Texto publicado por carlos marcelo

cuento

Amor eterno Carlos Aguilar

Quitó malezas de las rosas, caminó hasta la entrada, miró el camino. El sol, asomaba a lo lejos. El otoño era como a ella le gustaba, con un frío suave, el viento que sacudía las hojas dejando una alfombra amarilla. Estaba segura que este era su lugar en el mundo. Tomó la escoba, se acomodó el cabello, miró la hora, faltaban cinco minutos para que pasara.
Miró su reflejo en la ventana, se preguntó «¿por qué no usaba algo más femenino?». Ya era tarde. El sonido del motor la sobresaltó, su corazón empezó a latir más fuerte, sus manos empezaron a transpirar. Se maldijo por ser tan obvia. puso su mejor perfil, se agachó como para buscar hormigas imaginarias, el reflejo del parabrisas la obligó a entrecerrar los ojos, empezó a contar. Cuando llegó a treinta se levantó. El miraba algo dentro del coche, seguramente papeles. Siempre fue olvidadizo. A pesar de todo ella sonrió. Justo cuando pasaba frente de la casa la miró. Sus ojos se encontraron, por una milésima de segundos el tiempo se paró. con su pantalón de jardinería, la remera de Mickey abrió la boca en un saludo silencioso. hizo lo de siempre tocó dos bocinazos le sonrió forzado y pasó. Pamela lo siguió con la mirada hasta que subió a la ruta. Pidió a la virgen que lo protegiera, y siguió con su rutina… ese día le tocaba llevar a su hija a inglés. Terminar de acomodar las cosas en el dormitorio. Guardar la ropa de verano, sacar cobijas, acolchados para sus hijos, las botas de montar de su marido, vacunar los perros. Suspiró resignada y entró. Tomó un té, recordando el momento. seguramente estaría camino a giles.
Hoy era lunes tenía guardia en el hospital. Después recorrería Suipacha, Luján y a las cinco de la tarde abriría su consultorio en Mercedes. Esa rutina era de hace diez años. Matías la cumplía siempre... su marido le mandó un mensaje preguntándole sobre unas facturas. le contestó, saliendo de su transe. Empezó su día. la miró por el retrovisor hasta que subió a la ruta. Seguía hermosa como siempre. muchas veces quiso cambiar la ruta de salida, pero cuando lo hizo el día se convirtió en hastío. Era el único momento del día que era para él. Solo dos segundos pasar por frente de su casa mirarla tratar de sonreír, pero los nervios se lo impedían movió la cabeza negando esa realidad y aceleró... Matías y pamela se conocían de toda la vida. Los campos de su familia estaban juntos. Siempre fueron tamberos. La vida en el tambo en Mercedes es dura. De levantarse con el alba y acostarse con las gallinas. A Pamela le gustaba, era la encargada de acomodar las vacas para el ordeñe. La negra, la pintada, y rosita, solo a ella le hacían caso, las rascaba, sacaba garrapatas y abrojos, y las lecheras en agradecimiento le daban su preciado líquido. Los abuelos de los niños tenían el tambo en sociedad. Matías tenía menos paciencia con los animales, pero le gustaba
A las siete la madre de Matías con la chata alcanzaba a los niños de la zona a la escuela. Lo mejor para Pamela era la vuelta, caminaban las veinte cuadras de regreso. Siempre iban juntos, charlaban, jugaban siempre juntos.
—cuando termine la escuela voy a estudiar para médico, ya lo tengo decidido le comentó un día. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, el solo saber que se iría le producía una angustia, él la abrazó riendo.
—Pero cuando me reciba nos casamos y vivimos juntos—la tomó de la mano para ir corriendo hasta la orilla del camino a juntar ranas.
La primera vez fue a los diez años. Eran parte de la obra de teatro. El proclamaba la independencia, ella repartía escarapelas. Pamela tenía que colocarle una en el pecho. Y Matías tenía que besarla en la mano…el rompió el libreto y le dio un sonoro beso en el cachete. Ella no pudo dormir de la emoción, recordando el momento.
La segunda vez fue a los trece años, Matías cumplía años y ella fue a saludarlo. El la invitó a su cuarto y de improvisto la besó en los labios. A ella el corazón se le paró, salió corriendo hasta su casa. Las diez cuadras que separaban, las corrió riendo y llorando. Al otro día Matías con su madre estaban parados en su puerta. Estela obligó a Matías que le pidiera disculpas. Y se fueron. por todo ese año no se acercó a ella por pedido de su madre. Ese año repitió.
