Texto publicado por Laura Ll
El cielo es real
El cielo es real
La experiencia de un doctor en el más allá
03/02/2013 - Autor: Dr. Eben Alexander - Fuente: thedailybeast.com/newsweek
Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de las experiencias cercanas
a la muerte. Hijo de un neurocirujano, crecí en un mundo científico. He
seguido el camino de mi padre y me convertí en un neurocirujano académico,
enseñando en Harvard Medical School y otras universidades. Entiendo lo que
ocurre en el cerebro cuando las personas están a punto de morir, y siempre
había creído que había una buena explicación científica para los viajes
celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que escapaban a la
muerte por poco.
El cerebro es un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero extremadamente
delicado. Si se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la
cantidad más pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las
personas que habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus
experiencias con historias extrañas. Pero eso no significaba que habían
viajado a algún lugar real.
Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de título que de
creencia real. No me molestaban los que querían creer que Jesús era más que
simplemente un buen hombre que había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba
profundamente con aquellos que querían creer que había un Dios en alguna
parte ahí fuera que nos amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas
personas la seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero
como científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.
En el otoño de 2008, sin embargo, después de siete días en un estado de coma
en el que se inactivó la parte humana de mi cerebro, el neocórtex,
experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en
la conciencia después de la muerte.
Sé cómo pronunciamientos como el mío les suenan a los escépticos, así que
voy a contar mi historia con la lógica y el lenguaje del científico que soy.
Muy temprano por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de
cabeza muy intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera - toda la parte
del cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia que
nos hace humanos - se había apagado. Los médicos del Hospital General de
Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como
neurocirujano, determinaron que de alguna manera había contraído una
meningitis bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién
nacidos. Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo
y estaban comiendo mi cerebro.
Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades de
supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas. Pronto
estas posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días estuve en un
coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores
totalmente fuera de línea.
Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos
consideraban si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.
No hay una explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo
estaba en estado de coma, mi mente - mi conciencia, mi yo interior - estaba
viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas
hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi
conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor
dimensión del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía
existir, y que mi viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz
explicando que se trataba de una simple imposibilidad.
Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen incontables
personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte u otros estados
místicos, está allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha puesto
literalmente en un mundo nuevo: un mundo en el que somos mucho más que
nuestros cerebros y cuerpos, y donde la muerte no es el final de la
conciencia, sino más bien un capítulo de un vasto e incalculablemente
positivo viaje.
No soy la primera persona en tener evidencia de que la conciencia existe más
allá del cuerpo. Breves y maravillosos destellos de este reino son tan
antiguos como la historia humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo
haya viajado alguna vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba
completamente apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación
médica al minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos
de mi estado de coma.
Todos los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la
muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo,
transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral. Sin
embargo, mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi
corteza estaba funcionando mal, sino mientras estaba simplemente apagada.
Esto se desprende claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis,
y de la complicación cortical global documentada por los escaneos TC y
exámenes neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el cerebro
y la mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo pudiera haber
experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada durante mi tiempo
en el estado de coma, y mucho menos la odisea híper vívida y completamente
coherente que experimenté.
Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No sólo la imposibilidad médica de que
había estado consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas
que sucedieron durante ese tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo
estaba en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que
se presentaron nítidamente en contraste con el profundo cielo negro-azul.
Más alto que las nubes, inconmensurablemente más alto, una multitud de seres
transparentes y brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando
largos trazos como serpentinas detrás de ellos.
¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde, cuando estaba
escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace justicia a
estos seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido
en este planeta. Eran más avanzados. Formas superiores.
Un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso, descendió desde lo
alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban produciendo. Nuevamente,
pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas criaturas
mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este sonido, y que si
la alegría no salía de ellos de esta manera entonces simplemente no serían
capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una
lluvia que se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.
Ver y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía
escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes
que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que
cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo
sin volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa.
Una vez más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se
podría mirar "hacia" nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra
"hacia" en sí misma implica una separación que allí no existía. Cada cosa
era distinta, pero cada cosa era también una parte de todo lo demás, al
igual que los diseños ricos y entremezclados en una alfombra persa . o en el
ala de una mariposa.
Se vuelve más extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más
estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en
detalle. Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas
doradas enmarcaban su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos
juntos cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después
de un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho,
millones de mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas
de ellas, que se zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro
alrededor. Era un río de vida y color, moviéndose a través del aire. La
vestimenta de la mujer era simple, como la de un campesino, pero sus colores
en polvo azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma abrumadora
y súper vívida vitalidad que todo lo demás. Ella me miró con una mirada que,
si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta ese
punto valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella hasta
ahora. No era una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una
mirada que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos
los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo
superior, que contenía todos estos tipos de amor en si mismo, mientras al
mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.
