Texto publicado por Eli

Uruguay, campeón de la clase media

Mis padres(abuelos, tíos, primos, hijos de primos, etc, etc, etc) son uruguayos y tengo mis buenas horas-Uruguay. Como argentina de sangre y alma me fascinan las comparaciones y la admiración que despiertan nuestros hermanos uruguayos y esas ganas que sienten muchos argentinos de dejar de lado tanta corrupción y falta de respeto por los demás y ser un poco mas "charrúa". Les comparto un artículo de opinión publicado en un diario escrito por un periodista argentino e invito a que opinen los uruguayos(y no uruguayos) presentes.

Este fin de semana tuve que hacer trámites en Uruguay, donde tengo familiares y algunos compromisos.

El problema radicaba en que se trataba de un fin de semana largo, por lo que tuvimos que hacer malabarismos para conseguir una plaza en el "buque". Estaba todo vendido. Al final lo logramos, pero la travesía fue muy esforzada: yo no puedo faltar a mi trabajo en la radio y sólo disponía del sábado 22 y el domingo 23. Obtuvimos la siguiente combinación. Partida en el buque desde Buenos Aires, el sábado a las cinco de la tarde. Llegada a Colonia, a las 18 horas. Luego, por ruta, 180 kilómetros hasta Montevideo y 100 más hasta Maldonado. Llegada a medianoche al Hotel del Lago (sobre la Laguna del Sauce, en Solanas) amanecer a las 11 de la mañana. A las 12 nos pasaron a buscar para efectuar los trámites. Cumplimos con todo. Luego, arrancamos de Punta del Este a las 17 horas. Llegamos a Montevideo, nos embarcamos en el "buque" para zarpar a las 20 horas. Llegamos a Buenos Aires a las 23 horas y aterrizamos en casa a medianoche. Con la satisfacción del deber cumplido, pero completamente derrengados.

La aventura me brindó un raid por el Uruguay de hoy. Claro, hasta por ahí nomás: no conozco Pando, no conozco Paysandú, no conozco Canelones. Mi recorrida se limitó al circuito de la costa. Sin embargo, creo que mis observaciones son válidas.
En todo el trayecto Colonia-Montevideo-Maldonado, las rutas son nuevas, están bien señalizadas y se encuentran impecables, sin baches ni imperfecciones. Hacía algunos años que no pisaba Uruguay. Encontré muchas rotondas, trayectos y caminos nuevos. Al bajar del "buque", el agente nos dijo: "Tenga cuidado, señor, porque la velocidad máxima en ruta es de 90 ó 100 kilómetros por hora, según los trechos, y si se pasa, la caminera le va a labrar una multa. Se lo recomiendo. ¡Adiós, que pase bien, buen viaje señor!¨.

Me sentí respetado y convenientemente informado.

La combinación de caminos nuevos y cansancio, en determinado momento, empezó a agotarnos. Descubrimos que estábamos en medio del campo, sin nadie a la vista y con dudas sobre el rumbo. Al llegar a un cruce, descubrimos a una chica en pantalones que caminaba junto al camino. Nos acercamos lentamente, pensando con mentalidad de porteños: "Un auto de cristales polarizados, tripulado por desconocidos, que se arrima a una muchachita de 20 años, no puede obtener respuesta...La chica saldrá corriendo o buscará un policía".

No fue así. La muchacha nos atendió con una sonrisa: "¿El camino para la Interbalnearia? ¡Sí, señor, así va bien, siga derecho y se va a encontrar con la ruta!". Al llegar a la Interbalnearia ya eran las 12 de la noche y volvimos a tener dudas: nos acercamos en una maniobra no muy lícita a una chatita que manejaba un joven. Le tocamos bocina. El joven nos sonrió y dio amplias referencias: "Sí, señor, usted está ahora mismo en la Interbalnearia, este es el acceso nuevo, siga nomás y se va a encontrar en el Este".

Llegamos muy demorados, pero felices por el trato amable. Al entrar en el hotel, a una hora tan impropia para el "check-in", descubrimos que estábamos famélicos. Preguntamos al conserje, mientras llenábamos la papeleta, si había algo para comer.

- No, señor, lamentablemente lo más cerca que le puedo recomendar es Maldonado. Decime Walter...¿Habrá algo para comer en la cocina?

