Texto publicado por Leandro Benítez
Siete claves ‘conspiranoicas’ del 11-S, desmontadas
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington son objeto de una indecente manipulación por parte de quienes viven de explotar la credulidad popular, de cebarla con medias verdades, tergiversaciones y mentiras para engrosar su cuenta corriente. Esos individuos han extendido la sombra de la duda sobre los ataques del terrorismo islámico para presentarlos como autoatentados planeados desde las más altas instancias del Gobierno estadounidense. Su actitud es igual de despreciable que la de George W. Bush y quienes defendieron que el Irak de Sadam Hussein disponía de armas de destrucción masiva, aunque sabían que no era así, y que la de quienes en España ha difundido la correspondiente teoría de la conspiración sobre los ataques del 11-M.
Debunking 9/11 Myths
Hoy, diez años después de una tragedia fruto del fanatismo religioso que costó directamente cerca de 3.000 vidas, conviene recordar a qué conduce la intolerancia y desmontar, una vez más, los principales argumentos esgrimidos por quienes defienden, desde la más absoluta desvergüenza, que el 11-S fue urdido en los pasillos de la Casa Blanca y el Pentágono. Aquí tienen siete claves conspiranoicas del 11-S, desmontadas. Si quieren ahondar en el tema, les recomiendo el libro Debunking 9/11 myths. Why conspiracy theories can’t stand up to the facts (Desmontando los mitos del 11-S. ¿Por qué las teorías de la conspiración no aguantan los hechos?, 2006), que resume una investigación del equipo de la revista Popular Mechanics -de la que hay una versión en línea y un documental- en la que me he basado para esta anotación. Sobre las manipulaciones y las mentiras más burdas -¿se acuerdan de la falsa cuarteta de Nostradamus que puso bajo la cabecera un diario madrileño?-, escribí en su día un reportaje que sigue vigente.
1. Los terroristas carecían de la preparación necesaria para pilotar aviones comerciales y hacer lo que hicieron. Los secuestradores de los cuatro aparatos no tuvieron que realizar las maniobras más complicadas: el despegue y el aterrizaje. Los cuatro terroristas pilotos contaban con las horas de vuelo necesarias para llevar un avión de varios motores y habían hecho prácticas en simuladores de grandes aparatos. Su baja pericia a los mandos se reflejó en los bandazos que daban las aeronaves secuestradas, pero sus objetivos eran lo suficientemente grandes y visibles desde larga distancia como para que su misión fuera relativamente sencilla. “No era algo difícil”, asegura Bryan Marsh, veterano instructor de la Escuela de Vuelo de Pilotos de Líneas Aéreas, en Debunking 9/11 myths.
2. El avión que chocó contra la Torre Sur del World Trade Center (WTC) llevaba adosada al fuselaje una bomba, un misil o un sistema de guía por control remoto. Los conspiranoicos aseguran que en algunas fotos y un vídeo del aparato que chocó contra la Torre Sur se ve en su panza, cerca del arranque del ala derecha, una especie de vaína que, al estar adosada al aparato y haber éste despegado sin problemas, demostraría que los atentados fueron planeados en Washington. Los peritos que han examinado esas imágenes no han encontrado ninguna prueba de algo extraño acoplado al fuselaje: se trata de un efecto óptico. Tampoco vieron nada los miles de personas que presenciaron el choque desde abajo en las calles de los alrededores. Además, los expertos puntualizan que armar una aeronave de pasajeros no es algo que pueda hacerse de la noche a la mañana. Según Fred E.C. Culick, profesor de aeronáutica del Instituto de Tecnología de California, adosar armas a un avión de línea exigiría un gran trabajo de cableado, corte y soldadura de metal. “No es como meter una maleta más en el coche”, dice.
Daños ocasionados en la fachada del Empire State por el choque de 1945. Foto: AP.