Sin pronunciar una sola palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como
un viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo supe de la misma
manera en que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no era una
fantasía pasajera e insustancial.
El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje
terrenal, sería algo como esto:
"Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre."
"No tienes nada que temer."
"No hay nada que puedas hacer mal."
El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como si
me hubieran entregado las reglas de un juego al que había estado jugando
toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.
"Te vamos a mostrar muchas cosas aquí", dijo la mujer, una vez más, sin
llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su
esencia conceptual. "Pero eventualmente vas a regresar".
Para ello, sólo tenía una pregunta.
¿Regresar a dónde?
Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los días más perfectos de
verano, sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como agua celestial.
Una brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor en
una octava incluso más alta, una vibración más alta.
A pesar de que aun tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea
que tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular
preguntas a este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de
él o dentro de él.
¿Dónde está este lugar?
¿Quién soy yo?
¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, la respuestas
llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que
soplaba a través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas
explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las
preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los
pensamientos me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo
experimentamos en la Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos
pensamientos eran sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y más
húmedos que el agua, y mientras los recibía era capaz de comprender al
instante y sin esfuerzo conceptos que me habría llevado años comprender
plenamente en mi vida terrenal.
Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente
oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Era
profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía
venir de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una
especie de "intérprete" entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era
como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio universo
era como un útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de
alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la
mariposa) fue guiándome a través de él.
Más tarde, cuando volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta
cristiano Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar
mágico, este núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma
Divinidad.
"Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante".
Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de
luz.
Sé muy bien cuan extraordinario, cuan francamente increíble, todo esto
suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como
ésta en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba
bajo el hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser
delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida.
Eso incluye el día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos.
Lo que me pasó exige una explicación.
La física moderna nos dice que el universo es una unidad que es indivisible.
Aunque parece que vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física
nos dice que debajo de la superficie, cada objeto y acontecimiento en el
universo está completamente entretejido con todos los demás objetos y
eventos. No hay verdadera separación.
Antes de mi experiencia de estas ideas eran abstracciones. Hoy son
realidades. El universo no sólo está definido por la unidad, sino también,
ahora lo sé, definido por el amor. El universo como lo experimenté en mi
estado de coma es - he descubierto con sorpresa y alegría- el mismo sobre el
cual tanto Einstein y Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.
He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones médicas
más prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis compañeros se
aferran, como yo en el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en
particular la corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un universo
desprovisto de cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor
incondicional que ahora se que Dios y el universo tienen hacia nosotros.
Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros pies. Lo que me
pasó la destruyó, y tengo la intención de pasar el resto de mi vida
investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y difundiendo el hecho
de que somos más, mucho más, que nuestro cerebro físico, lo más claro que
pueda, tanto hacia mis colegas científicos como hacia la gente en general.
No espero que esto sea una tarea fácil, por las razones que he descrito
anteriormente. Cuando el castillo de una vieja teoría científica comienza a
mostrar líneas de falla, al principio nadie quiere prestar atención. En
primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para
ser construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser
construido en su lugar.
Esto lo aprendí de primera mano después de que estuve lo suficientemente
bien como para volver a salir al mundo y hablar con otras
personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y
nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado. Las miradas de
incredulidad cortés, especialmente entre mis amigos médicos, pronto me
hicieron ver la gran tarea que tendría para que la gente comprendiera la
enormidad de lo que había visto y experimentado esa semana mientras mi
cerebro estaba apagado.
Uno de los pocos lugares en los que no tuve problemas para transmitir mi
historia era un lugar que antes de mi experiencia había visto bastante poco:
la iglesia. La primera vez que entré en una iglesia después de mi coma, veía
todo con ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa
belleza de los paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas
bajas profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones
en ese mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más
importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocó
el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y
aceptados incondicionalmente por un Dios aun más grande e insondablemente
glorioso que el que me habían enseñado de niño en la escuela dominical.
Hoy en día muchos creen que las verdades espirituales vivas de la religión
han perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el camino a la verdad.
Antes de mi experiencia tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso
para mí.
Pero ahora entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto es
que la imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en
lugar de los vehículos, de la conciencia humana, está condenada. En su
lugar, una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya
está emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual en igual
medida y valorará lo que los más grandes científicos de la historia siempre
se han valorado por sobre todo: la verdad.
Esta nueva imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a
estar terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de
mis hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y
demasiado irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna
vez llegue a estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen
mostrará al universo en evolución, multidimensional, y conocido en detalle
hasta cada uno de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida mucho más
profunda y apasionadamente que cualquier padre que alguna vez haya amado a
su hijo.
Aun sigo siendo un doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi
exactamente igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un
nivel más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he
podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes
creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor
que nos llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a
comprenderla bien.