Texto publicado por Irene Azuaje

NO OLVIDES QUE ESTAMOS CRIANDO HIJOS, ¡NO CULTIVANDO FLORES!

Por: Jack Canfield (USA)

David, mi vecino de al lado, tiene dos hijos de cinco y siete años. Un día estaba en el patio enseñándole a manejar la cortadora de césped a gas a Kelly, su hijo de siete años. Mientras le explicaba cómo dar vuelta con la cortadora al final del césped, lo llamó Jan, su mujer, para preguntarle algo. En el momento en que David se dio vuelta para atenderla, Kelly empujó la cortadora directamente hacia el cantero con flores que había en el borde del parque…
¡dejando un camino de sesenta centímetros al ras!
Cuando David vio lo que había pasado, empezó a perder la paciencia. David había invertido muchísimo tiempo y esfuerzo en transformar esos canteros de flores en la envidia del barrio. Cuando comenzó a alzar la voz a su hijo, Jan se acercó rápidamente, le puso la mano en el hombro y dijo: "David, por favor, recuerda…
Estamos criando niños, no flores!
Jan me recordó lo importante que es que como padres recordemos nuestras prioridades. Los chicos y su autoestima son más importantes que cualquier objeto material que puedan romper o destruir. Un vidrio roto por una pelota de fútbol, una lámpara derribada por un chico descuidado o un plato que se cae en la cocina ya están rotos. Las flores ya están muertas. Debo acordarme de no aumentar la destrucción rompiendo el espíritu de un niño y no disminuir su sentido de vivacidad.
Hace unas semanas estaba comprando un abrigo deportivo y Mark Michaels, el dueño del local y yo hablábamos de la paternidad. Me contó que, cierto día en que había salido a comer con su mujer y su hija de siete años, esta última volcó su vaso de agua. Subsanado el inconveniente sin ninguna recriminación por parte de los padres, ella alzó los ojos y dijo: "Quiero darles las gracias por no ser como otros padres. La mayoría de los padres de mis amigos les habrían gritado y dado un sermón para que prestaran más atención. ¡Gracias por no hacerlo!".
Una vez, mientras cenaba con unos amigos, ocurrió un incidente parecido. Su hijo de cinco años volcó un vaso de leche sobre la mesa. Cuando empezaron a retarlo, yo también tiré adrede mi vaso. En el momento en que empecé a explicar que a los cuarenta y ocho años todavía sigo tirando cosas, el hijo empezó a prestar atención y los padres al parecer captaron el mensaje y se callaron. Qué fácil es olvidar que todos estamos aprendiendo todavía.
Hace poco, oí una historia sobre un científico famoso que había hecho varios descubrimientos médicos muy importantes. Lo entrevistaba un periodista de un diario que le preguntó por qué pensaba que podía ser más creativo que una persona común. ¿Qué lo separaba tanto de los demás?
Respondió que, en su opinión, todo provenía de una experiencia con su madre que se había producido cuando él tenía unos dos años. Estaba tratando de sacar una botella de la heladera cuando se le resbaló y se le cayó, derramando su contenido en todo el piso de la cocina. ¡Un verdadero mar de leche!
Cuando la madre entró en la cocina, en vez de gritarle, darle un sermón o castigarlo, dijo: "Robert, ¡qué desastre maravilloso hiciste! Pocas veces he visto semejante charco de leche. Bueno, el daño ya está hecho. ¿Te gustaría agacharte y jugar en la leche unos minutos antes de que limpie todo?".
Y lo hizo. Después de unos minutos, la madre le dijo: ¿Sabes, Robert? Cada vez que haces un lío así,, al final tienes que limpiarlo y volver a poner todo en su lugar. De modo que, ¿cómo te gustaría hacerlo? Podemos usar una esponja, una toalla o un trapo. ¿Qué prefieres? Él eligió la esponja y juntos limpiaron la leche derramada.
La madre le dijo entonces: "Esto que pasó es un experimento fallido de cómo se carga bien una botella grande de leche con dos manos pequeñas. Vamos al patio a llenar una botella de agua para ver si descubres la forma de llevarla sin dejarla caer". El chiquito aprendió que si tomaba la botella por la parte superior, cerca del borde con las dos manos, podía cargarla sin dejarla caer. ¡Qué lección fantástica!
Este famoso científico señaló luego que fue en ese momento cuando supo que no debía tener miedo de equivocarse. Al contrario, aprendió que los errores eran sencillamente oportunidades para aprender algo nuevo, que es lo que son, después de todo, los experimentos científicos. Aunque el experimento "no dé resultado", generalmente aprendemos algo valioso.
¿No sería fantástico que todos los padres respondieran como lo hizo la madre de Robert?
Una última historia que ilustra la aplicación de esta actitud en un contexto adulto fue relatada por Paul Harvey en la radio hace ya varios años. Una mujer joven volvía del trabajo conduciendo su auto, cuando chocó su guardabarros contra el paragolpes de otro auto. Se echó a llorar explicando que era un auto nuevo, recién salido de la concesionaria. ¿Cómo iba a explicarle lo del auto chocado a su marido?
El conductor del otro auto la comprendía, pero le explicó que debían anotar los respectivos números de patente y seguro. Cuando la mujer sacó un sobre marrón grande para buscar los documentos, se cayó un papel. Con una letra masculina contundente figuraban las siguientes palabras: "En caso de accidente…
recuerda, querida: ¡Te amo a ti, no al auto!".
Recordemos que el espíritu de nuestros hijos es más importante que las cosas materiales. Al hacerlo, la autoestima y el amor florecen y crecen con mucha más belleza que cualquier cantero de flores.

FIN.