Texto publicado por Rody Armando Mora
La leyenda de Pwyll
La leyenda de Pwyll
Cabalgaba por un bosque cerrado y oscuro, a la caza del ciervo, un
caballero llamado Pwyll, señor de las tierras de Dyfed. Habíase
quedado sólo, y hasta
la vista de sus propios perros había perdido entre tanta espesura. Por
eso se extrañó y su caballo se removió inquieto cuando vio aparecer
entre los árboles
un ciervo a la carrera, perseguido de cerca por una manada pequeña de
perros que no eran los suyos, ladrando y aullando enloquecidos. Su
primer impulso
fue seguirlos, pero enseguida se dio cuenta de que los perros no eran
normales: tenían las orejas completamente rojas, como brasas
brillantes que refulgían
en medio del pelaje blanco. Todo buen galés sabe que eso es mala
señal, pelirrojos son los hombres y las mujeres tocados por las hadas,
y lo mejor es alejarse
de ellos. Así lo hizo el cazador, pero ya era demasiado tarde. Había
traspasado los límites del Reino de las Hadas, llamado Annwn, la
Tierra de los Muertos.
Entre las brumas que de repente parecían trepar por los troncos
apareció un hombre montado a caballo, al paso. Por los belfos, el
animal humeaba aliento
caliente. Bajo un yelmo de brillante plata, el extraño habló:
-Esperaba más de vos, Pwyll. Confiaba en contar con vuestros brazos en
esta cacería...
-Siento haberos defraudado, señor, pero pensé que era ajeno...
-Pues hicistéis mal al no seguir vuestro primer impulso: la pieza se ha perdido.
-Lo siento de veras, señor, y si en mí está el arreglarlo, os ofrezco
cuanto soy y tengo en reparación de tal afrenta, mi señor. Más
decidme, ¿cuál es vuestra
gracia?
-Mi nombre es Arawn, rey de Annwn, y no esperaba menos de vos. El Hado
ha querido reunirnos aquí y ahora y vuestro compromiso es bienvenido y
aceptado.
-Sea, mi señor Arawn. Decídme que queréis de mí.
-Puesto que aceptáis antes de escuchar, sabed que vuestra lanza deberá
erguirse en vuestro brazo al término de un año. Sois el elegido para
batiros en duelo
contra mi enemigo, el caballero Havgan, que se ha apropiado de buena
parte de mis tierras.
-De nobles es ofrecer antes de pedir, mi señor. Nunca rechacé un
lance, y no lo haré al término de un año, que sea aquí donde nos
reunamos.
-Sea pues este el lugar, el bosque de Glyn Cuch, pero escuchad,
durante este tiempo vos seréis Arawn y yo seré vos, vos gobernaréis
mis tierras y mis gentes
en Annwn y yo lo haré bajo vuestra misma apariencia en vuestro reino,
Dyfed. Nadie sospechará nada, pues la figura de Arawn será la vuestra,
y la de Pwyll
será la mía. Ese es el trato. Ahora, cabalguemos hacia nuestros nuevos
destinos, y volveremos a vernos cumplido un año.
Volvió grupas el rey de Annwn, pero apenas había recorrido unos metros
cuando volvió, gritando:
-Un momento, Pwyll, debéis saber que mi enemigo Havgan, goza de
mágicas protecciones. Cuando os enfrentéis a él, dadle sólo un golpe,
y no le déis el de
gracia, pues si lo hicieráis reviviría con igual fuerza.
Corcoveaba nervioso el caballo mientras el Rey de las Hadas hablaba, y
al fin arrancó al galope, perdiéndose entre los árboles, camino de
Dyfed. Pwyll apenas
salía de su asombro, pero la palabra estaba dada. Parecía que su
montura conociera el camino, pues en breve lo llevó hacia un castillo,
que supuso era
el que iba a tener que gobernar durante un año bajo la apariencia
física de Arawn.
Mas no había supuesto Pwyll que los problemas vendrían después de
tratar con guerreros, terratenientes y ciudadanos. Esa parte fue
fácil, la justicia fluía
de sus manos pues tenía la verdad asentada en su mente. Lo dificil
vino cuando se retiró a sus habitaciones al término del primer día.
Allí lo esperaba la mujer de Arawn, pensando que era él, y deseando,
supuso, el mismo trato de todas las noches. La mujer era bella, como
sólo pueden serlo
las hijas de las hadas. El compromiso era gobernar un territorio, mas
no mancillar sus posesiones, pensaba en su interior Pwyll, por eso se
mantuvo firme,
se volvió contra la pared de piedra, en silencio, sin contestar a las
preguntas ni a los ruegos de la desconcertada esposa. Toda la noche la
pasó así,
y tras la primera noche, las siguientes, hasta cumplir el año acordado.
Entonces fue Pwyll en la figura de Arawn con sus pertrechos de combate
al vado del río en medio del bosque de Glyn Cuch, y allí estaba
esperando Havgan,
su enemigo, impresionante con su armadura negra y su lanza inmensa. Y
no se lo pensaron dos veces, que tal como se vieron se calaron los
yelmos, empuñaron
las picas y lanzaron a galope las monturas envueltas en bardas volando
al viento. El choque fue brutal. Havgan dejó caer su lanza, estaba
malherido y a
duras penas se mantenía en la silla:
-Por compasión, termina lo que empezaste, remátame y vuelve vencedor-
gritó el guerrero. Pero Pwyll recordó lo que le dijó Arawn y no quiso
embestir de
nuevo, aunque estaba preparado:
-Sé con seguridad que me habría de arrepentir si tratara de terminar
contigo con otro mandoble; no habra más te digo.
Con un torva mirada, comprendiendo que su final estaba cerca, Havgan
el usurpador llamó a sus criados y éstos se lo llevaron de allí.
Pwyll, todavía bajo
la apariencia y pertrechado con las armaduras de Arawn, recorrió todas
las tierras, castillos y señoríos, y los recuperó para Annwn. Sólo
entonces volvió
al bosque. Ya lo esperaba allí el verdadero Arawn, sonriendo.
-Sabía que confiaba en un buen hombre y un gran guerrero. Recupera tu
físico, pues has cumplido de sobras con tu palabra, vuelve a Dyfed y
ve lo que allí
he hecho en este año.
Volvió Pwyll a la carrera, y convocó a sus caballeros. Y les pidió que
con sinceridad respondieran sobre cómo había gobernado él mismo
durante un año. Y
todos a una respondieron que nunca hubo mayor justicia, ni más dones
de su mano, ni mejor suerte para tierras, animales y gentes. Y Pwyll
agradeció en
su interior a Arawn los favores recibidos.
Por su parte, Arawn regresó a su reino y lo encontró como esperaba,
pero cuando se reunió con su esposa esa noche, y la abrazó, y la besó,
y la cubrió de
caricias como antaño, no recibió ni palabras ni caricias ni besos de
ella. Y cuando le preguntó por qué era así con él, ella le respondió
que no hacía
más que comportarse como él había hecho durante un año. Y entonces
Arawn comprendió, y le contó la verdad a su esposa, y ésta se alegró,
y folgaron, y
fueron felices, y ella le dijo:
-Prueba mayor de amistad no existe en el mundo. Agradece a los dioses
haber topado entre los mortales con un verdadero amigo, y no lo
pierdas; ni a él,
ni tampoco a mí, si osárais enfrentarme de nuevo a la duda.
Ambos reyes y sus descendientes mantuvieron la amistad desde entonces,
y se intercambiaron regalos: caballos de guerra, perros de caza,
armaduras y cadenas.
Y el rey Arawn dio a su amigo el nombre de Señor de Anwn para siempre.