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¡Va por Cuba...!Carlos Cano y sus Habaneras de Cádiz.

Como prometí, ahí va una canción, para mi muy significativa que representa el hermanamiento que siempre existió entre aquella tierra y la nuestra además del cariño que el pueblo español siente por el cubano...
Elegí esta canción por muchos motivos, primero porqe Carlos Cano me gustaba mucho, tanto como persona como por su manera de expresarse con sus canciones. También porque este Granadino nació frente a mi casa aunque en aquellos años yo no vivía por allí. Además porque su obra musical me parece llena de sensibilidad y compromiso.
Habaneras de Cádiz aunque ya tiene años, sigue siendo representativa y hermosa, por eso pensé que podía ser una buena ilustración para complementar el texto de J. Ignacio con su bienvenida a un nuevo país a BW llamado Cuba.
Datos recogidos de Wikipedia:
Autor de la letra: Antonio Burgos Autor de la música: Carlos Cano. I
Desde que estuve, niña, en La Habana
no se me puede olvidar
tanto Cádiz ante mi ventana, Tacita lejana,
aquella mañana pude contemplar...
Las olas de la Caleta, que es plata quieta,
rompían contra las rocas de aquel paseo
que al bamboleo de aquellas bocas
allí le llaman El Malecón...
Había coches de caballos, que era por mayo,
sonaban por la Alameda, por Puerta Tierra,
y me traían, ay, tierra mía,
desde mi Cádiz el mismo son...
El son de los Puertos, dulzor de guayaba,
calabazas, huertos...
Aún pregunto quién me lo cantaba...

Estribillo
Que tengo un amor en La Habana
y el otro en Andalucía,
no te he visto yo a ti, tierra mía,
más cerca que la mañana
que apareció en mi ventana
de La Habana colonial
tó Cádiz, la Catedral, La Viña y El Mentidero...
Y verán que no exagero
si al cantar la habanera repito:
La Habana es Cádiz con más negritos,
Cádiz, La Habana con más salero.

II
Verán que tengo mi alma en La Habana
no se me puede olvidar,
canto un tango y es una habanera,
la misma manera
tan dulce y galana y el mismo compás.
Por la parte del Caribe así se escribe
cuando una canción de amores, canción tan rica,
se la dedican los trovadores
a una muchacha o a una ciudad...
Y yo, Cádiz, te dedico y te lo explico
por qué te canto este tango que sabe a mango,
de esta manera esta habanera
de piriñaca y de Carnaval...
Son de chirigota, sabor de melaza,
Guantánamo y Rota...
¡Que lo canta ya un coro en la plaza!
Al estribillo y final

HISTORIA DE UNA CANCIÓN.- El poema "Habaneras de Cádiz" (1984), al que Carlos Cano puso música, es desde hace veinte años como un popular pregón universal de la ciudad de Cádiz, con infinidad de grabaciones e interpretaciones por todo tipo de solistas y conjuntos. Ha sido grabada y cantada, entre otros intérpretes, por el autor de su música, Carlos Cano, María Dolores Pradera, Pasión Vega, Chano Lobato, Nati Mistral Los del Río; la coral polifónica Canticum Novum; Coral San Buenaventura; los grupos mediterréneos de habaneras Port Bou, Nubiola, Mar Endins, Aires del Vallés, Agua Dulce, Arrels de la Terra Ferma, Mestre d'Aixa y Els Cremats, entre otros; el coro gaditano de Julio Pardo, la comparsa España La Nueva, entre muchas otras agrupaciones carnavalescas, Liuba María Hevia, etc. y figura en el repertorio de muchas bandas de música, como la del buque-escuela "Juan Sebastián Elcano" y de diversas tunas universitarias, como Telecomunicaciones de Valencia, Empresariales de Jerez, Tuna de Torrox o la Tuna Femenina de Derecho de Alicante. El Ayuntamiento de Cádiz ha dedicado a su autor en el año 2004 una calle en La Caleta, camino del castillo de Santa Catalina, con un verso del poema esculpido en el mármol de rotulación "Las olas de la Caleta que es plata quieta..." Historia de la creación de las "Habaneras de Cádiz" (1984)

