Texto publicado por verónica rodríguez mayorga

"Dulce salvaje" una novela corta de mi autoría

Dulce salvaje.

Estaba ella sentada en la arena de la playa viendo el mar y pensando en el futuro, y tratando de huir de esos maltratos,
¿Qué podría hacer para solucionar sus problemas?
¿De qué manera podría irse?
Eran cuestiones que giraban dentro de su cabeza, pero quien querría estar con una persona así, tan fea y desdichada, soñaba con algo mágico que la liberase de allí, pero nada pasaba nunca, sus manos maltratadas, su rostro golpeado, sus piernas heridas, y sus pies siempre sangrantes, eran sus más visibles características.
Se levantó cuando vio ese barco atracar y ver que bajaba pura gente bien vestida, se comenzó a alejar cuando le gritaron que tenía una emergencia en su casa, que fuera ayudar. Los gritos, era lo que la aterraba pero fue, a su llamado, teniendo en su mentalidad ganas de salir adelante y de encontrar un amor, un amor dulce y salvaje.
Fuertes y negras gotas de lluvia caían salvajemente sobre ese puerto, el huracán había pasado y les quedaban las fuertes lluvias, pero ella tenía que hacer lo mismo de siempre y no importaba que estuviera ya mojada hasta los huesos, ella iba caminando con la lluvia a cuestas y una gran canasta entre las manos, los pies llenos de arena, el pelo enredado, la cara sucia y mojada, con un harapo como vestido, pero no podía esperar a que el agua se apaciguara, era menester que llegara no podrían tolerar su demora, además, si la encontraban, con esa canasta sería muy peligroso, un ruido fuertísimo entre el golpeteo de las olas y las fuertes gotas que caían sobre ella, los pies lastimados, y casi sin aliento, había estado caminando por horas.
Mientras que en un coche lujoso un joven llegaba con cara de susto al ver semejante lluvia, no creía que el clima fuera tan malo, y que lo recibiera así ahora que el al fin llegaba del extranjero para reunirse con sus padres.
La empinada montaña, se hacía cada vez más pesada pero al fin, estaba allí, había llegado donde tenía que estar, colocó la canasta entre unos ocho niños que la veían embelesados, ella se retiró a limpiarse sus heridas y luego fue donde un señor de tez morena, y alto ya la aguardaba:
¿Cómo ha salido todo?
Bien, como lo esperábamos, ella está muy bien y no ha sufrido tanto, y la canasta la traje como me lo indicaste.
¡Como se lo indiqué!, hábleme con respeto le decía dándole un revés. Ella colocó su delgada mano en su mejilla sangrante. ¡Tráemelo!, quiero verlo. La muchacha salió y recogió la canasta mientras que uno de los niños más pequeños se abrazaba a su cintura haciéndola testerear con la canasta, lo que provocó el llanto del bebé que iba dentro de ella, la joven corrió y llegó donde el señor mal encarado colocó la canasta frente a él y esperó, el señor asintió con la cabeza y ella se llevó la canasta.
¿Madre?, ¡he llegado!, exclamó ese hombre alto y blanco.
¡Hijo! ¿Eres tú?, decía la mujer abrazándolo con un excesivo amor, ¡ven!, tengo lista la comida, al rato vendrá tu padre está en el hotel, el hubiera querido estar aquí pero han tenido problemas. Le decía mientras que lo guiaba hasta la mesa donde ya había una suntuosa comida.
Vendiendo entre los coches mientras que el tráfico estaba en su apogeo unos niños pequeños vendían fruta y flores, cuando la muchacha de alegres ojos llegó, y los llamó los pequeños acudieron raudos a su llamado y la abrazaron, la muchacha comenzó a caminar con los niños a su lado y llegaron al gran hotel, entró a una recepción, blanca y pulcra, y se intentó recoger el cabello con una cintilla que había visto tirada unos minutos antes, entró y se colocó frente a la mujer mal encarada que estaba en la mesa de atención a clientes, comentó que ella y sus hermanos querían trabajar allí, y la señora se burló de ella, no obstante, la chica argumentó que podía limpiar pisos mientras que los niños harían las camas y doblarían las sábanas de los clientes, la señora regordeta alzó su teléfono y en un momento cuatro policías uniformados de azul, intentaron llevársela y jalar a los niños quienes asustados comenzaron a llorar, mientras que la chica gritaba y argumentaba que solo quería trabajar que le dieran la oportunidad, que en realidad lo necesitaba, pero por otro lado la señora gritaba que se llevaran a esa ladrona, los policías la sacaron del hotel y la manosearon, haciéndola sentir impotente, los niños se sentaron a su lado en la banqueta mientras que ella lloraba y los abrazaba.