- Champán, nomás- respondió Walter, un humorista digno de Telecataplum. Pero en el acto desapareció y, al rato, volvió de algún sitio misterioso con unos sandwiches de atún. Mientras caminábamos hacia el ascensor, vimos por la gran ventana a las liebres del monte, que brincaban al borde de los jardines. Había olor a pino y a jazmines. Estábamos en Uruguay.

A la mañana siguiente, tuvimos ocasión de dar una vuelta por Solanas, Chihuahua y otras localidades casi nuevas. Ocean Park, Sauce del Portezuelo, Arroyo El Potrero.
Estos pequeños balnearios comienzan siempre igual. El Estado se ocupa de acondicionar caminos mejorados en una región que ha sido forestada hace ya 30 años, y que se encuentra a 100 metros del mar. Los uruguayos, típicos ahorristas de clase media, edifican sus casitas de dos dormitorios. Siempre sobre un mismo estilo. Un pequeño jardín, el parrillero y un diseño digno. No hay gas, todo es eléctrico, y a veces se necesita un motor para subir el agua de pozo. Los parajes son encantadores, todos tranquilos, todos de clase media. El uruguayo no es amigo del ruido ni la ostentación. Luego de unos años, el uruguayo empieza a alquilar esa casita para mejorar sus ingresos en enero o en febrero, o cuando pueda. Después, el balneario adquiere renombre y sale en las revistas. Llegan los turistas argentinos y construyen casas más grandes en lotes dobles o triples, con ese toque de ostentación tan nuestro.

Así fue la transición de Chihuahua -entre 1990 y 2012- y así será en los nuevos barrios que hemos citado. Uruguay crece de manera prolija y continuada, sin estridencias, con buen gusto.

Cuando se hizo la hora de volver, pudimos disfrutar de la ruta en todo su esplendor. De día.

Llegamos a la Rambla de Montevideo. Está fabulosa. Entre Carrasco y Malvín se extiende una avenida costanera amplísima. Hay lugar para estacionar los autos. La gente pasea al sol, plácidamente, empujando el cochecito de bebe. Algunos montevideanos salen a correr. Las grandes torres de apartamentos y algunas casas imponentes muestran el césped recién cortado, los regadores en marcha. En las veredas (muy similares a las de Río de Janeiro) ni una baldosa rota. Frente al horizonte del río-mar, un banco cada veinte metros, sólido y cómodo, que no está pintarrajeado ni saqueado por vándalos. Amablemente, la rambla se ofrece para que el montevideano goce de la vida. No agrede.

Y en todas partes: "¡Buen viaje, señor, que pase bien!".

Todo el trayecto de 18 kilómetros sin bocinazos, sin atascamientos, sin gritos. En la vía pública, ni un papel, ni un cartón, ni un cajón descartado. Nada. Todo limpio. Y, sin embargo, no se ve un solo policía.

El río-mar se extiende en largas olas suaves, plateadas, sobre el playón de arenas blancas.

Al fondo, se ven las torres y grúas del puerto.

Después de unos trámites aduaneros muy breves, nos embarcan. No bien subimos al "buque", comienzan los chillidos de los niños, las madres reprendiendo a sus criaturas, las discusiones por el sitio en la cola. Argentina.
Llegamos de Uruguay como si nos hubieran inyectado una gran dosis de Valium. Ellos son unos argentinos pero...con educación, modestia, tranquilidad. Todo aquello que nosotros perdimos. ¿Cuándo y cómo?

Tal vez por esa modestia, ellos llaman a Uruguay su "paisito" pero es un gran país, con una personalidad admirable. Además, es obvio que está en un gran momento económico y emocional. Dirían ellos: está todo "impecable". El país es chico en comparación con un gigante como Brasil y un semigigante como la Argentina, pero grande en su inteligencia y en su decoro.

Por todas partes vemos gente educada, que tiene colegio secundario completo: su pretensión es poseer una vivienda digna, un auto presentable, y mandar los chicos al cole. Nada más. ¿Para qué más?

En estos tiempos se habla mucho de la clase media, no siempre a favor: ahí enfrente tenemos un país que es enteramente clase media (más pobres o más ricos, razonan todos del mismo modo) y nos morimos de envidia. ¡Qué bien están! Se fueron para arriba. ¡Salud, Uruguay!