingle introductorio sonó a gran volumen. La niña comenzó a tocar algunas notas al azar, a apretar botones y a reproducir algunas melodías de demostración. A Derek no le estaba gustando nada. Sintió algo muy turbio. Esa sensación se agravó al escuchar aquel fuerte sonido. No había control de volumen.
- ¿Te gusta, mi amor? -preguntó su mamá.
- ¡Síiiii!
- ¿Lo compramos?
- ¡Sí!
El chino había extraído de la caja un microfonito muy pequeño y barato. Su cable era poco resistente. Lo conectó al correspondiente conector de entrada.
- ¡Wiiiii, tiene micrófono! -dijo la pequeña.
“Claro, no podía ser de otra forma” pensó Derek, “y encima con un microfonito choto que no le va a durar nada”.
Cuando el chino lo conectó, Empezó a hacer algunos ruidos con el micrófono. Se ocultó bajo aquella plataforma, sopló y estornudó débilmente en el micrófono. Abril, su mamá y Derek habían escuchado el sonido resultante, pero Derek alcanzó a ver aquello último e intentó disimular el disgusto. Pensó, siempre guardándoselo, que un buen día iba a desarmarlo y hacer una review completa con detalles de flexión de circuito incluidos.
La mamá hizo la compra. Por suerte estaba demasiado barato y se lo pudieron costear perfectamente. Abril estaba feliz. Era una niña con juguete nuevo. La mamá no lo decía, pero lamentaba haber malgastado ese dinero pudiendo comprarle ropa a la niña.
Volvieron a la casa, cargando el pianito en su caja y en una gran bolsa. Era de 44 teclas, así que ni ancho ni pesado, igual no cabría en cualquier lado. Por suerte Abril tenía un canasto con bastantes juguetes en la cocina de su departamento. Abril no pudo aguantar las ansias. Derek le sacó el pianito de la caja. Él no decía nada, pero sospechaba que abril se iba a arrepentir de haberlo comprado (aunque su mamá lo pagó) y este pianito iba a cambiar la vida de todos, no solo de ella, para mal.
El pianito tenía 44 teclas medianas. Solo 3 presets seleccionables mediante tres botones, pero había más presets ocultos que Derek habría de descubrir por su cuenta. No había control de volumen. El panel de control decía que tenía 100 tonos y 10 ritmos. Todo era falso de toda falsedad. Solo podían seleccionarse tres instrumentos y no había ritmo seleccionable, pero con algunos trucos que Derek descubrió podían obtenerse algunos patrones rítmicos muy básicos con una percusión de baja calidad. Sí había un conjunto de 10 maravillosas melodías con una orquestación decente y dulce. Tenía una CPU con un chip de sonido de baja fidelidad basado en formas de onda duales, con una polifonía de 4 notas, aunque con errores. Derek pensó que más tarde agarraría el pianito y le pondría un potenciómetro de volumen, porque realmente aturdía. Cuando abril intentaba tocar notas rápidamente, o se omitían notas o se tocaban otras nada que ver a las que ella intentaba tocar, en secuencia semialeatoria. Cuando con ayuda de su hermano intentaba sacarle los ritmos y percusiones ocultas, tras un minuto y medio el sonido se distorsionaba y comenzaba a hacer patrones aleatorios. Derek dijo que definitivamente este pianito daba para una review completa.
