Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez
DIARIO DE UN CIEGO 8
DIARIO DE UN CIEGO 8
(Hojas sueltas)
¿Dónde estás?
Cada noche mi corazón brincaba de alegría al regresar a casa después del pesado día de trabajo, pero la esperanza, la ansiedad y la impaciencia de llegar ante mi ordenador y entablar la conversación con esa extraña mujer que se hacía llamar “incognita”, ponía alas a mis pies y llegaba a casa en el menor tiempo posible.
Ella era la ilusión de mi vida, siempre tan amable, cariñosa, romántica. Yo la adoraba y aunque ya teníamos tiempo charlando, tratando de conocernos yo me sentía mal con ella pues no había podido ser completamente sincero, cada vez que quería sincerarme y hablarle de mi realidad me callaba con un ¡sssss! No lo digas yo sé que no hay nadie perfecto y tú no serías la excepción, con eso me ataba y ya no podía decirle lo importante que para mi es que ella supiera de mi ceguera porque yo sentía que ya no podría dejar de amarla ¿qué sería de mi si se alejara para siempre al enterarse? Esa era la pregunta que cada noche me hacía, me quitaba el sueño y la tranquilidad. Pero un día me dije “ hoy si tengo que buscar la oportunidad de decirle lo mucho que la amo y por eso siento miedo de que me desprecie cuando le cuente de mi discapacidad”.
No sé cuanto tiempo ha pasado… mi madre, mi pobre madre dice que ya no sabe que hacer para alegrarme, que a ella le gustaría verme otra vez pequeño pues así sabría como consolarme. Querida mamá si tú supieras…pero nadie sabe lo que mi corazón siente, hubiera sido mejor no salir con vida de ese hospital. ¡no estoy loco! Si no hablo es que se han quedado sin sentido las palabras dentro de mi. Si no río es que la risa me duele en el alma. Si creen que no vivo es lo cierto pues ella mató mi alma, mi espíritu, mi corazón…Igual que en uno de los poemas que escuché muchas veces en labios de mi madre llamado Post-umbra “me engañaste y no te hago ni un reproche, era tu voluntad y fue mi anhelo, reza, dice mi madre cada noche y tengo miedo de invocar al cielo”. Es verdad aquí muy dentro creo que el mismo cielo se olvidó de mi, estoy triste, muy triste y deprimido si fuera mas valiente me quitaría la vida pero ni para eso sirvo, soy un cobarde.
Aquel día… todo iba tan bien. Llegué mas temprano de lo acordado a la central camionera, un amigo me acompañaba para ubicarla en cuanto llegara el autobús. ella vendría a esta ciudad por cuestiones de su trabajo, se me hizo mas fácil presentarme ante ella y que viera quien era yo en realidad. Pasó cerca de una hora y aquel camión tan esperado por mi, no llegaba, la ansiedad me estaba llenando de desesperación e impaciencia, cuando mi amigo dijo: ya llega el autobús, serénate por favor. Y si llegó pero para mi mal… cuando bajó la chica con el vestido azul mi amigo gritó: “Wendy, aquí”, mi corazón dio un vuelco, mi cabeza divagó en un mundo de felicidad, grité jubiloso mientras ella corría hacia nosotros y al llegar se echó en los brazos de mi amigo diciendo: “amor yo sabía que aquí estarías”. Quise sacarla de su error pero Wendy dijo: “¿y este ciego de donde salió?”…me faltó el aire y no supe mas de mi hasta que desperté en el hospital, mi amigo me llevó hasta ahí.
Pero la vida o Dios o el destino me tenían una de esas sorpresas que ni te imaginas, porque cuando mas me quejaba sucedió lo mas inesperado, bien dicen que cuando mas oscuro está es cuando ya va a amanecer. Esta mañana mi madre me dijo -David, baja te busca alguien- de muy mal humor empecé a bajar la escalera pues lo que menos esperaba era una visita, seguro que sería algún impertinente que no respetaba mi dolor. Aquel perfume suave me detuvo en seco, y la mano que me tomó del brazo era tan frágil que me sorprendí, pero al oir aquella voz casi me desmayo…. –David, soy yo Wendy, perdóname por confundirte con tu amigo, él me explicó todo pero no tuve oportunidad hasta hoy de venir a buscarte, dime ¿seguimos siendo novios?
Bueno ahora ya no somos novios porque hace un año que estamos casados, por eso voy a terminar con este diario, ya no habrá mas hojas perdidas ni sueltas pues ahora quiero avocarme a disfrutar de la felicidad que la vida me ha dado. Fin.