Texto publicado por Leandro Benítez

Quienes creen en milagros someten a sus hijos desahuciados a terapias y sufrimiento inútiles

Quienes creen en milagros llegan a someter a sus hijos gravemente enfermos a tratamientos inútiles y un sufrimiento innecesario con la esperanza de que superen procesos incurables, aseguran en el Journal of Medical Ethics dos médicos y un capellán del Hospital Infantil de la Calle Great Ormond, en Londres. Tras revisar 203 casos de niños desahuciados en la unidad de cuidados intensivos de ese centro sanitario en tres años, se muestran preocupados por el aumento de los padres que, basándose en su religión, insisten en la continuidad de terapias agresivas que no van a suponer ninguna mejora en la salud de su hijos. Ante eso, los autores abogan porque, cuando los niños son pequeños y no han elegido un credo conscientemente, prevalezcan su bienestar y dignidad sobre las creencias de sus progenitores.
De los 203 casos examinados, en 186 los familiares y el personal sanitario decidieron suspender los tratamientos inútiles; pero en 17 no hubo un acuerdo inicialmente. De esos casos, 6 acabaron resolviéndose por las vías normales, pero en los otros 11 (65%) se impusieron en principio las fuertes convicciones religiosas de los padres -protestantes, católicos, judíos y musulmanes-, para quienes no debía suspenderse la terapia ante la esperanza de un milagro y que desconfiaban, además, del diagnóstico médico sobre la inutilidad de cualquier tratamiento o cuidado intensivo. Cinco de estos casos se solucionaron tras sendos encuentros de los familiares con clérigos de sus confesiones, uno se solventó por orden judicial y, en los cinco restantes, la terapia inútil se mantuvo hasta la muerte del niño (4) o su supervivencia con una grave discapacidad neurológica (1).
Rehenes de las creencias de su padres
Los autores -los médicos Joe Brierly y Andy Petros, y el capellán anglicano Jim Linthicum- admiten que la actitud de los padres resulta “totalmente comprensible porque son los defensores de los derechos de sus hijos y, por tanto, de su vida”. Sin embargo, apuntan que, cuando se trata de niños muy pequeños, las creencias religiosas de los padres no deberían  ser determinantes a la hora de decisiones vitales. “Se acepta en nuestra sociedad que los padres tienen derecho a decidir sobre las creencias religiosas de sus hijos y a tomar decisiones para esos niños basándose en esa premisa. (…) En muchos casos, los niños sobre los cuales se toman decisiones son demasiado jóvenes como para suscribir las creencias religiosas de sus padres y, sin embargo, seguimos respetando las creencias de los padres. Se ve a los niños como si tuvieran una religión por virtud de sus padres; pero podría argumentarse que no tienen fe religiosa hasta el momento en que son lo suficientemente maduros como para otorgar un consentimiento informado”, escriben los autores.
“Como sugiere Dawkins, ¿deberíamos referirnos a un niño de padres cristianos en vez de a un niño cristiano? Nosotros creemos que es hora de tener una posición predeterminada que presuma que la religión los padres no es un factor determinante en la toma de decisiones para el niño hasta que éste es Gillick competente [a raíz de una resolución de 1985 de la Cámara de los Lores sobre el uso de anticonceptivos por menores, se denomina de este modo a los menores maduros como para tomar ciertas decisiones] a la hora de consentir formar parte de la religión de los padres, reconociendo así que la religión es importante para los padres, pero no debe influir en las decisiones en torno a su hijo”, argumentan Brierly, Petros y Linthicum.
Además, recuerdan que el artículo 5 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establece “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”, y destacan que prolongar la vida artificialmente porque sí es inhumano, atenta contra la dignidad de quien se mantiene conectado a máquinas y puede resultarle muy doloroso. Por eso, concluyen que “ha llegado el momento de reconsiderar las actuales estructuras éticas y legales, y facilitar el rápido acceso a los tribunales en los casos en que los intereses de un niño estén comprometidos por la esperanza de un milagro”.