El pianito sonaba demasiado fuerte, y los papás de la niña además del mismo Derek estaban con los oídos sangrando del aturdimiento. Abril dejó de usarlo y se dedicó a otros juguetes o a jugar a la computadora con su hermano. En un momento Abril conectó aquel microfonito barato a un sintetizador muy pequeño que su hermano le había regalado hacía casi un año para hacer pruebas. Lo que obtuvo fue un sonido desagradable procedente del mismo sintetizador. Esa noche al haberse acostado tuvo un sueño bastante agitado. Se despertaba y se volvía a dormir intermitentemente. Sus bellos ojos marrones eran las luces de una diminuta lamparita. En sus sueños, ella vio a unos chinos vestidos con kimono que caminaban hacia ella y comenzaban a estornudar, sin taparse la boca, sobre algunos recipientes. Sobre la cama, entre los adornos que yacían en la mesa de noche y hasta sobre ella misma. Escuchaba en la lejanía voces extrañas en un idioma que supuso era chino, estornudando en todas direcciones y diciendo vaya a saber qué. Un corpulento chino con su nuevo pianito en mano se acercó a la niña y la bañó de un gran escupitajo. Abril se despertó sobresaltada. Sentía los párpados pesados. Le daba vueltas la cabeza. Sentía frío y calor. Se sentía mal. Volvió a dormirse. Ahora vio un grupo de chinos cerca de ella, y de repente llegó su hermano precedido de luchadores expertos en artes marciales. Entre todos libraron un gran combate cuerpo a cuerpo. No faltaban los estornudos y salivazos, los gritos en chino y japonés, y en el sueño ella escuchaba una música muy similar a ciertos videojuegos que ponía Derek en su ordenador. Del la nada apareció el pianito en el aire y aterrizó en la cabeza de una chica que intentaba taparse la boca a punto de estornudar y cayó con el pianito al suelo. Milena volvió a despertar. Se sentía demasiado mal. Empezó a llorar. Su llanto era débil, su mamá dormía plácidamente. No tardó en volver a dormirse. Ahora se vio en cuclillas con el pianito nuevo en sus manos. Estaba explorándolo cuando en menos de medio minuto algo que estaba allí salió y comenzó a atacarla y moverse por sus piernas y sus pies, al tiempo que el pianito emitía sonidos salvajes.
- ¿Mi amor? -era su mamá. Abril no despertaba.
- ¡Abri! -Su mamá la acariciaba suavemente. La niña emitió un sonido ronco, desperezándose. No tenía buen aspecto.
- ¿Te sentís bien? -la niña no contestaba. Su mamá la tocó, comprobó que estaba caliente. Fue a por el termómetro.
-Abri, levanta el brazo que te voy a poner el termómetro para tomarte la fiebre. -Ella obedeció mecánicamente, sin emitir un sonido. Su mamá se lo introdujo.
-Trata de tener apretado el brazo hasta que yo te diga.
Pasados algunos minutos, cuando el termómetro emitió un pitido, su mamá se lo quitó. Abril levantó involuntariamente la cabeza tratando de incorporarse un poco, y sin lograr retenerlo estornudó. Al estornudar sintió un dolor punzante que la molestaba por alguna parte de su espalda y sus hombros. Sentía frío y calor. Tenía escalofríos. La mamá miraba el termómetro que marcaba 40° de fiebre. Alarmada, se juró que la llevaba de urgencias. Por suerte tanto ella como su hija tenían cobertura social. Como para algo provisional, su mamá le dio una pastilla.
-Abri, ahora te hago la leche y vamos al médico, ¿sí?
-Sí -contestó ella débilmente. Se vistió como pudo. El dolor de cabeza y los continuos escalofríos le dificultaban sus movimientos. Finalmente lo logró y muy despacio, fue al baño, hizo sus necesidades y se dirigió al comedor, donde su mami le había preparado una rica chocolatada y unas galletas oreo para que comiera. Abril desayunó como pudo. No sentía apetito. No sentía sabor a nada. Se sentía muy congestionada.
Derek dormía como un tronco en su propio cuarto, y madre e hija se fueron en el auto hacia la clínica del niño. Tuvieron que esperar bastante para que las atendieran tras rellenar la mamá los datos de rigor con la asistente que la atendió, pero finalmente fueron atendidos por una sonriente doctora. Abril fue revisada exhaustivamente. Se le diagnosticó algo que daba mucho de que hablar en el mundo en estos últimos tiempos: Abril fue atacada por el coronavirus. Cuando su mamá lo supo se quería morir. Claro, habían estado frente a unos chinos el día anterior, y no había visto que además de que el pianito era hecho en China, el vendedor había estornudado sobre el micrófono. La doctora recetó a abril y ordenó inmediatamente una vacuna contra el coronavirus, que por suerte ya se había descubierto. Al oír la palabra “vacuna” de labios de la doctora, abril tuvo un ataque. Les tenía un pánico irracional a las inyecciones. No olvidaba cómo lloró a sus 4 y 6 años, ya con uso de razón, cuando le hicieron otras vacunas. Por supuesto, este virus no se había descubierto entonces.
