Texto publicado por SUEÑOS;
españa,-cuentos.
LA MARCA DEL LOBO
Oscar Camarero
El sol empezaba a decaer por detrás de las montañas, allá en el oeste, y su agónica luz iluminaba caprichosamente el valle. Convertía a aquel lugar en un paraje casi tétrico acompañado en su imagen por la monótona y estéril capa de nieve que lo cubría todo. Pero a Molg aquella luz le parecía una bendición: le permitía seguir avanzando y rezaba a sus dioses para que durase lo suficiente hasta encontrar un refugio.
Llevaba caminando sin descanso desde que unos aullidos de lobo le despertaran bruscamente aquella mañana. Había recorrido desde entonces muchos kilómetros abriéndose paso a través de la maleza y luchando contra la nieve y contra su propio cansancio.
Durante todo el día había estado oyendo los aullidos, cada vez mas cerca, unas veces a su izquierda y otras a su derecha, siempre rodeándole. Ahora, el crepúsculo avanzaba hacia la oscuridad y Molg sabía que habría de detener su marcha y enfrentarse a los lobos. Era más que probable que no sobreviviese a esa noche pero aunque lo hiciera, al amanecer la manada lo tendría rodeado, así que su destino parecía inexorablemente la muerte.
El sol seguía su curso descendente cuando otra luz más brillante apareció ante él. Procedía del pie de la ladera en la que estaba, de una pequeña cabaña de madera y a Molg le pareció que los dioses le echaban una mano. Se dejó caer por la pendiente, hundiéndose muchas veces en la nieve hasta la cintura, pero aquella luz parecía haber dado nuevas fuerzas a su cansado cuerpo y a medida que descendía, sus huesos parecían cada vez mas ligeros.
Los lobos, como intuyendo su desventaja, abandonaron toda precaución y se lanzaron a la captura de su presa.
Cuando llevaba bajada media ladera Molg se giró y vio como los lobos empezaban a bajarla con las fauces abiertas y los ojos inyectados en sangre. La saliva goteaba de sus colmillos y el pelo brillaba bajo la luz crepuscular.
Entonces Molg dejó de correr; se tiró por la pendiente intentando aumentar su ventaja, cayendo, levantándose, haciendo caso omiso del dolor que lo atormentaba. Llegó a la falda de la ladera en la linde de un prado y la casa se hallaba ahora a poco mas de cincuenta metros. Se dirigió hacia ella corriendo al limite de sus fuerzas, fijando sus ojos en la puerta cerrada. Luego oyó las pisadas claras de los lobos tras él y Molg pensó que no sería capaz de llegar a tiempo cuando de repente la puerta se abrió.
Una silueta se recortó en el umbral y alzó un arco que llevaba en sus manos y al instante siguiente un lobo gimió a su espalda. Tan cerca estaba de él que la sangre de su herida le salpicó.
La figura disparó otra vez, y otro lobo gritó de dolor. Después se apartó de la puerta y la cerró una vez Molg hubo entrado.
Molg se dejó caer al suelo y miró con ojos atentos a su alrededor.
En un extremo de aquella pequeña cabaña, cerca del fuego, una mujer sujetaba entre sus brazos a una hermosa niña.
El hombre del arco se arrodilló a su lado y se puso a examinar su cuerpo.
-Parece que no tienes nada muchacho, tan sólo un desgarrón en un brazo. Nada grave.
-Lo se abuelo - dijo Molg jadeando- En cualquier caso no estaría tan bien si usted no fuese tan hábil con el arco.
-Muchas gracias.
La verdad es que me ha sido de gran ayuda en los años que llevo aquí y me he llegado a convertir en un experto tirador.
-Eso ya lo he visto, y los lobos también.
Seguro que ya han marchado con el rabo entre las piernas.
-Si piensas así muchacho, es que no conoces a los lobos de estas tierras.
Son muy fieros y testarudos, sin duda a causa del hambre, y a veces llegan a comportarse como humanos. Montan guardia y se relevan, y se comunican a través de aullidos que parecen gemidos y nunca hay peleas entre ellos. Son muy disciplinados.
-Eso suena muy sombrío abuelo, muy sombrío.
-Suena a lo que es.
