Texto publicado por Germán Marconi
Estoy leyendo: El aroma secreto del limón y las especias, de Ayad Akhtar.
“… - Tú tenías muchas ganas de ir, ¿verdad?
Afirmé con la cabeza. El tono que empleó Mina logró que se me formara un nudo en la garganta.
- Hayat, suéltalo todo.
- ¿Qué es lo que tengo que soltar? - dije yo tosiendo.
- Todo lo que sientes. Si te lo guardas, se quedará ahí dentro. Pero, si lo sacas, será la única manera de librarte de ello.
Yo no sabía de qué estaba hablando. Mina se inclinó hacia mí y me agarró de los hombros al tiempo que me perforaba con la mirada.
- Deja que te duela, Hayat. No luches contra ello.
- ¿Que me duela?
- No luches contra el dolor que sientes. Déjalo correr, que siga ahí. Ábrete a él, a lo que sientes por dentro...
- Vale - contesté sosteniéndole la mirada.
Sentí el dolor que me oprimía el corazón pero dejé de resistirme a él. Casi de inmediato, noté que algo se derrumbaba dentro de mí. Se me hinchó la garganta. Se me contrajo la cara. Me brotaron lágrimas calientes.
Mina me tomó en sus brazos y me estrechó con fuerza. Yo me relajé y lloré sobre su hombro. El consuelo que me proporcionó su abrazo no se parecía a nada que yo recordara.
Cuando cesó el llanto, Mina me secó la cara con las mangas.
- ¿Mejor?
Yo asentí. En efecto, me sentía mejor.
- Si te lo aguantas, se te queda dentro. Y entonces pueden sucederte toda clase de cosas malas.
- ¿Como qué?
- ¿Lo peor que puede ocurrir? Si se aguanta el dolor demasiado tiempo, uno empieza a pensar que él mismo es el dolor. - Mina me miró fijamente durante unos instantes - . ¿Entiendes, behta?
Asentí otra vez. Lo que estaba diciendo tenía sentido.
- Y si uno piensa que él mismo es el dolor, también empieza a pensar que merece dicho dolor. El Corán dice que Alá es al-Rahím. ¿Sabes lo que quiere decir al-Rahím?
Negué con la cabeza porque, aunque había oído aquella palabra incontables veces en boca de mamá, ella nunca me había explicado lo que significaba.
- Quiere decir que Alá es misericordioso. Que nos perdona, y que nosotros no nos merecemos el dolor que guardamos en nuestro interior. Él nos ama, quiere que lo soltemos...
Yo estaba perdiendo el hilo del razonamiento, y Mina se dio cuenta. Volvió a secarme la cara con la manga y pasó a hablarme en un tono jovial:
- ¿No hay algo que te apetezca hacer, aparte de verme a mí leer un libro?
- No sé.
- Piensa.
- ¿Qué tengo que pensar?
- Si hay algo que te apetezca hacer en este momento.
- No sé.
- Cuando no se sabe lo que se quiere, existe una forma fácil de averiguarlo.
- ¿Cuál?
- Hay que hacer hablar a la vocecilla que tenemos en nuestro interior.
Yo estaba perplejo.
- Te lo voy a enseñar. Cierra los ojos...
Los cerré.
- ¿Qué estás oyendo?
- A ti.
- ¿Qué más?
Escuché. Se oía el zumbido amortiguado de un coche que pasaba por la calle, afuera.
- Un coche que pasa - dije.
- ¿Qué más?
Volví la cabeza a un lado y escuché con más empeño.
- ¿Oyes algo más?
- No.
- ¿Y tu propia respiración? ¿No la oyes, behta?
Seguí escuchando. Sí que la oía. Suave y regular, entrando y saliendo de mí. Asentí.
- Continúa escuchando tu respiración - me dijo Mina en voz queda.
Puse mucha atención. Me pareció oír algo hueco allá dentro que se llenaba y se vaciaba con un ruido suave, sobrecogedor.
- ¿Oyes el silencio, behta?
- ¿El silencio?
- Al final de cada respiración. Cuando llegas al final.
- Respiré y escuché. Mina tenía razón. Al final de cada inspiración y espiración, había un silencio. Asentí de nuevo.
- Cuando oigas ese silencio, behta, quédate un instante en él y hazte la siguiente pregunta: «¿Qué quiero hacer?» Pregúntate a ti mismo en ese silencio: «¿Qué quiero hacer?»
Tomé aire y lo solté, esperando oír el silencio al final de la respiración. Fue una quietud resplandeciente, luminosa y pulsante, muy viva.
- ¿Qué quiero hacer? - susurré para mí.
Y entonces vi algo: mi bicicleta Schwimn Typhoon, roja y de una sola velocidad, con las barras relucientes, limpia como el día en que la trajeron mis padres a casa.
Abrí los ojos de golpe.
- ¡Quiero lavar la bicicleta! - exclamé.
- Estupendo, behta. Pues adelante, lávala, y después ve a darte una vuelta con ella. Diviértete.
Salí disparado por la puerta y entré en el garaje. Saqué la bicicleta al camino de entrada de la casa y llené un cubo con agua y jabón. Enjaboné bien las barras y las ruedas y seguidamente las aclaré con agua de la manguera del jardín. Cuando hube terminado, mi bici estaba exactamente tal y como la había visto con el pensamiento: roja, luminosa, reluciente.
Monté y empecé a pedalear. Estaba extasiado. Se me había olvidado completamente lo de la fiesta del helado. Y si la vuelta que me di a continuación por el barrio fue de todo menos rutinaria, no fue porque me hubiera topado por el camino con algo nuevo y extraordinario, sino porque iba inundado de la satisfacción que me había causado el hecho de limpiar mi bici. Me emocionaba hasta el placer más mínimo: la mancha borrosa del asfalto moteado que iba pasando por debajo de las ruedas; la brisa que me daba en la cara; la presión de los pedales contra las plantas de los pies. Las sensaciones bastaban por sí solas, eran más que suficientes. Me sentí completo. Y no recordaba haberme sentido nunca igual. …”
Ayad Akhtar
El aroma secreto del limón y las especias