Solo con llegar a la casucha donde ya estaba Alfredo y Maruja les tocó una tunda a todos por no haber traído dinero, pero pronto se fue el señor con unos muchachos amigos suyos y regresaron con un hombre amordazado, mandó a buscar a la chica y le ordenó que lo cuidaran entre ella y los niños, la chica lo jaló como pudo y lo llevaron a un escondite que solo los niños y ella conocían, allí le quitó la mordaza.
Le ofreció un vaso de agua, mientras que le tomó la cara entre sus manos.
-Por favor señorita ¡suélteme!- Le suplicó con una voz casi inaudible, -mire mis manos, están sangrando ¡lo siento!, les daré el dinero que quieran pero ¡déjeme ir!, vengo llegando del extranjero y solo iba a buscar a mi padre-
La chica agachó su mirada y vio el hilo de sangre que corría, luego se tocó sus propias heridas que estaban frescas aún, y se le salieron algunas lágrimas, se dio la vuelta y ordenó a los pequeños fueran a conseguir comida para ese hombre y tras esto atracó la puerta, de puntillas se acercó a él y comenzó a aflojarle las cuerdas, el instintivamente se las llevó a la boca para tratar de limpiar la sangre pero ella rauda jaló una mano y se la limpió luego hizo lo mismo con la otra, y luego lo haría con los pies.
Por favor quíteme la venda, prometo no delatarla nunca, yo escuché como le ordenaron traerme aquí, y creo incluso le soltaron un golpe, solo quisiera conocer su cara, por favor.
Ella lo veía embelesada; nunca había visto un hombre tan guapo y tan de cerca: esos labios y esa fina nariz con esos cabellos bien peinados para tras, y sus suaves manos de quién nunca se las lastima, su tersa cara que ella había tocado, esos brazos fuertes que la podrían proteger, ¡pero por supuesto que no lo harían! Nunca la protegerían de nada, de pronto se levantó y con un rápido movimiento levantó la venda de sus ojos dejando al descubierto unos ojos miel que la miraban sorprendido y un poco asqueado.
¡Ya sé que soy muy fea!, le dijo al ver su mirada.
¡No niña!, eres muy sucia, pero habrá que ver que hay bajo la mugre, ¿tienes agua?
Sí, la que bebió.
¡Sí está perfecto tráetela!
La chica hipnotizada hizo lo que él le pidió, y el chico apuesto, con sus manos lastimadas le limpió el rostro, con suaves caricias le fue quitando la mugre, mientras ella empezaba a temblar, cuando escuchó unos gritos de su padrastro. Muy asustada se alejó de él y salió a su encuentro, el señor le exigió lo llevara con el muchacho y ella muy aterrada puesto que lo tenía destapado se puso nerviosa pero los guió; él escuchó que venían y trató de colocarse la venda en sus ojos para que no le hicieran nada a ella,.
Alfredo abrió la puerta empujando a la muchacha que estaba nerviosa, vio al hombre supuestamente amarrado y amordazado y dijo:
-tu padre no quiere darnos dinero, dice que su hotel está en quiebra, pero ¡eso no se lo creo!, así que si mañana no hay nada de mi dinero, comenzará tu verdadera tortura, haber si al recibir partes tuyas ¡suelta más pronto la lana!- decía abofeteándolo, y refiriéndose a la muchacha le dijo –es tu obligación cuidarlo, hay de ti si desaparece.
La muchacha temblorosa, volvió a cerrar la puerta agradecida de que el muchacho se hubiera puesto las cuerdas, de pronto unos golpes se oyeron, Dulce asustada abrió la puerta descubriendo que eran los niños que traían comida, ella la tomó, y despidió a los pequeños.
-Debes huir de aquí, Alfredo no se tentará el corazón para lastimarte, es una persona malvada, y lo único que lo motiva es el dinero, imagina, todos los niños que oyes, han sido robados a sus madres, a unos los vende a extranjeros y a otros los utiliza para su servicio.-
-¿a ti también te robó?- preguntó asustado y sorprendido.