Sin embargo no siempre fue así.
Hubo un tiempo en que la caza era abundante y los lobos y yo nos manteníamos a distancia. Cada cual tenía su territorio. Pero esta primavera, la caza ha aparecido muerta, desgarrada por alguna fiera con poderosas mandíbulas. La sangre manchaba de rojo la hierba y la carne se pudría y al final no quedó caza. Después encontré restos de caravanas que habían sido atacadas por los lobos. Pero a medida que ha ido avanzando el invierno ha venido menos gente a las montañas, así que ahora ya solo quedamos nosotros.
-Y yo abuelo, y yo - dijo Molg.
-Así es; un viajero en medio de estas montañas y en pleno invierno. Dime ¿qué te ha traído hasta aquí?
-Las batallas de mas allá del Río Oscuro. Dicen que pagan bien por un brazo armado.
-Así que eres mercenario. Pues deja que te diga algo muchacho; si la nieve y los lobos persisten habrás de pasar lo que queda de invierno con nosotros.
-No se preocupe, ya me las apañaré.
Molg se cambió las ropas y cenó en la compañía de aquel hombre y de su familia. La primera comida caliente después de dos días.
Pasó el tiempo y la nieve cesó, y el sol cálido derritió la nieve hasta el principio del bosque, mas allá del claro. Pero a pesar del buen tiempo, Molg no partió.
Los lobos permanecían a unas decenas de metros de la cabaña, observando pacientemente. Se hallaban frente a ella, esperando, como si el hambre y el frío no les afectasen.
-Tenía razón abuelo- dijo Molg un día - es un comportamiento muy raro el de estos lobos. Ninguno de ellos se ha dejado llevar por el hambre y nos ha atacado. Casi se podría decir que nos están sitiando.
-Pues si tienen esa intención lo van a conseguir ya que no nos quedan provisiones para más de una semana.
Pasaron los días y el ambiente fue haciéndose más tenso dentro de la cabaña. Era evidente que los alimentos no durarían mucho y la presencia de los lobos impedía salir de caza.
Una mañana, el montañero se levantó de un salto de su silla, cogió el arco y el carcaj de la pared y abrió la puerta.
-¿Qué va a hacer? - dijo Molg - No se si moriremos de hambre o a mano de los lobos, pero por lo menos, uno de esos demonios grises caerá antes que nosotros.
Y diciendo esto, sacó una flecha del carcaj y apuntó rápida y certeramente pues dio de lleno a uno de los lobos en el costado.
El animal cayó sobre la hierba sangrando abundantemente y entonces toda la manada se abalanzó sobre él para devorarlo. Pero no habían dado ni una sola dentellada cuando un aullido les hizo detenerse.
Era el más salvaje y aterrador que Molg había oído nunca y provenía de mas allá del claro, del bosque de abetos.
Seguidamente, un lobo salió veloz al claro y se dirigió al centro de la manada.
Era el más grande que Molg hubiera visto jamás. Pero a pesar de correr a la manera de los lobos, éste no era un animal cuadrúpedo. Su complexión decía que era bípedo, como los hombres, pero Molg no lo pudo comprobar hasta que no estuvo al lado de los otros, pues entonces cogió al lobo caído con las extremidades anteriores y se irguió sobre las posteriores. Así, de pie, debía medir más de dos metros.
Dentro de la cabaña, nadie dijo nada. Miraban a través de la puerta abierta y a pesar de estar la chimenea encendida, todos estaban helados.
El ser aulló de nuevo y esta vez, ya sea por que se hallaban mas cerca o por el miedo, a todos les pareció mas terrorífico. Entonces dejó al lobo muerto en el suelo, fijó la mirada en los humanos y se dirigió con paso firme hacia la cabaña.
-Por todos los dioses ¿qué es eso? - dijo la mujer.
-Un lobizón, un hombre-lobo, un hijo de perra venido del infierno - dijo Molg.
El montañero no se movió ni dijo nada. Tenía la mirada fija en los ojos iracundos de la bestia. La palidez del miedo y de la muerte le cubrían el rostro.
Su mujer lo agarró del brazo izquierdo, que aún mantenía alzado el arco y sus ojos volvieron a brillar. Sin mediar una palabra cogió a la niña en brazos y a su mujer por la muñeca y salieron por la puerta trasera que daba a la leñera.
