Texto publicado por Leandro Benítez
El crecimiento no es la solución, es el problema
Para los defensores del decrecimiento, no parece que el desarrollo sostenible "vaya a evitar el colapso ecológico ni a mejorar la justicia social", que eran las metas planteadas 20 años atrás, en la Cumbre de la Tierra de 1992, celebrada también en Río. Se busca entonces avivar las discusiones en la conferencia internacional Decrecimiento en las Américas, que va a celebrarse entre el 13 y el 19 de mayo de 2012 en la ciudad canadiense de Montreal y que será el tercer foro de este tipo, después de las citas de París y Barcelona, en 2008 y 2010 respectivamente.
Estamos en un punto de inflexión de la historia. El modelo de la sociedad de consumo se ha terminado. Ahora, el único camino hacia la abundancia es la frugalidad que permite satisfacer todas las necesidades sin crear pobreza y miseria.
“Donde una vez se dijo 'socialismo o barbarie' yo diría ahora 'barbarie o decrecimiento'. Necesitamos un proyecto eco-socialista. Es hora de que las personas de buena voluntad se vuelvan objetores del crecimiento”. Filósofo y economista, Serge Latouche (1), profesor emérito de ciencias económicas en la Universidad Paris-Sud y pionero del decrecimiento, cree que “es necesario librarse de la economía, reabrir la historia…”, que el decrecimiento es una perspectiva de futuro: la del rechazo del despilfarro de recursos naturales y el asumir que existen límites que hacen imposible la generalización, a todo el planeta, del modo de vida occidental. Hay que cambiar completamente el chip para llegar a la sociedad del decrecimiento, que daría otro sentido a la producción y al consumo “relocalizando la economía, limitando los intercambios dispendiosos y estimulando un buen ambiente”.
El término «decrecimiento» suena como un desafío o una provocación, a pesar de que sabemos que un crecimiento infinito es incompatible con un planeta finito. Para evitar un retroceso brutal y dramático –aun más brutal y más dramático que el momento crítico que estamos viviendo- la consigna del decrecimiento es abandonar el objetivo del crecimiento por el crecimiento, que tiene consecuencias desastrosas para el medio ambiente. “En rigor, convendría hablar de «acrecimiento», como se habla de ateísmo, más que de decrecimiento, del abandono d e una fe, de una religión, la de la economía, el crecimiento, el progreso y el desarrollo”.
La llamada al decrecimiento, que desde el estallido de la crisis planetaria cada vez encuentra más eco, es también un llamamiento a la imaginación. Ser decreciente es salir de la economía actual y vivir feliz en la simplicidad. Una solución radical que implica aceptar la revisión de nuestras condiciones de confort y nuestro modelo de vida, aceptar la necesidad de innovar para conciliar economía, medio ambiente y felicidad y empeñarse en la construcción de “una sociedad basada en la calidad en lugar de la cantidad, en la cooperación más que en la competición, en una humanidad liberada del economismo y que tenga como objetivo la justicia social” ( Por una sociedad del decrecimiento, Le Monde diplomatique, noviembre 2003). Siguiendo las tesis de Ivan Ilich (2), estamos hablando de vivir de otra manera para vivir mejor.
Hay que cambiar de valores
“Porque será una satisfacción perfectamente positiva comer alimentos sanos, tener menos ruidos, estar en un medio ambiente equilibrado, no padecer las tensiones de la circulación, etc.”. Jacques Ellul (3).
Decrecer exige naturalmente un cambio de los valores dominantes actuales, por otros: el altruismo debe ocupar el lugar del egoísmo, la cooperación el de la competición desenfrenada, el placer del tiempo libre el de la obsesión del trabajo, la importancia de la vida social el del consumo ilimitado, lo razonable el de lo racional…la opción de una ética personal diferente, como la simplicidad voluntaria, puede modificar la tendencia y minar las bases imaginarias del sistema.
Algunas cosas se pueden ir probando ya, como revalorizar la experimentación local, asociativa y colectiva, cambiar la relación personal con la propiedad y el reparto de la riqueza, construir una política territorial al servicio de las personas, incitar a la población al uso de los transportes no contaminantes, desarrollar una agricultura campesina, biológica y de proximidad, empeñarse en reducir el consumo de energía, estimular las experiencias cooperativas, la economía social, apoyar la transmisión de conocimientos tradicionales en vías de desaparición, reorientar la investigación y la formación hacia la transición ecológica en os terrenos de la alimentación, la energía, el hábitat, los transportes, el artesanado y el turismo ecológico… denunciar la agresión publicitaria y fomentar la democracia participativa...
El Foro de Organizaciones No Gubernamentales de Río, reunido durante la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1992, sintetizó todas las tareas pendientes en un programa de seis “erres”: reevaluar, reestructuras, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. Seis objetivos interdependientes que activarían un programa de decrecimiento sereno, amistoso y sostenible . Se podría, dicen los militantes, ampliar la lista de las erres: reeducar, reconvertir, redefinir, remodelar, repensar, etc., y naturalmente relocalizar, “pero todas estas se encuentran más o menos incluidas en las primeras”.
Una voz de aquí al lado
Para Joan Martínez Alier, catedrático del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona, el decrecimiento es tema para los estados ricos del Norte: Japón, Europa, Estados Unidos: “No creo que América Latina tenga que decrecer, y la India mucho menos. Tendrían que crecer de otra manera, no copiar las tecnologías tan exactamente, como el automóvil. Ahora en la India todo mundo tiene la idea de comprar un automóvil... Ningún economista respetable se ha atrevido nunca, en el Norte, a decir que el objetivo no es continuar creciendo. En el Sur, los movimientos que podemos llamar del ecologismo popular y la justicia ambiental dicen: ‘No queremos continuar vendiendo materias primas baratas, no queremos cumplir con la regla de San Garabato, de compre caro y venda barato’, porque así se empobrecen a la larga”.