La tercera vez fue en la fiesta de egresados. El la invitó a bailar, la llevó a un lugar apartado. Y la besó,
—Pamela te amo, le tomó las manos y con lágrimas en los ojos volvieron al salón de fiestas.
Ella esperó como en los cuentos que el fuera a su casa. Cuando pasó una semana tomó coraje y fue a verlo. Lo atendió una joven que se presentó como la novia, la invitaron a la fiesta
Matías iba a la Ciudad de La Plata a estudiar medicina. El la saludó con la mano, nunca se acercaron, ella trataba de que siempre hubiera algo entre los dos. Una mesa, amigos, rejas o la novia. Solo se miraban. cuando subió a la camioneta todos lloraban y ella aún más.
Dejó a Juana en inglés, tenía tiempo hasta las seis. Recorrió las calles de Mercedes, sin pensarlo estaba frente al consultorio. Paró el coche y bajó. En la puerta estaba la placa:
Matías Santana, Pediatra.
Buscó una excusa para entrar. Empezó a respirar aceleradamente, se dio vueltas subió al coche y se fue. Lloró como las otras veces, sin quejidos, espasmos nada, solo lágrimas cayendo por su mejilla. terminó de curar una rodilla y un hematoma. La niña lo observaba con gratitud. Sacó un caramelo del bolsillo
Esto es un premio por aguantar el dolor de la rodilla, y este otro es para tu hermano— la niña se fue rengueando, pero contenta por el premio. Se quedó mirando la puerta como esperando que alguien entrara. En ese momento solo lo separaba una pared. Al cabo de unos instantes siguió con su rutina. Tenía una niña de seis años que a pesar de todo el mundo la anotaron con el nombre de Pamela. En su familia ni en la de su mujer nadie se llamaba así. Pero se impuso. Muchas veces solo le decía pame …solo para escuchar su voz nombrándola. Por terceros, familia, amigos siempre estuvo al tanto de su vida. Con dolor se enteró que se casaba. Ese año no pudo aprobar ninguna materia. Solo estaba tirado en la cama. Pensando en lo que nunca fue. Muchas veces salía a caminar solo para no tomar un micro y regresar y decirle lo que sentía. Sabía que ella lo correspondía. Pero no se animó. Con la excusa de un cachorro para su hija se presentó a la casa. Golpeo las manos esperando que salga cualquiera menos ella. Su marido, sus hijos, su madre, pero salió ella…. Estaba más linda que antes, los años y los hijos la convirtieron en una hermosa mujer. Para él la mejor. Su hija tiraba de su mano señalándole la camada de perros. Esa pequeña mano era lo único que impedía que cometiera una locura. Sonrió forzado, fingiendo despreocupación la saludó. Ella puso cara de asombro, pero se repuso y lo saludó. Los dividía la tranquera de la puerta, hablaron del tiempo, ella lo felicitó por la niña, por su trabajo, por su mujer. se quedaron mirando sin saber qué hacer. Pamela consiguió articular unas disculpas y lo invitó a entrar. Llevaron a la niña con los cachorros, siempre tratando que la pequeña los separara. El esfuerzo por no tocarse era casi palpable. Cuando la pequeña Pamela eligió a un macho ella tomó el animal y lo besó. Su hija estiró las manos para tomarlo, pero él se adelantó: tomó el pequeño animal y lo besó justo donde ella posó un instante antes sus labios., apretó tan fuerte que el cachorro se quejó. La niña le recriminó a su padre por maltratar a su nuevo amigo y ellos rieron nerviosos. Antes de irse con el portón separándolos él le tomó la mano solo fue un instante, pero la descarga que Pamela sintió le recorrió todo el cuerpo. Los vio irse caminando él y su niña. Sacó la tranca de la puerta para llamarlo, cuando una pequeña mano la sujetó. Era su niño llamándola. Se llamaba Matías en honor al santo, pero solo sabe dios que no era así.
—¿es el doctor con su hija? — preguntó el niño. Tenía siete. La pequeña Pamela se dio vueltas para saludar a la amiga de su padre cuando vio al niño, le sonrío y mostró el animal. El pequeño Matías devolvió el saludo con la mano.
—¡cuando quiera jugar con sus hermanos lo traes! — la niña aceptó con la cabeza. Él no se animó a darse vueltas.