Antes de salir de la clínica la mamá se apresuró en pedir un turno para la vacuna. Sería esa misma tarde para los 3, no vaya a contagiar abril al resto de la familia. El papá de abril iría en otro momento, pero cuanto antes. Su mami tuvo que hacer un gran esfuerzo para calmar a su hija que lloraba asustada por las inyecciones. Intentó contarle cuentos, convencerla, enseñarle a relajarse y no pensar en nada, ni siquiera en que se le estaría por poner la inyección. Pero era difícil, y abril entre espasmos y llantos de dolor y susto cayó exhausta, con un gran dolor de cabeza que no la dejaba en paz. Ha estornudado varias veces, ha sentido un dolor sumamente molesto y su mamá ha tenido que estar atenta y con reflejos para taparle la boca con un pañuelo. ¿Cuántas otras personas habría por ahí con coronavirus?
Esa tarde Abril fue vacunada. Logró aguantar el primer pinchazo en el brazo derecho, pero no fue así con el brazo izquierdo y la cola. Su mamá intentaba relajarla, incluso la enfermera hacía su intento a la vez que se mantenía en su actitud profesional, porque la niña comenzaba a llorar ya no de miedo, sino de dolor. Sentía la misma picazón que cuando tuvo sus otras vacunas.
Llegando a la casa, abril comenzó su tratamiento con los remedios recetados. Su mamá intentaba ser puntual a las horas indicadas para darle el remedio. Como podía, mientras tanto, la niña seguía jugando con su nuevo pianito y lamentando el mal funcionamiento de sonido y los errores de software que se presentaban cada dos por tres. Por su parte, su mamá y su hermano rezaban por quedar inmunes al coronavirus luego de ser vacunados. Pasaban las horas y algunos días, y contra todo lo que sus papás cada vez más desesperados intentaban, abril estaba cada vez más débil.
Una mañana la mamá entró al cuarto de abril para despertarla como siempre. La pequeña no reaccionaba. Estaba demasiado quieta, inmóvil sobre la cama, con una expresión de dolor y agonía en el rostro. Su mamá intentó despertarla incluso moviéndola, además de hablarle fuerte, besarla, entre otras cosas. Nada, y por si eso fuera poco, la mamá vio alarmada que mover a su hija era como mover un objeto inanimado. Le tomó el pulso. No sintió nada. Asustada despertó a su marido y llamaron a la ambulancia. Con mucho pesar los médicos le dieron la noticia que se tenían. Abril había fallecido. La desesperación, tristeza y desolación que vivió aquella familia fue desgarradora y parecía no tener fin.
Derek juró vengarse de los chinos. Su mamá intentaba convencerle de que, si bien el virus se originó en China, ellos no tenían la culpa. Pero Derek que era muy apegado a su hermana no entendía a razones. Se juró destruir todo lo hecho en China y a los mismos chinos que poblaran Monstruocity. Él supo muy en el fondo que haber comprado ese pianito había cambiado para mala la vida de la familia y le había arrebatado a aquella criatura tan inocente y con ganas de florecer. En la soledad de su cuarto, cuando se acostaba, veía a un hombre de rasgos orientales que llevaba a su hermana en brazos. Veía cómo se detenían frente a él y su hermana gritaba y le pedía ayuda. Derek sufría, no podía dormir. Aquel chino con su hermanita en brazos lo perseguía. No destrozó aquel pianito, pero se lo llevó al laboratorio de un gran amigo suyo. Sabía que ese juguete no portaría el coronavirus, pero ese era un virus recién descubierto, por un lado, y por el otro él desconfiaba tanto de los chinos y sus productos, que quería tener un análisis completo. Mientras comenzó a planear sus estrategias de venganza contra supermercados chinos, ferias de pulgas, puestos callejeros, tiendas de electrónica con productos chinos. Ahora la que antes era una sonrisa, en su cara se había transformado en el odio en estado puro, en la venganza.
“Te voy a ayudar, hermanita”.