Texto publicado por Leandro Benítez
Desligarse del sionismo: reseña de «Beyond Tribal Loyalties» La historia personal de 25 pacifistas israelíes
Desligarse del sionismo: reseña de «Beyond Tribal Loyalties»
Por Kristoffer Larsson
En 2009, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU encargó al juez sudafricano Richard Goldstone que dirigiera la misión para investigar los posibles crímenes de guerra israelíes cometidos en Gaza durante la operación Plomo Fundido. Además de ser un juez muy respetado, Richard Goldstone no era fácil de rechazar como antisemita debido a sus orígenes judíos.
Probablemente Goldstone no tenía ni la menor idea de lo que le esperaba. En cuanto la Misión publicó sus hallazgos y conclusiones, el juez se convirtió rápidamente en víctima de una campaña de calumnias malintencionadas. El ministro de Información israelí dijo que el Informe Goldstone era «antisemita». El profesor de Harvard Alan Dershowitz declaró ante los oyentes de la Radio del Ejército de Israel que Goldstone era «un hombre malvado, malvado» y «un completo traidor», «un hombre que utiliza el lenguaje y las palabras contra el pueblo judío». Posteriormente Dershowitz se disculpó por haber llamado traidor a Goldstone, alegando que creía que la palabra moser (que en hebreo significa «delator») quería decir monster («monstruo» en inglés) —como si fuera un término menos ofensivo—.
«Escribí a la emisora para retractarme por haber empleado la palabra ’traidor’», declaró Dershowitz a Forward. «Pero si me preguntan ’¿cree desde lo más hondo de su corazón y de su alma que ese calificativo es adecuado para él, a la vista de la manera en que ha utilizado su judaísmo como escudo y como espada?’, diría que el que se pica, ajos come».
Al final todo esto acabó siendo demasiado para el juez sudafricano. Ha tratado de suprimir fragmentos del informe del cual es coautor, además de defender públicamente a Israel contra «la calumnia del apartheid». Y a decir verdad, parece como si nunca se hubiera desligado del sionismo. Sin embargo, el mal ya está hecho, y la mayor parte de la comunidad judía ha perdido por completo la confianza en él.
Empecé a pensar en el destino de Goldstone mientras leía Beyond Tribal Loyalties: Personal Stories of Jewish Peace Activists (Más allá de las lealtades tribales: historias personales de pacifistas judíos). Este libro es una antología que reúne contribuciones de 25 activistas judíos que viven en diversos lugares del mundo y que han acabado viendo el conflicto desde el punto de vista palestino. Para la mayoría de los judíos, criticar a Israel tiene un precio: sus familiares y amistades judías lo consideran una traición y se les acusa de odiarse a sí mismos e incluso, en algunos casos, de preparar el terreno para otro Holocausto. Pero estos relatos no se centran principalmente en el precio que tienen que pagar por su activismo, sino en el viaje personal que les ha hecho dejar de ser (en muchos casos) defensores totalmente acríticos de Israel y del sionismo para convertirse en defensores de los derechos de los palestinos.
Este libro ha sido recopilado por Avigail Abarbanel, psicoterapeuta residente en el Reino Unido. Nacida en Israel en 1964, Abarbanel creció en una familia hostil y estaba, al igual que la mayoría de los demás israelíes, completamente ciega ante los palestinos y su sufrimiento. Por el contrario, el tema omnipresente era el sufrimiento de los judíos. Durante sus años escolares «se reflexionaba y se debatía repetidamente» sobre el temor a otro Holocausto, y le «enseñaron que todo el mundo, incluidos los árabes, nos odiaba simplemente por ser judíos». Aunque los palestinos representan la quinta parte de la población israelí, nunca supo quiénes eran. Recuerda:
«Sentía rencor por los países árabes que nos rodeaban y por nuestro enemigo interior —o la quinta columna, como se llamaba en ocasiones a los ciudadanos palestinos de Israel—, que yo creía que deseaban ’arrojarnos al mar’. Sentía rencor hacia el mundo que parecía no comprendernos y que estaba todo el tiempo contra nosotros sin que para mí hubiera otro motivo que nuestro judaísmo. No entendía por qué ’ellos’ no nos terminaban de dejar en paz. Pensaba que la razón de nuestro sufrimiento, ansiedad e inseguridad estaba ahí fuera. Junto a todos los demás, me sentía tratada injustamente, molesta e insegura».
Posteriormente, Abarbanel abandonó Israel para marcharse a Australia, donde se graduó en Psicoterapia. Durante su época de estudiante se vio obligada a examinar su pasado. Esto, junto con la lectura de The Iron Wall (El muro de hierro) de Avi Shlaim, le hizo renunciar a la ciudadanía israelí y con el tiempo rechazar también el sionismo.
