Texto publicado por Ana Fernández
Borges, créame, me estoy volviendo loco.
XXVII. PAUSA DOCE: (PARA COMPROBAR, EN CUERPO VIVIENTE, SI ES CIERTO QUE USTED, BORGES, NO LE TEME A LA MUERTE...)
Borges, créame, me estoy volviendo loco.
Le explico: lo que le pasó al Quijote, de tanto convivir con las historias de caballería, me ha empezado a pasar a mí, de tanto leer sus libros sobre infamias, eternidades y cuchilleros.
Mi vieja cuando chico me decía que comer manzana hace bien a la cabeza. Yo, viendo que mi cabeza empieza a desflorar ocurrencias inverosímiles, peligrosamente inverosímiles, he retomado a la masticación de manzanas. No como otra cosa desde hace cuatro días: muerdo manzanas desde la mañana hasta la noche. Trato de remediar con ellas las desviaciones de mi cabeza. Trato, pero siento que ya es demasiado tarde...
Le contaré ahora otra historia de cuchillero. Sucedió hace dos días, en pleno 1978, en Buenos Aires. Sí, Borges, no le miento. El protagonista de esta historia es usted…
No frunza el ceño. No estoy completamente loco. Estoy casi loco. Por el momento. Todavía me queda un resto de cordura y lo usaré para acomodar los sucesos y referírselos con algún decoro sintáctico…
Todo empezó cuando volví a repasar el diálogo aquel que tuvimos sobre la muerte, sobre el supuesto Jacinto Chiclana que entraba a su pieza dispuesto a matarlo. Ese diálogo, no sé bien por qué, se me atascó, no lo pude digerir bien. La duda sobre su esperanza en la muerte se me incrustó en los sesos. Y no me dejó. Y no me dejó por más que traté de desalojarla… Terminé afiebrado. La fiebre me empujó a concebir la siguiente idea:
“Compraré un cuchillo de buen acero. Munido de ese cuchillo esta noche, a eso de las tres de la madrugada, entraré al edifico de la calle Maipú, donde vive Borges. Tocaré el timbre de su departamento. Antes de abrir, Borges preguntará: quién es. Le diré: Soy el cartero, aquí tengo un telegrama... un telegrama de Suecia para usted... Borges abrirá. Yo saludaré: Buenas noches… Cerraré la puerta, con dos vueltas de llave. Le diré: Borges, preste atención: a diario usted repite que siente una gran esperanza por la muerte, que si llegara esta noche la recibiría con alegría. Yo no le creo. Y vengo a comprobar su mentira: no soy un cartero, soy un hombre que ha comprado un cuchillo y viene a matarlo, a matarlo en serio. Sí, Jacinto Chiclana murió, pero yo estoy vivo... Borges, estoy aquí para ver si es tan cierto que no le teme a la muerte. Quiero ver qué cara pone ante la muerte que en los próximos minutos va a llegarle por mandato de este cuchillo.
...Usted, Borges, no me creerá, sonreirá, me dirá: Le ruego que me deje descansar, estoy muy fatigado, hoy estuve firmando autógrafos en la Feria del Libro, eso agota a un atleta, imagínese yo, que voy para los ochenta años... Yo, con voz más tensa que enérgica, le advertiré: Borges, esto no es un juego, esto es cierto, muy cierto, en la mano derecha de mi cuerpo hay un cuchillo de treinta centímetros, es de acero inglés, como a usted le gusta... con este cuchillo le voy a dar por lo menos dos puñaladas: la primera en el vientre, para que la sienta y se dé cuenta de que la muerte es cosa seria, tan seria como la vida... la segunda será un rato después, en el corazón, cuando yo considere que he averiguado lo que vine a averiguar. Diré eso, pero usted seguirá sereno, Borges. Me dirá: Tome asiento, señor... Yo le diré: No juegue más, Borges, aquí no estamos jugando, ni haciendo literatura, ni soñando: aquí tengo un cuchillo, tóquelo, pálpelo, compruebe el categórico acero con sus propios dedos... Le alcanzaré el cuchillo. Usted, físicamente más sagaz de lo que suponía, golpeará con su bastón mi mano del cuchillo. El cuchillo caerá debajo de un mueble de biblioteca. Yo iré a recuperarlo, gatearé para eso. Usted, otra vez rápido, apagará la luz. Quedaremos igualados: yo, con la ventaja de mi juventud. Usted, con la ventaja de saber tratar con la oscuridad… Me pondré de pie y le diré, mintiendo: Borges, puedo prescindir de la luz, traigo linterna. No se le ocurra gritar porque abrevio esta ceremonia… Seguiré palpando con disimulo la pared… me encontraré de pronto con su bastón, me aferraré a él, se lo arrancaré de las manos, lo arrojaré lejos... Usted caerá, yo caeré encima... usted se acurrucará, yo me quedaré tenso, a la expectativa... oiré su respiración muy cerca, su respiración entrecortada... palparé su rostro, sabré que está mojado de lágrimas... acomodaré su cabeza temblorosa entre mis manos… y al oído le diré: No se aflija, Borges, yo también tengo tanto miedo como usted... llore tranquilo que yo también estoy llorando. Quiero que sepa: en realidad no vine a matarlo, sólo quería comprobar si era verdad lo que anda diciendo de la muerte en tanto reportaje. Comprenda, es la búsqueda de la verdad lo que me empujó a esto…
Yo estaré llorando en serio, llorando en castellano, usted me dirá: Bueno, ya sabe lo que venía a averiguar... no le guardo rencor, usted escribirá lo que sabe en un libro… su infamia, joven, se ha dignificado porque fue impuesta por la urgencia de la literatura… aunque, cuídese, porque de seguir así va a terminar haciendo literatura realista, literatura comprometida… Yo apaciguaré mi llanto. Usted me indicará exactamente dónde está la llave de la luz. La luz que nada ilumina, nos alumbrará. Usted recibirá el bastón y me dirá: No hay, casi, bebidas en mi casa, pero en ese mueble encontrará una botella, lo invito a que tomemos una ginebrita. Con la ginebrita pareceremos dos hombres de coraje. Serviré la ginebra, brindaremos por el lindo coraje que nos falta… Le diré: Hasta siempre, don Borges, perdone tanta molestia… Usted me recordará: No olvide su cuchillo, se lo está dejando... Yo alzaré el cuchillo. Lo llevaré conmigo.
(Fíjese, Borges, las cosas que se hospedan últimamente en mi cabeza, pese a la compensación tardía de las manzanas.
Le conté lo que le conté, para que sepa.
En cualquier momento puedo desgraciarme para siempre en este loco afán... de buscar la verdad.
Borges, si una de estas noches alguien llama a su puerta en la madrugada, no le abra. NO LE ABRA).
Rodolfo E. Braceli (1979) “Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” XXVII.
Pausa doce: (para comprobar, en cuerpo viviente, si es cierto que usted, Borges, no le teme a la muerte...) pág. 141