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¿todavia no tienen un refugio atomico? cuento de Empar Moliner (Cataluña, 1966)

Tiempo aproximado de lectura: 5 minutos.

¿TODAVÍA NO TIENEN UN REFUGIO ATÓMICO?
Empar Moliner

Como no echaban nada bueno por la tele he ido a pedir presupuesto para hacerme un refugio atómico. El anuncio venía en el periódico esta semana: «Refugios atómicos. Unifamiliares, colectivos, institucionales. Resisten las bombas atómicas, bacteriológicas, químicas o convencionales. ¡Poseemos más de veinticinco años de experiencia!» Un día habrá una fuga nuclear y todo serán prisas. Luego no quiero ser de las que digan: «¡Ay!, si no hubiese dejado lo del refugio atómico para otro día...» Como presidenta de mi escalera, ya he convocado una reunión para hablar del precio con los demás propietarios.
No quiero engañarles. En un principio, el refugio que he ido a mirar era para mí sola. No tenía ningunas ganas de salvar la vida de mis vecinos y, menos, la de sus mascotas. Pero el dueño de la empresa, don Antonio Alcahud, dice que, viviendo en un bloque, la única posibilidad es construirlo en la última planta del parking, así que necesito el consentimiento de todos los propietarios para perforar. El refugio más pequeño mide veinticinco metros cuadrados y nos sale por 30.000 euros. Sé que todavía estamos pagando las obras del ascensor como para meternos ahora en lo del búnker. Pero es lo que dice don Alcahud: «Una explosión tipo Hiroshima, a cien metros, te la resiste.» Y no es sólo que pueda estallar una bomba atómica. Puede haber un terremoto. Puede haber una inundación. O un tornado. O un reactor que falla en Vandellós. Cuenta también que muchas personas guardan los objetos de valor y obras de arte en sus búnkeres. «En tiempos de paz, los refugios se utilizan como bodega, despensa, gimnasio...», me anima. Pero yo creo que, con la escasez de vivienda que hay, podemos alquilarlo. Total, los pisos de hoy en día ya no tienen ventanas. La gente, mientras tenga un techo, no se va a fijar en si las puertas son de embero o de hormigón armado.
Una ventaja es que en el refugio —eso explica don Alcahud— puede haber zona de fumadores. Será un alivio para el vecino del sobreático. Si hay una guerra nuclear, podrá seguir tirando al suelo, como acostumbra, las colillas del tabaco de racionamiento. En cuanto al interiorismo, don Alcahud, ingeniero nuclear, me aconseja que pintemos las paredes de marfil. «Es sedante, es cálido y refleja la luz. Y se trata de mantener un ambiente psicológico. Para mí, el rojo o el azul están prohibidos, por excitantes. Y el blanco recuerda un hospital. La puerta de hormigón se suele pintar de un anaranjado amarillento.» (Supongo que la vecina del ático, siempre tan rústica, querrá que la pongamos de piedra vista.) Don Alcahud me asegura que tiene un refugio, pero no me lo deja ver por si divulgo dónde está. Tampoco quiere enseñarme el de alguno de sus clientes, que luego viene un conflicto bélico y los aliados lo primero que hacen es confiscártelo. Hace bien. Eso nos obliga a comprar sobre plano, pero el plano es de ensueño. Me gusta el de cien metros completamente diáfanos. La entrada tiene una puerta doble, a través de la cual pasas al cuarto de aseo, esclusa y zona de descontaminación. Es por si sales a la calle a buscar la propaganda del enemigo y vuelves con radiactividad. En este caso, te descontaminas durante veinte minutos mientras te entretienes leyendo las octavillas. Después, puedes pasar al salón comedor. La cocina es mixta: de butano y eléctrica. Espero, por nuestro bien, que el bombardeo no borre todo rastro de vida del planeta. Sería horrible que no quedase ningún butanero. Pero no seamos alarmistas e imaginemos que queda uno. Si la moneda de curso legal ya no es vigente, siempre podremos sustituir la propina que íbamos a darle por unas bocanadas de aire puro.
«Si logra convencer a sus vecinos, será maravilloso», murmura don Alcahud. «Aunque, si la gente no se pone de acuerdo para pintar una escalera, para construir un refugio colectivo, menos.» Mi fe se tambalea. Es verdad que los de siempre no van a querer pagar. Pero haremos como con el ascensor. Todo el mundo tendrá copia de la llave menos ellos, y cuando haya una explosión será tarde. Adivinándome el pensamiento, don Alcahud me recuerda que, ellos, el mínimo de plazas para refugio atómico que construyen son veinticinco. Se ve que lo hacen para que, en caso de fuga nuclear, el propietario del refugio pueda practicar la solidaridad con sus allegados o pelotas. «Hicimos uno en el Hotel Beatriz, de Talavera de la Reina, que tenía que ser sólo para los dueños y su familia. Al final, les convencimos. Lo ampliaron para que cupieran también los huéspedes y los trabajadores.» Qué detalle tan bonito dejar entrar a los subordinados. Seguro que te lo agradecen de mil formas. Se deben pasar el rato sacando el polvo del tanque de 15.000 litros de agua o haciéndote favores sexuales, por si les expulsas. Además, hay otra ventaja. Resulta que, si falla la corriente y los sistemas alternativos previstos para la ventilación, el aire se tiene que filtrar a mano, con una manivela. Me van comprendiendo, ¿verdad? Ese moroso que no ha querido o podido pagar y que ahora desea salvar la vida, se va a tener que ganar el oxígeno a base de darle al manubrio.

Nota: tambien se puede leer el mini cuento de Empar Moliner del libro "busco señor para amistad o lo que surja"
El vuelo de la gallina
https://www.blindworlds.com/publicacion/140422