Texto publicado por Leandro Benítez

¡Los niños primero! (un fragmento del capítulo 5 de Walden Tres)

Todos tenemos que aprender a ser padres y madres, esto es algo que no se sabe simplemente porque sí, por obra de Dios...
Como el concepto de “Dios” tampoco iba a tener cabida en el nuevo Walden Tres, pensé en que era preciso controlar mi lenguaje y evitar expresiones vernáculas, de esas que uno dice sin pensar. La moralidad y el orden no se iban a basar en Dios sino en una ética humana y social; pero en fin, ese era otro proyecto, que habíamos luchado por organizar, sin mucho éxito. ¡No era fácil planear la ética y la moral de la nueva sociedad! Y era urgente hacerlo, dado que los problemas éticos y morales – ideológicos– estaban en la raíz de los otros programas de reforma.
El análisis del proyecto sobre educación temprana y socialización tardó mucho. El Sr. Presidente presentó varias objeciones, hizo cambios, fue preciso regresar el plan a la comisión respectiva para su estudio y reforma. Finalmente se logró una versión nueva que fue más aceptable para todas las personas involucradas.
Incluía planificación familiar. Servicios médicos y psicológicos gratuitos. Centros de información y entrenamiento para las madres. Centros de cuidado diurno para los niños pequeños, completamente gratis. Creación de puestos de medio tiempo para que las madres trabajaran sin abandonar sus hijos, y preferentemente en su propia casa o cerca de ella. Higiene prenatal. Estimulación temprana a los niños recién nacidos. Involucración del padre y de otros miembros de la familia en la crianza del niño. Entrenamiento de mujeres especializadas en ser “madres sustitutas”, para cuidar a los niños en los centros de cuidado diurno y en los sitios de adopción.
La educación formal comenzaba muy temprano en la vida del niño. Pensábamos que el pequeño podía aprender a leer y a escribir a los 4 años, y con toda seguridad a los 5, si utilizábamos los métodos apropiados. Había que desarrollar habilidades básicas, repertorios de entrada, por medio de la estimulación ambiental. Lo cambios de conducta se lograban haciendo cambios en el ambiente. Los otros niños se podían usar como modelos y como base para la socialización. Generalmente en la sociedad occidental tradicional los procesos de crianza se le dejan exclusivamente a la familia, y se excluyen los vecinos ,los pares y las demás personas. Aquí en la nueva sociedad que íbamos a formar, los otros niños tenían mucho que hacer, y la crianza iba a ser colectiva.
Las madres sustitutas jugaron un papel de tremenda importancia en todo el proceso. Era curioso ver cómo para muchas mujeres ese era el trabajo perfecto, lo hacían con amor y dedicación, con verdadero interés y con magníficos resultados. No habían tenido ocasión de tener hijos, o los que habían tenido se habían marchado ya del hogar, y ellas estaban llenas de amor que no podían darle a nadie. Ser madres sustitutas fue el trabajo perfecto para ellas.
A las madres se les insistió en que era preciso hablarles a sus hijos, acariciarlos, alzarlos, besarlos, brindarles mucho afecto y seguridad. Escuchar lo que los pequeños decían, y tomarlos en serio. Cumplirles las promesas que se les hacían. El castigo físico se abolió, totalmente; incluso el Sr. Presidente promulgó una ley según la cual era delito castigar físicamente a un niño; el padre que lo hiciera iría a la cárcel de uno a tres años.
En cambio de castigo físico explicamos detalladamente otras formas de moldear el comportamiento y de socializar al niño. En el lado aversivo, estaba el retiro temporal de cariño y de privilegios, que son técnicas de castigo; lo mismo el costo de respuesta: por cada acción inapropiada, el niño perdía una ficha, y si no tenía la cantidad adecuada de fichas al final del día o de la semana, no podía ver televisión, o ir al cine o a paseo.
La socialización enfatizó los métodos positivos. Se daba refuerzo y recompensa constantemente, pero en forma contingente con la respuesta. La aplicación de los programas de refuerzo a la vida diaria se explicó por televisión, radio, en conferencias públicas, en folletos que se difundieron gratuitamente a lo largo y ancho del país. Como abundaba el analfabetismo, fue preciso ir a las regiones aisladas del interior del país, hablar con las madres, explicarles que ellas no tenían derecho a torturar a sus hijos, y mostrarles formas alternativas de criarlos. La reacción inicial fue muy negativa, de escepticismo y de agresión, dado que el gobierno se estaba inmiscuyendo en la vida privada de la gente, y se oponía a la sabiduría ancestral con base en la cual las madres campesinas había criado a sus hijos, durante tantas generaciones. Pero luego, al notar que las economías de puntos y de fichas realmente funcionaban, que el costo de respuesta era fácil de aplicar y muy efectivo, y que el castigo físico lo único que lograba eran efectos temporales y una serie de consecuencias secundarias no recomendables (por ejemplo que el pequeño temiera y odiara al padre que lo castigaba), lentamente las reformas se fueron aceptando. Llegó el día en que las madres comentaban con enorme entusiasmo los cambios de conducta que habían logrado en sus hijos. Todas consideraron que los nuevos sistemas les mejoraban también la vida a ellas, les permitían ahorrar tiempo, eran más efectivos que las alternativas tradicionales y enseñaban al niño responsabilidad y orden. En este aspecto de la crianza de los hijos, el programa tuvo un éxito tremendo, fue acatado con entusiasmo y colaboración, y se extendió como pólvora.
Yo escribí un librito en el cual se explicaban todos los principios y fundamentos del análisis comportamental aplicado a la crianza y socialización de los niños. Fue un manual claro y simple, adaptado a la mentalidad de las madres del trópico. Se llamó La Formación del Nuevo Hombre, un título rimbombante y un poco ridículo, pero que el Sr. Presidente me forzó que le pusiera. Yo hubiera preferido llamarlo Entre Padres e Hijos, que finalmente quedó como subtítulo. El gobierno imprimió
