Texto publicado por Ana

El colibrí.

Cuenta la leyenda que hubo una vez un incendio en la selva.
Todos los animales corrían desesperados, huyendo de las llamas.
Excepto el colibrí, que con sus alitas transparentes, revoloteando veloces, volaba hacia el fuego. Zigzagueando se escurría de las garras del humo y se internaba en la densa oscuridad.
El clamor de los gritos y la estampida de los animales ahogaban el zumbido preocupado de sus alas.
Uno, dos, tres…muchos viajes del colibrí.
Llevaba todas las gotitas de agua que cabían en su piquito de aguja, firme en la idea de aplacar aquel infierno.
La voz de Dios se escuchó sobre el caos.
Observando todo aquello, divertido, dijo: “Colibrí: ¿No ves que los animales más poderosos de la selva ya han huído?
Mira el poder del fuego. Ha consumido todo y no se detiene. Ni el león, ni la pantera, ni el elefante, ni el rinoceronte han podido contra su furia. Huye, Colibrí. ¿O es que acaso crees que apagarás el fuego con tan solo las gotas que llevas en tu piquito?”
Y el colibrí, sin detenerse un momento, contestó:
“No lo sé. Pero cada uno tiene el deber de hacer lo que puede”.
Y El señor sonrió, orguyoso de él.