Esta canción fue grabada por vez primera por Carlos Cano, autor de su música, en el disco "Cuaderno de coplas" (1984). Matalascañas, 1984. Nacía un himno.
«Una vez fue que me movió la luz del faro, y le escribí a Cádiz un poema de amor -explica el escritor sevillano-. Y una vez fue que Carlos Cano le puso música a aquel poema de amor, porque en la lejanía de las mulatas del Tropicana habíamos recordado a la misma novia, Tacita, lejana Y una vez fue que Cádiz entero se puso a cantar aquella copla».
La creación
Ese es el resumen literario, aunque la cosa pasó de manera parecida. «Carlos Cano -fallecido en 2000- quería que hiciéramos un trabajo juntos hacía mucho tiempo», cuenta Burgos. Claro, que los viajes tienen finales inciertos. Ambos habían viajado a La Habana por su lado y ambos habían venido con los ojos llenos «no de Cuba, sino de Cádiz». Nunca vieron tanto Campo del Sur «como en el Malecón» y allí se encontraban con una Andalucía no real, pero sí soñada. «La Cabaña recordaba a la Torre Tavira» y las caderas de las mulatas del Tropicana «tenían un algo de pecadoras grupas de las periquitas del Pay Pay».
Así que escribieron la habanera, primero la letra y después la música, pero «había que meterse en Cádiz». Burgos se había metido musicalmente una noche que vio por televisión el certamen de habaneras de Torrevieja. «Aquello sonaba a coro, más sin gracia».
Volvió a José María Pemán en un librito con el texto de La viudita naviera, que tenía varias habaneras. «Sólo había que cogerle el compás, como quien escucha un cuplé en una tienda y se lo quiere aprender. De allí salió el ritmo interior de la habanera, una idea métrica».
Le faltaba la gracia, así que se acordó de Lola Flores vestida de La Legionaria de Quiñones, del brazo de Jesús Fernández Palacios y de lo que le contó Carlos Cano. A la vuelta de cantar en la Cuba de Batista, había dicho aquello de «Hijo, esto es como Cádiz, pero con más negros y con más palmeras que las que hay en el Parque Genovés». La Habana ya era Cádiz con más negritos, Cádiz la Habana con más salero.
Burgos le había leído la letra por teléfono. Otoño 1984. Mataban a Indira Gandhi, se recrudecía el conflicto de Astilleros y los dos autores decidieron pasar un fin de semana en el Coto de Doñana, en Matalascañas, a «rematar y componer».
Carlos iba componiendo verso a verso la música «ante la misma mar de Cádiz». Una hora después, la habanera estaba compuesta. Entonces la cantaron los dos. «Nunca un coro ha tenido menos voces, pero más enamoradas que aquellas dos».
La sorpresa
Entonces, ninguno de los dos se imaginaba el alcance de lo que acababan de conseguir. Ni barruntaba el sevillano que Cádiz le daría una calle entre El Mora y la Caleta y el título de Hijo Adoptivo. No lo sabía, y menos desde que ni la propia casa en que Carlos Cano grabó la primera versión «no le dio la menor importancia frente a otras de Cuaderno de coplas». Estaba metida «de relleno», frente a otra con más proyección comercial.
Sin embargo, el single que la compañía envía a la ciudad es desde el primer momento un pelotazo en Cádiz. En febrero, el Coro de La Viña lleva el estribillo en su popurrí de La Plastilina, con la letra de Antonio Martín. Burgos recuerda cómo, después, una noche Alejo García la pinchó en la Espuela, grabada por María Dolores Pradera.
Las versiones
Ya era más que un pelotazo. Muchos y muy distintos se dejaron seducir por las Habaneras, la cantaron y grabaron sus propias versiones.Las habaneras ya eran las de Cádiz, aunque fueran un tango, «la misma manera, tan dulce y galana y el mismo compás». Desde entonces lo canta ya un coro en la plaza.
Nadie sabe, excepto el autor de aquellos versos, cuando se dio cuenta de lo que había parido. Pero era el texto de su vida. Pasados los años, con la dimensión y el horizonte del tiempo, si tuviera que salvar un solo folio de los cientos de miles que ha escrito, «sería ese».
El Cádiz de Burgos. ABC, 11 agosto 2007