100.000
ejemplares, que se regalaron a los padres, maestros, madres sustitutas, administradores escolares, directivos de los centros de salud, médicos, enfermeras, psicólogos y trabajadores sociales. Me sentí un poco avergonzado al ver que mi primer libro (yo nunca me había atrevido antes a publicar ningún libro) fuera una obra como ésta, de divulgación y no una aburrida y erudita monografía científica. Cuando era estudiante graduado en Harvard había aprendido que publicar era tremendamente importante, pero nunca me había decidido a escribir un libro, y como mis artículos científicos no siempre les agradaban a los editores de las revistas de la APA, pues mi labor de publicación había sido muy pobre. Ahora con mi libro editado en 100.000 ejemplares que se habían agotado en un mes, podía decir que era un autor más leído que la mayor parte de los psicólogos contemporáneos...
En el libro se planeaba con cierto detalle la reforma en los programas de socialización, comenzando por enfatizar el papel de la familia y de otras agencias de socialización. Mostraba cómo estábamos llevando a cabo un experimento social, nunca antes emprendido en una escala tan grande, a nivel nacional. El experimento daría sus frutos a largo plazo, y se había diseñado con cuidado y esmero, sin dejar nada al azar, al menos en términos relativos, ya que los fenómenos sociales son muy complejos y tienen innumerables variables difíciles de controlar. Ese experimento tendría que evaluarse, y con base en dicha evaluación se harían los cambios del caso.
La educación, continuaba el libro, comienza en el momento en que se planea tener el hijo, sigue con la concepción, el período de desarrollo prenatal, el nacimiento, la primera infancia tan importante y descuidada, la educación preescolar, la escuela primaria y secundaria, y el entrenamiento para un oficio u ocupación. En la educación había muchos parámetros ideológicos y filosóficos, que estábamos tratando de explicitar y someter a la consideración del pueblo. La línea directriz más importante era humanista, una especie de humanismo comportamental, en la cual lo bueno era aquello que era bueno para el hombre, y lo malo que era malo para el hombre. No era realmente un absolutismo axiológico sino un nuevo humanismo, que tenía en cuenta la relatividad cultural e histórica de los eventos.
Creo que esa parte ideológica fue la más pobre del libro, dado que la filosofía nunca ha sido mi fuerte. Las partes psicológicas eran mucho mejores. La explicación de los programas de refuerzo, tanto los simples –razón fija, razón variable intervalo fijo, intervalo variable– como los múltiples, compuestos, conjuntivos, etc., creo que estaba bastante bien. En todos los casos se daban ejemplos prácticos. El libro tenía hojas de registro, enseñaba a hacer líneas de base, simples y múltiples, a registrar conductas, a categorizarlas en grupos. Al hablar de refuerzos (o reforzamientos) se insistía en la importancia de ser contingente en su aplicación; se hablaba de refuerzos físicos, simbólicos, sociales, internalizados. La meta era un hombre o mujer adulto y maduro, psicológicamente, que obrara con el refuerzo único de su propia satisfacción y de la seguridad de estar actuando de acuerdo con las metas de la nueva sociedad.
La disciplina se planeaba con base en explicaciones que se le daban al niño, y obviamente con base en refuerzos. Se insistía en la importancia de razonar con el niño, explicarle las causas y consecuencias de las cosas. La obediencia debía ser internalizada, el niño debía querer hacer aquello que debía hacer. Este condicionamiento me costó un par de semanas de reflexión, pero creo que finalmente lo expliqué bien. La obediencia debía surgir del interior del niño y no de presiones externas, de consecuencias aversivas si no obedecía. Al estar dentro del mismo contexto social, el niño y los padres debían llegar a las mismas conclusiones. La disciplina no tenía por qué ser un problema.
El niño debía tener tiempo libre, poder jugar, expresarse, hablar, hacer lo que quisiera, correr por el patio, desarreglar la casa, tirar al techo sus juguetes. Claro está, tenía que volver a poner todo en orden otra vez. Yo insistí mucho en esta expresión de emociones, en esa “libertad” (¡otra mala palabra!) del niño. Se cree generalmente que el condicionamiento implica cadenas que se le ponen a la gente, y privación de libertad y de autodeterminación. Al contrario, yo quería niños más libres y espontáneos, que hablaran, gritaran, expresaran sus emociones y tuvieran una infancia feliz y rica en experiencias.
Esos nuevos niños, que quisiera hacer aquello que debían hacer, serían niños alegres y creativos, cuyas potencialidades la nueva sociedad iba a desarrollar. Como la nuestra era una sociedad igualitaria, no había clases sociales (estábamos en proceso de abolirlas), y todos debían poder llegar muy arriba, en las ciencias, en las artes, en su realización como seres humanos.
Una norma práctica de crianza fue pedirles a los padres que planearan pasar todos los días al menos una hora con su hijo. Di a esta norma el nombre de “la hora de Pedrito”. La hora de Pedrito se planeaba dentro del programa de actividades diarias, en la misma forma como se planeaban la hora de comer, de dormir, de ir al trabajo. En esa hora se hablaba con el niño, se le escuchaba y se hacían planes juntos. Su objetivo era socializar al pequeño, convertirlo en un ser humano mediante el contacto con otros seres humanos (el llamado proceso de “humanización”); no había que enseñarle nada específicamente, sólo estar con él. Creo que la hora de Pedrito fue una gran idea, y espero que le hayan dado la importancia que se merece.

Si les interesa el libro, pueden descargarlo de mi publicación:
https://www.blindworlds.com/publicacion/17368