-No, yo soy su hija, mi madre dicen que murió cuando nací y por eso me odia, y otros dicen que fui la primer niña que el robó y mi madre según me busca; aunque yo prefiero creer que mi madre murió, porque si no fuera cierto, es muy doloroso saber que mi madre vive y yo he sufrido tanto.-
-pero sería bueno, que tú también la buscaras a ella, eres muy bonita y no mereces ésta vida.- le decía pasando su dedo en su barbilla, haciéndola temblar.
-Quizá, pero ahorita lo realmente importante, es que debes irte, decirle a tu padre que te proteja, y seguir tu vida olvidando ésta horrible situación.- le decía desatándole las últimas ataduras.
-¡No!, detente, no puedo irme, y dejar que te culpen a ti, vente conmigo, y serás libre, ¿qué dices?-
Dulce sorprendida no sabía qué hacer. De pronto se podía apreciar a Dulce diciéndole a los pequeños que se fueran, que huyeran que ella los buscaría, mientras que caminaba junto a Eduardo, montaña abajo para lo que sería una nueva vida para ella. Fue entonces cuando fueron descubiertos por Maruja quien sin dudarlo disparó hiriendo a Dulce en una pierna, Eduardo asustado con las pocas fuerzas que le quedaban la tomó en brazos y siguió la loca carrera mientras se llenaba de sangre: gritos, disparos, injurias, era lo que se oía en la montaña hasta que finalmente los perdieron de vista, al llegar a la carretera Eduardo pidió ayuda la cual le fue proporcionada rápidamente al ir un taxi del hotel Eduardos y reconocerlo.
-Pero ¡joven! ¿Qué le hicieron?, y ¿quién es ésta muchacha?- decía el taxista mientras se encaminaba hacia Puerto Vallarta.
-Me secuestraron, querían matarme y ella me ayudó por lo que recibió un disparo, necesito nos lleves a un hospital y me prestes tu teléfono para avisarle a mi padre.- decía muy nervioso.
Los días comenzaron a pasar, Alfredo prometía vengarse de Dulce, por haber huido y llevarse al prisionero que tanta lana les iba a dejar, esa muchacha siempre le había estorbado en sus planes.
Cuando Dulce finalmente se había recuperado Eduardo la llevó al hotel que era de su propiedad, pues la joven había pedido un trabajo digno
Al ingresar ahí la recepcionista hizo cara de sorpresa y dijo.
-¡Señor!, ¿porqué trae a ésta ladrona?, hace un tiempo vino, y yo la corrí.-
-¿hiciste eso?- dijo enojado Eduardo, -mi padre siempre nos ha enseñado la generosidad, ¿cómo es posible que hayas tratado así a una joven que solo necesitaba empleo?-
La chica no sabía qué hacer, ni como disculparse, por lo que Dulce y Eduardo se encaminaron hacia lo que sería su nuevo trabajo.
Un par de meses después Dulce había aprendido muchas cosas en el hotel Eduardos, y ahora ya estaba en el área de recepción.
Al mismo tiempo que Dulce se superaba un extraño sentimiento crecía, los nervios, que le provocaba estar cerca de Eduardo, cada día aumentaban, muchas veces se había perdido de la plática por ver sus hermosos ojos o imaginar dormir en sus brazos. No obstante para Eduardo no le era indiferente, muchas veces la había invitado a cenar, o había esperado a que terminara su turno para acompañarla al departamento que ella rentaba.
Hoy era un día especial, pues habían quedado para ir a cenar formalmente, Dulce compró un vestido nuevo, finalmente tenía un vestido que no estaba roto, mientras caminaba hacia el restaurant donde se verían, vio a lo lejos a Alfredo, y saliendo de su carro a Eduardo, su corazón comenzó a latir rápidamente.
Alfredo se aproximó atrás de Eduardo y mientras él distraídamente cerraba su auto le soltó un golpe tirándolo en el suelo; Dulce recordó sus épocas de maltratos miserias, humillaciones, y corrió lo más que pudo, al estar frente a Alfredo soltó con todas sus fuerzas el primer golpe directo a la barbilla tirándolo y quitándole el arma sin dudarlo dio un disparo, hiriéndolo en el costado.
La sangre emanaba de su costado sin parar, el miedo de haber matado a alguien la invadió, he hizo que Dulce corriera huyendo de esa hermosa vida que había comenzado a tener; corrió y corrió, pasó por calles desconocidas hasta que llegó al puerto.