La alternativa sería “no más crecimiento en el Norte”; pero no sólo, porque “las constituciones de Bolivia y de Ecuador, por ejemplo, dicen que el objetivo de las políticas ya no es el desarrollo sino el buen vivir, y además lo dicen en quechua. Para mí esto es algo antiguo, Aristóteles ya dijo que el objetivo de la vida es ser feliz y vivir bien”. En el Norte hay una discusión sobre el crecimiento cero. Esto ya lo discutieron en los años setenta; André Gorz (5) ya dijo que significaría el fin del capitalismo tal como lo conocemos, “pero no de otro capitalismo que persistirá, por ejemplo, en sectores como la informática, que no es muy pesada ambientalmente. Pero otros sectores como la agricultura orgánica, la energía fotovoltaica, la arquitectura, muchos tipos de medicina podrían crecer; muchas cosas, como el sector de la educación o la economía ecológica tienen que crecer, la biología genética tiene que crecer y quizás alguna ingeniería tendría que decrecer, y esto sería compatible con el capitalismo, pero no con el capitalismo financiero que se basa en aumentar las deudas. Esto tiene que acabarse. El hecho es que podríamos cambiar la economía en dos sentidos: en el Norte con un decrecimiento que sea socialmente aceptado, un decrecimiento material y energético, o un crecimiento cero (…) y en el Sur con un crecimiento de otra manera”.
Pero es que no solo hay razones ecológicas para el decrecimiento. Algunos psicólogos han averiguado que “ la felicidad no aumenta con el aumento del PIB per cápita… Ahora bien, el decrecimiento económico provoca dificultades sociales que hemos de afrontar para que la propuesta pueda ser socialmente aceptada”.
La crisis puede abrir expectativas a nuevas instituciones y hábitos sociales. El objetivo en los países ricos debe ser vivir de forma óptima dejando de lado el imperativo del crecimiento económico. En suma, Vivir mejor con menos bienes y más relaciones, como dice el lema de la revista La Décroissance, órgano del partido del mismo nombre, nacida en la ciudad francesa de Lyon en vísperas del milenio - difunde 45.000 ejemplares en Francia, Canadá, Suiza, Bélgica y Luxemburgo-, fruto de un movimiento de ideas compartidas por varias organizaciones y personalidades. El periódico predica “el decrecimiento como única alternativa posible al desarrollo de la miseria y la destrucción del planeta”; es un medio de comunicación militante de una causa todavía minoritaria, la de quienes se preocupan por el futuro del planeta.
Según André Gorz, se es pobre en Vietnam cuando se anda descalzo, en China cuando no se tiene bici, en Francia cuando no se tiene coche, y en los EEUU cuando se tiene uno pequeño. Según esta definición, ser pobre significaría « no tener la capacidad de consumir tanta energía como consume el vecino»: cada uno es el pobre (o rico) de otro.
Notas:
Sobrevivir al desarrollo: de la descolonización del imaginario económico a la construcción de una sociedad alternativa, (Ed. Icaria, 2007), La apuesta por el decrecimiento: ¿cómo salir del imaginario dominante? (Ed.Icaria, 2009), Pequeño tratado de decrecimiento sereno (Ed. Icaria, 2009), Decrecimiento y posdesarrollo: el pensamiento creativo contra la economía del absurdo (Ed. Icaria, 2009), La hora del decrecimiento”, (Ed. Octaedro, 2011)
Filósofo y pedagogo austriaco fallecido en 2002, autor, entre otros de La Sociedad desescolarizada (Edit. Joaquín Mortiz, México, 1985)
Ya en 1981, Jacques Ellul, uno de los primeros pensadores de la sociedad del decrecimiento, fijaba como objetivo para el trabajo no más de dos horas diarias.
Es autor de L'ecologia i l'economia (1984), libro publicado también en castellano, inglés, japonés y otras lenguas, que se ha convertido en una historia clásica de la crítica ecologista a la ciencia económica. Pobreza, desarrollo y medio ambiente. VVAA Introducció a l'economia ecològica (1999), Economía ecológica y política ambiental (con Jordi Roca i Jusmet, 2000), ¿Quién debe a quién? deuda ecológica y deuda externa (con Arcadi Oliveras, 2003) El Ecologismo de los pobres: conflictos ambientales y lenguajes de valoración (2005), Rethinking Environmental History: World-Systems History and Global Environmental Change (editado con Alf Hornborg y John Mc Neill, 2005), Recent Developments in Ecological Economics 2 vols. (editado con Inge Ropke, 2008), El Ecologismo de los pobres: conflictos ambientales y lenguajes de valoración (nueva edición aumentada y publicada en Perú por Espiritrompa Ediciones y en Barcelona por Editorial Icaria 2011).
Filósofo y periodista nacido en Viena, discípulo de Jean-paul Sartre y fundador, junto con Jean Daniel, del semanario Le Nouvel Observateur, autor de Miseria del presente, riqueza de lo posible (Paidos, 1998), Capitalismo, Socialismo, Ecología (Ediciones HOAC, 1995), Metamorfósis del trabajo, demanda del sentido (1988), Los caminos del paraiso: Para comprender la crisis y salir de ella por la izquierda (Laia/Divergencias, 1986), Adios al proletariado: Más allá del socialismo (El Viejo Topo, Ediciones 2001,1981), Ecología y política (El Viejo Topo, 1980), Mercado común y planificación (dentro de ‘La integración europea y elprogreso social’, Editorial Nova Terra, 1967).
(tomado de www.decrecimiento.info)