Texto publicado por Jose Miguel Guerrero

Diente de León

En silencio, todo está tranquilo y he permanecido horas sentado en una vieja silla, esperando un suceso; una nueva experiencia que me haga salir de este letargo llamado soledad. Una pequeña brisa acaricia mi rostro y mueve lentamente mi cabello, mientras yo imagino cómo, con el viento, las semillas del diente de león se desprenden de su planta y salen danzando libremente por el espacio, luego caen sobre la hierba. Totalmente dispersas, cada una de estas semillas, que son como diminutas sombrillas de algodón, se destinan a morir, siempre distantes entre si, siempre en soledad. Pero éste no es el fin, éste no puede ser el fin, cada semilla desaparece, pero para dar origen a otra planta, a otras flores que son de una belleza comparable con el calor que nos da el sol o con la dulzura que nos da la miel. El diente de león, una flor compuesta por diminutas flores, un amor compuesto por pequeñas alegrías.

Quizás ese frio invernal que siento alrededor de mi alma solo sea una etapa en el sendero de la vida y quizás llegue a florecer un nuevo amor. Es difícil no extrañar ese cálido escalofrió que recorre el cuerpo y que dice que tal vez, esa persona que está cerca sea la indicada para compartir la vida. Es difícil no anhelar el susurro de la noche que, silenciosa, llega en forma de música y llena de esperanzas los sueños. El amor es, en su ausencia, la pena que desvanece las ilusiones del hombre, pero creo que no todo es tan cruel, sin importar nada, siempre vuelve a florecer el amor esparciendo su perfume, su color y su calidez a su alrededor. Hoy soy semilla pero luego seré flor y para eso, tengo que levantarme de mi silla, dejarme llevar por la brisa y volar sobre la hierba, como vuelan las semillas del diente de león.

Joseph Telemann
16 de Enero de 2012