Al ver que un hermoso barco se preparaba para huir, se acercó, sonreía tímidamente lo que atrajo la mirada del capitán que quien sin dudarlo bajó y ordenó a sus marineros que la llevaran consigo, aunque Dulce trató de evitarlo, pataleó y gritó esos poderosos hombres la ataron y la subieron a la embarcación.
El capitán a diario la veía embelesado, admiraba sus cabellos rizados que brillaban bajo el sol, sus delicados labios y sus hermosos ojos negros llenos de luz; ella no dejaba de gritar por lo que la tenían aún encerrada en su camarote, hasta que un día la chica al ver que no intentaban hacerle ningún daño, dejó de gritar, y comenzó a platicar con el capitán, se enteró que ese barco era pesquero, y comenzó a ayudar en la cocina.
Los días comenzaron a pasar monótonamente, y cada que regresaban a su puerto y le ofrecían bajar ella se negaba pues volvía el recuerdo de aquella noche, Alfredo desangrándose, ¿estaría muerto?, ¿Eduardo estaría bien? Eran las cuestiones que la atormentaban a diario y que le prohibían regresar, pero que le afectaban pues el amor que había nacido en ella no sabía cómo apagarlo, y cada día se sentía más vacía.
La vida de Eduardo era muy complicada recordaba aquella mujer inocente que amaba, y ahora solo veía en sueños, -en silencio estoy aquí suavemente como en sueño me acerco a ti sin poder decirte te amo, no imaginas qué difícil es mirarte perderte en la eternidad, en una noche sola y triste, donde estoy durmiendo, no quiero despertar, prefiero seguir como arena ahí sí podía tocarte, que me lleve contigo como el viento- eran palabras que Eduardo sentía en su corazón.
En una mañana lluviosa, y el barco se movía estrepitosamente lo cual los obligó atracar en el puerto, en el puerto donde Dulce había dejado su pasado; fue una ola gigante que volteó la embarcación pronto los marineros rescataron a su capitán, consiguiendo salvar una lancha, lo llevaron hasta las orillas, pero de la chica nadie se acordaba.
-Traigan a María, ¡rescátenla!- exigió el capitán.
Los marineros sin dudarlo se volvieron a internar en el salvaje mar hasta que vieron la silueta de la muchacha que intentaba nadar hacia ellos pero que se hundía, todos los marineros sintieron un miedo paralizador, pero pronto llegaron hasta la joven y con sus últimas fuerzas la arrastraron hasta la playa.
Ahí ya los esperaba un repuesto capitán, que pronto la tomó en sus brazos y con lágrimas en los ojos la llevó al hospital más cercano donde los rechazaron, la chica ya había vuelto en sí, pero tenía cortaduras causadas en el barco pues ella había quedado atrapada, el terror de todos los marineros creció, hasta que llegaron a un hospital caro, ahí aceptaron atender a la joven, y para pagar el capitán aseguró que vendería el barco, y todo lo que tuviera de valor.
Fue entonces cuando tuvo esa mágica idea: caminaba despacio, sentía mucha incertidumbre, le había costado dejar sola a María, pero después de que nadie había querido comprar ese inservible barco tenía que tragarse su orgullo y conseguir dinero de la manera más fácil que sabía.
La casa era antigua y grande y los lujos se notaban al solo verla, la empleada le aseguró que el patrón estaba trabajando; y él sabía donde trabajaba, así que se encaminó para allá, entró por la recepción y al llegar a la oficina lo extrañó un moño negro.
-¿Pedro?- gritó ese hombre de hermosos ojos.
-¡Eduardo hermano!-
El abrazo que estos dos hombres se dieron fue emotivo, pronto corrieron las lágrimas y lloraron recargados en el hombro del otro.
-Por fin regresaste, mi padre murió hace un mes, no sabes cómo se arrepintió por haberte corrido, por no haber permitido que tuvieras tu sueño de ser pescador y transportar otras cosas, tu sabes que a él no le gustaba que tú, vivieras de manera humilde, pero no sabes cómo le afectó que no volviera a saber de ti, me pidió que te buscara, que le dijera a mi madre que vivías, y ahora ¡mírate estás aquí!-
-yo creí, que él me odiaba, mi padre siempre fue la persona que más admiré, y amé, no sabes que dolor ciento de saber que murió, y no pude ver más sus ojitos.- decía llorando amargamente.
