Texto publicado por Rafael Cortabarria Chinchurreta

El instinto altruísta de los primates.

La idea de que el hombre es un ser egoísta por naturaleza es un
modelo mental que ha resurgido con fuerza en la sociedad desde que comenzó
la crisis y también un debate clásico de la filosofía. Fenómenos como la
corrupción, los despilfarros, las prácticas bancarias de dudosa ética,
además de los desahucios y otros embargos, han fijado aún más esta idea en
la mente de los españoles.

Aún siendo esto cierto, sucede que, de manera paralela, todos los
días se producen movimientos sociales en dirección contraria, basados en la
cooperación, el altruismo o el sentido de la justicia. Estos,
desafortunadamente, pasan inadvertidos antes nuestros ojos en la mayor parte
de las ocasiones.

En unos experimentos dirigidos por los psicólogos Michael Tomasello
y Felix Warneken, del Instituto Max Planck, quisieron a poner a prueba la
tesis del filósofo Thomas Hobbes, quien creía que el hombre es malo por
naturaleza y gracias al Estado reprime su impulso egoísta. Para ello,
escogieron a varios niños menores de 15 meses de edad, que por encontrarse
en una fase prelingüística no estarían socializados formalmente.

En una sala, un investigador anónimo fingía necesitar ayuda en
varias condiciones, como no poder abrir un armario, perder una cucharita de
café o dejar caer accidentalmente una pinza de la ropa. Seguidamente, se
registraba el comportamiento de los niños. Más del 95% ayudaban en al menos
una de las pruebas de manera espontánea, sin recibir ningún tipo de orden o
instrucción.

Estos datos, junto a resultados idénticos con los chimpancés,
llevaron a estos dos científicos a concluir que los seres humanos poseemos
una tendencia innata al altruismo ya presente en nuestro ancestro común,
hace millones de años. Sin embargo, a partir de los tres años los niños
comenzaban a ser selectivos sobre a quién ayudar y a quién no.

Cuando se les permitía elegir entre dos perfiles de personas que
necesitaban ayuda, una que era altruista con otras personas y otra que había
sido egoísta, los niños siempre se decantaban por ayudar al altruista. Esta
excepción es fundamental, ya que seguir siendo altruista en un ambiente
rodeado de explotadores pone en riesgo la supervivencia de cualquier animal.
La generosidad generaba más generosidad en los pequeños. Además, lo pasaban
bien ayudando a otros, ya que cuando se les recompensaba por hacerlo,
perdían el interés, como sabemos que ocurre cuando se les premia por jugar.

En los últimos años, estamos siendo testigos de iniciativas de las
que se destilan grandes dosis de altruismo y empatía hacia aquellos que peor
lo están pasando. Acontecimientos dramáticos, como los suicidios por
desahucio o los millones de personas sin empleo, han estimulado una de las
grandes capacidades del ser humano: la empatía o capacidad de ponerse en el
lugar del otro. Son muchas las acciones llevadas a cabo por diversas
asociaciones que prestan ayuda gratuita y en los últimos días el gobierno
trabaja para reducir la presión a los deudores. Pero los primates no humanos
también se sacrifican por sus compañeros.

En un experimento, se colocaba a un macaco separado de otros en su
jaula. Cada vez que el individuo aislado comía, el grupo vecino recibía una
pequeña descarga eléctrica. Los resultados demostraron que el mono prefería
quedarse sin comer varios días antes que ver a los compañeros sufrir. Estos
percibían el sufrimiento ajeno y llevaban a cabo grandes esfuerzos
personales por evitar el dolor de los compañeros.

El miércoles pasado, se ha producido la novena huelga general desde
el comienzo de la democracia en España. En una entrevista con el primatólogo
Frans de Waal, realizada por el redactor jefe de Ciencia de EL MUNDO, Pablo
Jáuregui, este científico aseguró que los primates se niegan a cooperar si
perciben que se está cometiendo una injusticia, por lo que se podría decir
que también hacen huelga.

El experimento del que se obtuvieron estos resultados, llevado a
cabo por Sara Brosnan y dirigido por el propio De Waal, en el Instituto
Yerkes, consistía en intercambiar una serie de fichas de plástico por pienso
con parejas de monos capuchinos. Cuando ambos se habían acostumbrado este
intercambio, a uno de ellos se le daba una uva (alimento que les gusta más)
mientras que al otro se le continuaba ofreciendo pienso, lo que generaba una
situación de injusticia. Desde ese mismo instante, el capuchino que había
sido víctima y había aceptado hasta ese momento el pienso, se negaba a
continuar los intercambios con el investigador y prefería quedarse sin nada
antes que aceptar un trato que consideraba injusto.

El sentido de la justicia y la moral, son mecanismos desarrollados
por algunas especies de animales, que hemos encontrado en la cooperación la
clave a nuestra supervivencia. Su función es evitar que los costes de la
vida en grupo superen a los beneficios, limitando los excesos que algunos
individuos puedan cometer. Una estrategia que regula las distintas
relaciones sociales, permitiendo que estas sean viables a largo plazo.

Ésta sería la razón del desarrollo de una moral primitiva hace ya
millones de años, mucho antes de que los primeros humanos poblaran la
tierra. Gracias a estas reglas básicas sobre la vida colectiva, hoy seguimos
viviendo en grupos cooperativos y no somos seres solitarios, como sucede en
otras especies de animales.

A pesar de todos estos casos e investigaciones sobre la importancia
de los comportamientos prosociales, el ser humano continúa magnificando los
acontecimientos negativos y se olvida muy rápido de los positivos. Somos
verdaderos expertos detectando fallos y carencias. Esta dificultad se debe a
que hace millones de años habitábamos entornos donde esta actitud era muy
útil para evitar peligros que amenazaban nuestra supervivencia. Los grupos
en los que vivíamos eran muy pequeños y era muy adaptativo desconfiar de
bandas vecinas.

Pero ocurre que esta mirada paranoica, no es útil por más tiempo en
las sociedades del siglo XXI, donde nos necesitamos los unos a los otros más
que nunca desde los orígenes de nuestra especie. Por muchas noticias
negativas que aparezcan en televisión, la cooperación, el altruismo y la
moral, forman parte de lo más profundo de nuestro cableado humano.
Iniciativas sociales, como el apoyo a los desfavorecidos, el banco de
alimentos o la plataforma 'Stop desahucios', son algunas evidencias de que
los primates humanos, además de ser individualistas, también poseemos
tendencias muy poderosas que nos impulsan a ayudar a otros de manera
desinteresada.

Hay verdades tan evidentes, que se injuria a la razón con pretender demostrarlas.