Ronit Yarosky tampoco sabía quiénes eran los palestinos. Su familia se trasladó de Montreal a Israel cuando ella tenía 14 años. Cumplió el servicio militar y fue destinada a Cisjordania. Los habitantes palestinos de la región eran como los «extras» en el cine: estaban ahí, pero no eran importantes. Las ciudades y pueblos de Cisjordania en las que estuvo como soldada «para mí no tenían nombre, porque eran sólo pueblos árabes, y por tanto carecían de significado en mi vida», recuerda. La conversión de Yarosky comenzó cuando trabajaba en su tesina de licenciatura a su regreso a Canadá. No fue hasta que leyó The Birth of the Palestinian Refugee Problem (El surgimiento del problema de los refugiados palestinos) de Benny Morris cuando se dio cuenta de que los asentamientos judíos se habían construido sobre las ruinas de pueblos árabes, y que incluso su propio tío vivía en una casa palestina. Cuando le planteó esto a su madre, ella le respondió: «Bueno, es algo obvio». Pero a Ronit le cambió la vida lo que acaba de descubrir, y desde entonces no ha podido seguir cerrando los ojos ante lo que le estaba sucediendo a los palestinos.
Para otros como Peter Slezak, el sionismo como tal no parece haber sido importante en su niñez. Al ser judío en Australia se sentía como un extranjero ya desde la escuela primaria. Y siendo la mayoría de sus familiares supervivientes del Holocausto no es difícil reafirmarse en la advertencia del Hagadá, según el cual «en todas las generaciones ellos [es decir, los no judíos] se levantarán contra nosotros para destruirnos…». A Slezak, al igual que a muchos otros judíos, le preocupaba que la totalidad de los no judíos albergara inevitablemente sentimientos antisemitas, preocupación que tardó muchos años en superar por completo. En lugar de considerar el Holocausto como un crimen contra los judíos y una prueba de por qué es necesario un estado judío, él ve un mensaje universal de «Nunca más». Algunos amigos suyos judíos incluso han roto toda relación con Slezak y, según sus propias palabras, ha acabado «convirtiéndose en un paria dentro de su propia comunidad» debido a su activismo propalestino.
Esta cultura de intolerancia queda perfectamente plasmada en las palabras del músico estadounidense Rich Siegel cuando se describe a sí mismo como un «superviviente del culto». Hay algo «gravísimamente erróneo en Israel y en la cultura que lo sustenta», escribe. Y seguramente lo sabe de buena tinta. De adolescente era un sionista fervoroso, hasta el punto de que salió a la calle para protestar por la intervención de Arafat ante la ONU en 1974, todo ello mientras entonaba canciones como «Vamos a matar a esos sirios». Para Siegel, la imagen de una Israel inocente amenazada por árabes que odiaban a los judíos comenzó a agrietarse por primera vez mientras esperaba a su esposa en el exterior de una estación de trenes en Rhode Island en 2004. Unos activistas tenían un puesto de libros fuera de la estación, y se sumergió en la lectura de Understanding the Palestinian-Israeli Conflict: A Primer (Introducción al conflicto palestino-israelí) de Phyllis Bennis. Quedó conmocionado después de leer cómo los judíos masacraron a los árabes en Deir Yassin, algo de lo que jamás había oído hablar. Siguió leyendo libros sobre el conflicto y acabó comprendiendo lo que representaba el sionismo. Algunos de sus amigos y familiares ya no forman parte de su vida, pero él no se arrepiente de nada.
Aquí sólo he mostrado unas pinceladas de algunas de las veinticinco contribuciones, pero todas ellas merecen leerse íntegramente. Resulta difícil interiorizar plenamente el carácter sagrado del estado judío si no se es practicante de esa religión. Sin embargo, todos los pueblos y culturas tienen sus propios tabúes que no se pueden rechazar sin correr el riesgo de ser cuestionado, perseguido o excomulgado. En nuestro interior, todos tenemos demonios internos que nos frenan hasta que reunimos el valor suficiente para enfrentarnos a ellos.
No es de extrañar que el miedo sea un tema recurrente en estos relatos. Los miedos son el caldo de cultivo del sionismo: miedo de los árabes que quieren matar a los judíos simplemente por ser quienes son; miedo del mundo no judío que no entiende a los judíos porque en todo gentil vive un antisemita. Sólo abordando y enfrentándose a sus miedos pueden los judíos desligarse del sionismo.
En el epílogo, Abarbanel escribe que trató de buscar un denominador común a las veinticinco contribuciones. Y con el tiempo encontró algo que todos ellos comparten, y que denomina «resistencia emocional». La autora define este concepto como «la capacidad de tolerar sentimientos desagradables sin evitarlos o sin tratar de hacerlos desaparecer», y añade que esto incluye «la capacidad de soportar la experiencia de ser objeto de desaprobación, disgusto y rechazo por parte de otros, en ocasiones incluso de parientes y amigos cercanos». Es decir, simple y llanamente tener el valor de defender a toda costa aquello en lo que crees.
Eso es lo que hace que este libro sea tan inspirador. Veinticinco relatos escritos por personas que luchan porque sienten lo que se supone que no deberían sentir, porque hacen lo que se supone que no deberían hacer. Poseen una resistencia emocional y un sentido de la justicia del que carece Richard Goldstone.
Kristoffer Larsson estudia Ciencias Económicas en una universidad sueca. Es diplomado en Teología y forma parte del consejo de administración de Deir Yassin Remembered.
Fuente: Dissident Voice
Fecha de publicación original: 7-12-11
Traducido por Ana Atienza