-perdóname Pedro, por nunca haberte buscado, por haberme criado como hijo único y poder vivir sin ti.-
-No tengo nada que perdonarte hermano, tú eras un niño, y ahora eres todo un hombre empresario y triunfador.-
-Sí, triunfador y exitoso, pero sólo, perdí mi verdadero amor.-
Esa tarde la pasaron platicando hasta que Eduardo le dijo: -¿y porqué viniste justo hoy?- una sombra de tristeza se dibujó en el rostro de Pedro.
-Hace más de un año, conocí a una mujer preciosa, vivió conmigo en el barco, pero naufragamos y ahora está en un hospital, yo no tengo dinero para pagarlo todo y quería ver si tú.-
-Claro que te ayudaré, todo sea por mi cuñada.- gritó Eduardo.
Corrieron juntos al hospital pagaron su deuda y ahora esperaban noticias, después de saber que la chica estaba bien, y de que Pedro la vio, fueron a rencontrarse con su madre quien lloraba de pura felicidad. Después de una semana mientras que la chica se recuperaba, ellos habían acordado que Pedro también tendría participación en el hotel pero que podría seguir trabajando en su barco.
En una mañana soleada estaba ella sentada en la arena de la playa esperando a que Pedro regresara, ahora ya sabía, que Alfredo sí había muerto esa vez, pero no por su disparo sino porque intentó huir y los policías le habían disparado, recordaba a sus hermanitos, que muchos habían encontrado familias que los quisieran y cuidaran. Fue entonces cuando lo vio, el venía con los pies descalzo y muy sonriente.
Pedro bajó del barco y se aproximó a la chica, le enseñó lo que había obtenido y ella muy contenta preparaba el asador para comer ahí, Eduardo seguía caminando hacia ellos cuando la vio y se puso frío.
La chica sintió todo el amor que había guardado, las noches que había esperado y la locura que sentía al verlo.
-¿Dulce eres tú?, ¡estás viva!- gritó Eduardo.
-Ella es María- dijo Pedro.
-No, yo soy Dulce, si Eduardo , después de un año separados y sin saber nada de ti, al fin hoy regreso junto a ti para bien, pues mi corazón te necesita, éste amor que estaba hundido en las cenizas del olvido a decidido renacer, y aunque sé que fue mi error haberme ido lo tengo que aceptar, pero te me volviste una obsesión, y te quiero pedir que me ayudes a salvar a mi pobre y loco corazón, así como el agua que regresa al mar hoy vengo a suplicarte una oportunidad, y vengo a confesarte que no puedo hallar otra razón para vivir que estar para siempre junto a ti.
-Dulce, amada mía, eres la luz que ilumina mi vida, esperando tu regreso es como he podido vivir, y hoy al fin regreso junto a ti, he aprendido la lección, y tenlo por seguro, no solo me atrae el deseo, sino algo más fuerte que agita mi corazón; sé que fue mi culpa no haberte dicho jamás lo que sentía por ti, pues siempre he sentido una gran pasión, y ahora no sé como escapar de tu recuerdo, eres la única que puede salvar mi corazón, y es que existen tantas maneras de decir lo que siento por ti, todos mis deseos me los adivinabas, cada que reías rompías mi rutina, ahora soy yo Dulce el que te pide que me llenes, me liberes, que aceptes esto que te ofrezco y te pido que nunca me vuelvas a dejar, porque esto que siento por ti es más fuerte que la distancia, que la duda, la tristeza, la pobreza, contigo siento que no existe el tiempo, quiero decirte dulce, que te amo, ¡cásate conmigo!- decía Eduardo entre lágrimas, mientras que dulce lloraba sin cesar, y Pedro sonreía nervioso.

Epílogo.
El famoso hotel dulce salvaje dirigido por sus dueños dulce y Eduardo era el hotel más imponente de la ciudad y ahora que Pedro había confesado que lo único que sentía por ella era aprecio como a una hermana pues le recordaba a Eduardo cuando era pequeño, se vivía un ambiente de paz y alegría en el hotel y en la familia.
-Eduardo qué bueno que llegas, tengo que darte una noticia que cambiará tu vida-, decía dulce muy seria
-La noticia que sea, no podrá apagar mi amor por ti, pero dime que es dulce.-
-Serás padre.-
-¿Padre?, ¡Dios mío esto es maravilloso!, seguro si es niña será mi dulce, sí, mi dulce salvaje.-

Fin.