Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez
diario de un ciego 9
DIARIO DE UN CIEGO 9
(Hojas sueltas)
La luz de una mirada…desde el día en que me dijeron “usted no podrá ya recuperar su vista, la enfermedad que sus ojos padecen es irreversible”, caí en una gran depresión, lloraba mucho, solo por las mañanas después de que todos salían de casa ¿porqué? Pues simplemente porque no quería deprimir a nadie con mi tristeza y eso me llevó a no comentar mi pena, pero eso aumentaba más y más la sensación de soledad.
Yo quería, necesitaba ver la luz del sol, mirar las plantas pero sobre todo contemplar la cara de mis seres amados, los ojos de mis hijas para reflejarme en ellos.
Los sentimientos siempre se reflejan a través de una mirada, con una mirada te puedes enamorar o sentir la confianza de seguir adelante o bien de detenerte ante unos ojos llenos de miedo, tristeza o soledad, por medio de ellos vemos el hambre, la enfermedad, el rechazo o hasta el odio. Muchas veces cuando ya no podemos verlos los percibimos pero es difícil saber cuando están fingiendo, a veces nos hablan serenos pero con una mueca de furia, o fingen hablar enamorados con la cara de burla y eso ¿Cómo hago para saberlo?. Esto o no lo podía remediar por lo que tuve que aprender a vivir con ello hasta que un día conocí al Señor él me dio la paz que tanto necesitaba mi alma, volví a nacer y aunque no veo la luz siento el calor del sol sobre mi cuerpo, percibo el aroma de las flores y la alegría de los niños, desde que él llegó a mi vida se acabaron las lágrimas, las angustias, la soledad y ahora con el paso del tiempo me basta con cerrar los ojos para ver la luz de una mirada… de su mirada.
Así hablaba mi amiga mientras grandes gotas de lágrimas corrían por su rostro moreno, tostado por el sol, muchas veces habíamos tratado diferentes temas pero hoy al oírla con cada una de sus palabras sentí como el corazón se me iba congelando a medida que avanzaba su relato… no lo podía creer, ella representaba la fortaleza, la fuerza de la vida, era un ejemplo viviente de la fe, la esperanza y las ganas de vivir y ahora me confesaba su terrible experiencia. No supe como reaccionar ni que responder, ella me había dado siempre lecciones de vida, de alegría, de entereza. Al final de cuentas eso era lo importante, le dije. Ella como campeona nacional del gol-bol también podía trasmitir mucha enseñanza. Así que solamente la abracé muy fuerte mientras le daba las gracias por haber desnudado su alma para demostrarme que el éxito se basa muchas veces en los fracasos y la fuerza interior se nutre de nuestras debilidades para hacernos grandes. Fin.