3. Los graves daños en el WTC fueron causados por explosivos que detonaron en las plantas inferiores al tiempo que los aviones chocaban contra las torres. Depués de tres años de investigación, el Instituto Nacional de Normas y Tecnología (NIST) estadounidense concluyó que el combustible en llamas de los aviones cayó por los conductos de servicio y los huecos de los ascensores, extendiendo los daños a zonas de los rascacielos muy alejadas de los lugares de impacto. Lo mismo ocurrió en 1945 cuando un B-25 se estrelló contra el Empire State entre las plantas 78 y 80, y el combustible en llamas descendió por los huecos de los ascensores y causó graves daños en el hall del edificio.
4. Los incendios declarados en las torres tras los impactos no pudieron fundir el acero. Ni falta que hizo. Los 37.000 litros de combustible de cada uno de los aviones ardieron a entre 1.100º C y 1.200ºC, mientras que para fundir acero se necesitan 1.510º C. Lo que los conspiranoicos ocultan, cuando sostienen que eso demuestra que no fueron los choques los que causaron los daños catastróficos y hablan de demoliciones controladas, es que el acero pierde ya resistencia a sólo 400º C y, si el fuego alcanza los 1.000º C, sólo retiene el 10% de su fortaleza original. Y, en cuanto se empezaron a debilitar las estructuras, ya dañadas por los choques, el colpaso final de los dos rascacielos era algo previsible. El largo fuego incontrolado fue, por su parte, la causa del posterior colapso del edificio 7, que estuvo siete horas en llamas antes de irse abajo.
5. Los agujeros en la fachada del Pentágono son demasiado pequeños para haber sido causados por un avión comercial. Los daños en la fachada del cuartel general estadounidense parecen, realmente, pocos para haber sido producidos por un Boeing 757, pero tiene una fácil explicación: las alas del aparato se destruyeron antes de que éste impactara contra el edificio. Por si hubiera dudas, las simulaciones informáticas confirman que la colisión ocurrió así.
Parte del tren de aterrizaje del 'Vuelo 77' de American Airlines.
6. Los restos del aparato que chocó contra el Pentágono no se corresponden con los de un avión comercial, sino con los de un misil de crucero. Conspiranoicos como el ufólogo español Bruno Cardeñosa sostienen que no hay pruebas de que contra el Pentágono se estrellara un avión de pasajeros. Uno de los primeros en defender esta idea fue el francés Thierry Meyssan, en su libro 11 septembre: l’effroyable imposture (11 de septiembre. La gran impostura). Sin embargo, ellos, a su vez, no presentan ninguna prueba de que el Vuelo 77 corriera otra suerte. La realidad es que la mayor parte del avión quedó pulverizado al chocar contra las columnas de la estructura interior del edificio, pero, entre los restos desperdigados por el exterior, se encontró parte del tren de aterrizaje del aparatos. A no ser que Cardeñosa y Meyssan -tan listos ellos- sepan algo que el resto de los mortales ignora, los misiles no llevan tren de aterrizaje. Además, 184 de los 189 viajeros y tripulantes -incluidos los cinco terroristas- fueron identificados mediante pruebas de ADN a partir de restos recuperados entre las ruinas del cuartel general estadounidense. “Tuve en mis manos parte de los uniformes de los miembros de la tripulación, incluyendo partes del cuerpo”, reconocía hace cinco años el experto en explosiones Allyn E. Kilsheimer.
7. Las llamadas telefónicas de los pasajeros del Vuelo 93 son falsas porque, a más de 2.500 metros de altura, no podía haber cobertura para los móviles. Otra mentira más. Según la investigación de Popular Mechanichs, ya en 2001 era posible hablar por el móvil desde un avión de pasajeros en pleno vuelo. Diversos expertos confirmaban hace cinco años que la cobertura podría superar los 11.000 metros de altura. Paul Guckian, vicepresidente de la compañía de móviles Qualcomm, creía que la señal puede perderse hacia los 15.000 metros, cuando la altitud máxima que alcanzó el aparato de United Airlines que se estrelló en Shanksville (Pensilvania) fue de unos 12.500.
Naturalmente, siempre habrá quien continúe mintiendo a la opinión pública a cambio de dinero, que es de lo que en el fondo se trata cuando hablamos de falsas conspiraciones como las del 11-S y el 11-M. Pero ésa es otra historia.