Texto publicado por Eveling Urbina
Una gallina llamada Tiburcia.
UNA GALLINA LLAMADA TIBURCIA. Había una vez un granjero que se dedicaba a la crianza de pollos finos. Don Roberto López, dueño de esta granja, siempre estaba orgulloso de su criadero pues cada año competía con sus pollos en una feria donde se escogía desde el más hermoso hasta el más raro de ellos.
Su gallo, llamado Fausto, era muy querido y respetado por sus gallinas, las cuales estaban muy contentas pues el gallo las trataba bien.
Una tarde el gallo Felipe, que pertenecía al granjero vecino, se cruzó la cerca y empezó a alborotar el gallinero, pues era todo un Don Juan y a las gallinas las tenía todas embobadas haciéndole rueda, escuchando los hermosos piropos que salían de su pico.
Todas las gallinas estaban de coquetas, pues su gallo no era muy galante que digamos, pero había una que se mantenía alejada, era la gallina más joven del gallinero llamada Melissa la cual resaltaba de entre todas por su belleza de blanco plumaje, ojos verdes y un coqueto lunar en su pico. Al parecer, el intruso no era de su agrado.
Al gallo Fausto, al darse cuenta del chacoteo descarado del gallo Felipe con sus gallinas, lo invadió la cólera y se le fue encima a picotazos para hacerle pagar su atrevimiento. El gallo Felipe, ni tardo ni perezoso, se le enfrentó llevándose la peor parte quedando muy lastimado y no le quedó mas que huir por donde había llegado.
Pero se dijo que regresaría, ya que se había enamorado de la gallina Melissa.
Después de 3 días, el gallo Felipe regresó y empezó a enamorar a la gallina Melissa. Al principio fueron piropos; después, haciéndose el encontradizo, pero cuidándose de que el gallo Fausto no lo viera, pues ya había comprobado la fuerza de su pico.
Pasaron algunos días y el gallo Felipe, viendo que no avanzaba en su enamoramiento, se jugó el todo por el todo: recogió una generosa cantidad de lombrices que extrajo del cieno y las depositó en un plato para llevárselas a la gallina Melissa.
Al verlo llegar con gran presente, la gallina Melissa no lo pensó mucho, pues ya estaba enamorada de él. Acordaron fugarse en la noche, pero la tristeza la invadía pues, a sus 10 huevos los iba dejar en el desamparo, eran sus primeros huevos ¿Qué pasaría con sus pollitos, aun no nacidos? -se preguntaba.
Pero era tal el enamoramiento, que no lo pensó más y se dijo así misma que merecía ser feliz con aquel que le ofrecía un lugar en su corazón.
Al día siguiente el gallo Fausto la buscó por toda la granja sin poderla encontrar, pero al pasar por el porche de la casa del granjero, el perro, que siempre se la pasaba dormitando ahí, le dijo:
_ Si buscas a tu gallina, de una vez te digo que pierdes tu tiempo. En la noche vi cuando cruzó la cerca con el gallo del vecino. Creo que ya no va a regresar; y al decir esto, se echó para seguir durmiendo.
El gallo regresó derrotado al gallinero, pensando cómo le iba hacer para que sus pollitos nacieran. Lo invadió la tristeza pues nunca se imaginó que su gallina Melissa, la más querida. le hiciera esto.
Al llegar al gallinero les conto a sus gallinas lo que había pasado y les pidió su ayuda y comprensión, preguntándoles quién quería hacerse cargo de los huevos; pero cada una tuvo una excusa para no hacerlo.
La primera dijo: ¡Yo no, porque tengo muchos huevos que incubar! Otra dijo: ¡Yo, menos pues mi trasero es muy pequeño! -Y así sucesivamente, todas tuvieron su excusa.
Al gallo lo embargaba la desesperación pues a sus pollitos les faltaba poco tiempo para nacer y si no hacía algo al respecto, se iban a morir por falta de calor.