Yo nunca estuve, niña, en la Habana; y, tal vez por eso, no se me puede olvidar...Sin embargo, he estado en Cádiz, en ese Cai que, a fuerza de piropos, Antonio Burgos ha conseguido despertar en mí. He caminado por La Caleta, contemplando esa plata quieta que al son de las olas mansas viene y va. He estado en el Mentidero, que no es más que un quesito de plaza en el que dicen que se «graznan» todos los cotilleos de los «cursis», los «papafritas», los «bacalaos», los «siesos» y los «babuchas» que deambulan por Cádiz como si la pasearan. He recorrido su catedral que es una Venus de Milo vuelta de espaldas, con sus hombros altos y su cabellera rubia, ofreciéndose al mar todo el día, pero sin entregarse en cuerpo ni de noche... ¡o quién sabe! Y, cómo no, me he perdido en ese barrio marinero de la Viña en el que, como en un juego de guiños y gracietas, los «gaditas» han parido el neodespotismo ilustrado de los carnavales, que es esa guasa en la que todo es para el pueblo, pero con el pueblo, ¡presente!
En esta ciudad donde el viento es una asignatura que se aprende en la cuna, me he sentido, como Antonio, un «colao» con ganas de escribir una habanera inmortal. Tiene Cádiz un aire de colonia española y huele a Caribe. Hay en toda la ciudad vieja un algo de reconquista, el eco de una botella devuelta desde las tierras de ultramar. Como si de aquellos años de la Casa de Contratación hubieran quedado atrapadas en ciertos rincones, en muchas fachadas y en no pocos rostros las huellas de la madre americana. Como dijo Pemán, Cai es la señorita del mar, la novia del aire que nunca se casa con nadie y se exhibe por esas calles que aquí son tan libres, tan constitucionales y tan solidarias que todas, como los ríos de aquel poeta, van a dar a la mar que aquí, por suerte, no es el morir, sino la vida y el bulle-bulle de un pueblo que se siente de fiesta hasta en los duelos.
En Cádiz se habla un andaluz con gracia que suena a castellano apolvoronado y tartaja. Un decir que es una «jartá» difícil de «penetrá» y «descifrá» para quienes no estamos acostumbrados a hacer de consonantes y vocales una vianda más. En Cai la «mojarra» parece que se apelmazara entre el paladar y la quijada; y como que moverla fuera un sacrificio inhumano para quienes, por hacer reír, son capaces de llorar como los títeres de la Tía Norica. El castellano de Cai es un español a su manera. Y quién te dice a ti que, conociendo a los gaditanos, no hicieron el habla oscura a propósito sólo para «putear» a esos ingleses «carajotes» que venían a hacer el agosto y, de paso, a cambiarle el nombre al jerez por esa cosa tan cursi y lacia del sherry.
Desde que atraviesa Puerta Tierra y se adentra en ese Cádiz que fue Gades para los romanos, uno entiende por qué Lola Flores le dijo a Batista que su Habana era como un Cádiz con más negritos. Metidos a comparar, tampoco extraña que a un «miarma» sevillano como Burgos le haya conquistado el duende y la serena calma de esta Habana con más salero. Una ciudad que a su manera es también, como tantas otras, una ciudad de dos mares: «la mare que parió al poniente» y «la mare que parió al levante», que son los dos vientos que alternativamente y en constante sucesión se disputan la supremacía de los aires gaditanos. Una ciudad en la que por poca «panoja» sale uno «arreglaíto» y con una auténtica «jartura» de gambas de cualquier «cusitrí» o restaurante de tronío. Y es que Cádiz o Cai es como el Betis: mucho Cádiz. Bien seguro es que a mí, por este artículo, ni me dedicarán una calle ni me harán hijo adoptivo, pero ya voy entendiendo, niña, por qué tiene Antonio Burgos dos novias. La otra se llama Isabel.
Fernando Conde

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