Texto publicado por Toten Dos punto Cero
36ª edición - La terapia del insulto
36ª edición – La terapia del insulto
Holaaaaaa!!!!!!!!
Que delicioso es descargarse una bronca puteando a los 4 vientos, utilizando todos los insultos habidos y por haber, con pasión e ímpetu. Uno siente un alivio inigualable al tiempo que despide de su organismo alterado, esa cantidad justa de improperios y aberraciones que tanto deseábamos expresar; uno puede recordar tranquilamente a Luis Brandoni en “100 veces no debo” cuando se entera que su hija Andrea del Boca, quedó embarazada.
Mucha gente, cuando está embroncada con alguien, pero no quiere discutir ni pelear, aguarda el momento indicado y va a buscar a algún amigo o familiar o conocido, para largar toda la mierda temporal que sentimos por el primero en cuestión. La clásica es llamar a “mongochito” y decirle: “Cheee, ¿puedo pasar por tu casa un rato?”, en el caso que “don mongocho” pueda, uno va, y lo saluda de esta manera: “Mongocho! Cómo estás? No sabes, la hija de puta de menganita! Es una forra del orto!! Sabes la que me hizo!!?? La desgraciada me………………….y después agarró y me…………………y bla bla bla bla” Soltamos toda esa cantidad acumulada de ira que tenemos sin siquiera saber lo que piensa “mongocho”, ni lo dejamos hablar, ni le damos tiempo a preguntar nada, puteamos y puteamos y reputeamos hasta que finalizamos nuestro elocuente monólogo y ya nos sentimos vacíos y listos para decir: “Che, ¿y vos que contás?” Hay quienes poséen la función “putear” en automático, y cada vez que uno le pregunta: “¿y cómo andas con zutanito?” arrancan con los insultos clásicos, de tal manera, que parece que lo tuviesen ensayado, pero muy bien, y comienzan a mostrar lo excelente que les sale.
Es innegable el hecho de que cuando uno acaba de tirar tanta bosta pa todos lados, uno termina liberado, más tranquilo y con el bocho fresco para pensar por qué carajo pasó lo que nos causó tanto enojo. Existen también, personas que no pueden controlar su ira verbal, y ni bien les sucede algo que les molesta, comienzan a putear con todas las ganas a quien provocó su indignación, no miden sus palabras, y pueden llegar a decir cosas horribles y muy hirientes que probablemente, ni las piensen realmente. Y por otro lado, aparecen en nuestras vidas, aquellos que se guardan todo, no demuestran ni una gota de desacuerdo u odio, aunque los vemos muchas veces ensimismados o muy callados, con una expresión en la cara muy difícil de dilucidar. De tanto en tanto, esta gente, suele explotar por una pelotudez terrible, y actúan de forma errante por un rato hasta que calmaron su bronca desproporcionadamente acumulada.
Entonces, a mi me encanta los individuos que usan de forma muy acorde la terapia de insultos; un gran ítem de ésta, es el señor Enrique Pinti, creo yo, ya record Guiness de mayor cantidad de insultos en menos tiempo, saben cuando putearse el uno con el otro, entre amigos, parejas, etc, y lo hacen durante cualquier conversación, en cualquier ámbito, sabiendo por supuesto, que todo lo que el otro dice, es sólo una descarga por tensiones, y no algo que se deba tomar como personal. Es bastante sano putear, insultar, libera en gran parte a nuestra alma carcomida por los malos tragos de cada día; y lo ideal, es saber cuando, como, y con quien uno lo va a hacer. Tampoco uno debe desubicarse, y en el medio de una junta empresarial, pararse y gritar: “Cómo odio a Silvita!!!!!!! La remil concha de su putísima masreeeeee!!!!! Forra de mieeeeeeerrrrdaaaaa!!!!!!!”, ya que corremos el riesgo de quedar despedidos, hay que estar atentos, uno no debe siquiera equivocarse e insultar a la persona incorrecta.
Así que bueno, vos lector, yo me voy, y espero que vos te vayas, pero a la reputa madre que te remil parió, y que la mierda te acompañe, y ojalá puedas irte algún día a la recalcadísima concha de tu mil puta madre, besos!!