De pronto, del rincón del gallinero gritó la gallina más vieja llamada Tiburcia.
_ ¡Yo me haré cargo de los huevos, ya hace tiempo que no incubo, pero no voy a dejar que por su egoísmo se pierdan 10 vidas!
Todas las gallinas al principio, sorprendidas, soltaron la carcajada y se burlaron de ella, diciéndole que se le había zafado un tornillo y la llamaron loca.
Al gallo no le quedó otra opción que aceptar la ayuda ofrecida, pero, no muy convencido y al no haber más, acordó que ella se haría cargo de los huevos.
Después de 15 días los pollitos nacieron y lo primero que vieron fue a la gallina llamada Tiburcia, aquella gallina que tuvo el corazón y coraje de hacerse cargo de huevos ajenos.
Ella les enseñó cómo buscar lombrices, cómo protegerse de la lluvia cuando caía un aguacero y muchas cosas más; los pollitos la querían y respetaban, sin saber que ella no era su verdadera madre.
El tiempo pasó y don Roberto recuperó a su gallina que había desaparecido tiempo atrás. El vecino la había escondido por un buen tiempo, pero, gracias a que las gallinas del vecino no la querían ahí, la hicieron correr hasta llegar al gallinero de don Roberto.
La gallina Melissa, al regresar y ver de nuevo al gallo Fausto, le pidió perdón y le pidió que por favor le dijera qué había pasado con sus huevos.
El gallo, que aun sentía desprecio y rencor hacia ella, le dijo que habían muerto pues no hubo quien incubara sus huevos. La gallina, arrepentida, se la pasaba llorando. Qué caro había pagado su error pues, el gallo con el que se fugó le prometió muchas cosas que no cumplió y pronto se le acabó el enamoramiento.
Pero no todo estaba perdido, pues no faltó la chismosa que le dijera que sus pollitos estaban vivos y que la loca del gallinero los tenía.
Llegó hasta Tiburcia y en forma prepotente le exigió que le devolvería sus pollitos, pues eran suyos, y como las demás gallinas la apoyaron, a Tiburcia no le quedó más remedio que entregárselos. Con mucha tristeza y lágrimas en los ojos se despidió de cada uno de ellos. La gallina Melissa sonrió triunfante pues a pesar de no haber estado todo ese tiempo con ellos, sin ninguna dificultad los había recuperado.
Pero ¡vaya sorpresa que se llevó! Pues, uno a uno, le dijeron en su cara el por qué no la aceptaban como su madre y no se iban a ir con ella.
El primero dijo: ¿Dónde estabas tú para enseñarme cómo buscar lombrices?
El segundo le dijo: ¿Dónde estabas tú para enseñarme como protegerme de la lluvia?
El tercero dijo: ¿Dónde estabas tú cuando me caí en el abrevadero? Casi me ahogo, pero mamá Tiburcia me salvó.
El cuarto dijo: ¿Dónde estabas tú cuando una rata me correteó para comerme? ¡Si no ha sido por mamá Tiburcia que valientemente se le enfrentó, habría muerto!
Y así sucesivamente, todos los pollitos le reprocharon su ausencia. La gallina Melissa ya no quiso escuchar más reproches y se alejó para ya no volver, pues ahí, ya no tenía nada que hacer.
A Tiburcia sus pollitos le secaron las lágrimas con sus alitas y le prometieron que siempre la iban a querer, cuidar y proteger como ella lo había hecho con ellos.
Don Roberto ganó tantas medallas y premios por la exhibición de sus hermosos pollitos, que hasta les tomo fotografías, pero también a la gallina Tiburcia pues, gracias a ella, los pollitos crecieron sanos y hermosos.
No hubo gallina más orgullosa y feliz que ella en todo el gallinero. Tiburcia se ganó el respeto y admiración de todas las gallinas, y por mucho tiempo, en su vida se respiró paz y tranquilidad.
Autora:Perla Concepción Rojas De