-¿Se puede saber adónde vais? - gritó Molg - Si salís de la cabaña os matarán.
Pero ellos ya no le escuchaban. Habían salido al exterior alejándose cada vez más de la cabaña, huyendo del peligro.
Molg miró otra vez a través de la puerta principal y vio a aquella bestia hacer unas señas a la manada que corrió bordeando la cabaña hacia la familia que corría aterrorizada. Se giró de nuevo para mirar por la puerta trasera y oyó los gritos infantiles de la niña al ver a los lobos.
Entonces el hombre tendió la pequeña a su madre y preparó una flecha en el arco. Pero no llegó a tirarla.
Un lobo le saltó al cuello y los otros cayeron rápidamente sobre él y sobre su familia y Molg dio gracias a los dioses porque la muerte fue rápida.
Entonces, un formidable golpe lo empujó al otro lado de la habitación, rompiendo con su peso una silla al caer. Cuando pudo alzar la vista, el lobizón le miraba con una sonrisa maléfica en los ojos.
Los de Molg en cambio ardían de ira. Poco le importaba si había algo humano en aquello que había ante él, tan solo quería matarlo. Cogió un hacha que había sobre la chimenea y se lanzó al ataque tan rápidamente que la bestia tan sólo pudo gritar cuando el arma se le hundió en un hombro.
Ciego de dolor e ira, golpeó a Molg con tanta fuerza que le rompió dos costillas de un sólo golpe. Sin embargo estaba confundido. Era evidente que nunca antes había sentido tanto dolor y lanzaba manotazos al aire rompiendo todo cuanto tocaba.
Ese momento de dolor de la bestia le dio a Molg el tiempo necesario para actuar, y cogiendo un tronco de la chimenea golpeó con fuerza su peludo cuerpo. El primer golpe se lo dió en las piernas y le hizo arrodillarse y el segundo le hizo brotar sangre del hocico.
Cuando estaba en el suelo Molg le tiró el tronco en llamas y el pelaje de la bestia se incendió en un abrir y cerrar de ojos.
Los aullidos del hombre-lobo llegaban más allá del bosque y parecían querer rasgar el aire. Se agitaba convulsamente de un lado a otro de la cabaña, propagando el fuego como una tea viva.
Molg no dudó ni un instante. Trabó la puerta principal y salió por la trasera cerrando tras él. Después empujó la pila de leña sobre la puerta dejando encerrada a la bestia, rodeó la cabaña y se situó a pocos metros de la entrada, esperando por si intentaba salir por ella.
El humo se escapaba por las rendijas y hablaban del infierno del interior de la cabaña y Molg pudo oir los aullidos y los golpes de aquel ser que corría frenético de un lado a otro de la habitación.
Aguardaba espada en mano, por si acaso el lobizón conseguía salir, pero en poco tiempo el fuego consumió la cabaña y los tremendos aullidos cesaron. Al poco, ya sólo se oía el crepitar de las llamas y el sonido de algunos maderos quemados al caer el suelo.
El viento azuzó los rescoldos, y chispas y cenizas se elevaron por el cielo. Entonces Molg reparó en la manada que rodeaba la cabaña. Miraban absortos el fuego que lo consumía todo como si éste representase el fin de una era, el fin de un sueño.
Molg cruzó a través de ellos hasta el lugar donde cayeron el montañero y su familia, pero cuando llegó allí no había ni rastro de ellos. Sólo quedaban como testimonio de lo ocurrido el arco, el carcaj, una poca ropa y un inmenso charco de sangre.
Molg recogió el arco y una flecha del suelo y apuntó hacia la manada: la flecha mató a uno de los lobos, atravesándole el cuello. Y a diferencia de su comportamiento anterior esta vez la manada salió huyendo en dirección al bosque, sin hacer el mínimo caso al animal caído. La muerte rondaba muy cerca y habían perdido a su líder.
Molg permaneció un rato más mirando la cabaña envuelta en llamas que se recortaba en el crepúsculo invernal. Después rezó a los dioses por el alma de sus amigos y se alejó en busca de un horizonte mejor, un horizonte desierto de lobos.